Pogacar recupera lo que le pertenece
Gana con solvencia en el Muro de Bretaña con Vingegaard y Evenepoel a rueda, y el ciclista esloveno vuelve a ser líder del Tour
Jon Rivas
Viernes, 11 de julio 2025, 19:15
Sentado en el asiento delantero del coche número 1 de la organización, Bernard Hinault, el tejón, responde satisfecho a los reporteros de la televisión francesa ... que le preguntan lo de siempre al último compatriota que consiguió ganar el Tour. Esa jerarquía le permitió sugerir que la carrera pasara este año por su localidad natal y también por su lugar de residencia: Yffiniac, donde cuando era pequeño, «los niños solo podían ser agricultores, marinos o ciclistas» y Calorguen, el enclave en el que se asienta la finca en la que vive hace 40 años y de la que, con su espíritu huraño de granjero desconfiado, espanta a los curiosos. «A veces llaman a mi puerta porque quieren visitar la casa del campeón. ¡Les puedo asegurar que baten récords dando la media vuelta!».
Es el mismo Hinault de siempre, capaz de enfrentarse a puñetazos a un piquete huelguista que bloqueaba la París-Niza, o de traicionar su juramento a Lemond de ayudarle a ganar el Tour, después recompuesto a regañadientes por la intermediación del mago Bernard Tapie, el empresario que también fue capaz de ganar una Copa de Europa con el Olympique de Marsella. Hinault era una fuerza incontrolable de la naturaleza, que carga sobre sus hombros el peso de ser ese último mohícano -léase francés-, con galones en el Tour.
Pero no le importa la nacionalidad al granjero de Calorguen, sino la pelea sobre la bicicleta, y ahora con Pogacar, Vingegaard y Evenepoel, disfruta como un niño. «Antes me sentaba a ver la tele solo los últimos diez minutos porque sabía que no iba a pasar nada. Ahora hay tanta lucha entre estos campeones que piensas: '¿Se van a dar una paliza estos idiotas o qué?' ¡Y lo hacen!». A Hinault le gusta Pogacar, su determinación, su clase. «No está lejos de Merckx. Es impresionante. Oigo en todas partes que empieza a aburrir verle ganar tanto pero, ¿es culpa suya que los demás no puedan bajarle de su pedestal?».
A Hinault le gustaba el ciclismo de su época, su ciclismo. Renegaba de esos tiempos en los que todo parecía demasiado ordenado y dominaban corredores como Froome, que miraba más a la pantalla que a la carretera como si matara pokemons y a la vez, la emoción de las carreras. Y disfruta también con el ciclismo de ahora, tan distinto y tan parecido con el advenimiento de la generación Pogacar, capaz de ponerse como objetivo la victoria en el Muro de Bretaña y cumplirlo.
Porque seguro que en la etapa que salió de Saint Malo, tan bello en su aspecto decadente con hoteles de otra época y las majestuosas murallas para protegerse de los bárbaros del norte, muchos corredores del pelotón tenían el propósito secreto de ganar en el Muro, una etapa de prestigio, de las que conceden galones, pero pocos son capaces de culminar esa intención, y el campeón del mundo partió con ese objetivo.
Una escapada
Así que su equipo, el UAE, se empeñó en dejarlo claro desde el principio. Permitió el desahogo de una escapada, pero siempre manteniendo a raya a sus actores, en una distancia corta a la espera de los kilómetros finales. Con la disciplina de un ejército, el grupo que lidera Pogacar llevó siempre el paso. Cuando por primera vez se ascendió el Muro de Bretaña, una cuesta prolongada en línea recta capaz de desanimar a los más pusilánimes, el ritmo ya era fuerte y el grupo principal se hizo más corto. Durante un rato fue el Visma de Vingegaard el que se puso por delante casi por una cuestión estética, que no se diga que están a rueda en los momentos culminantes. Seleccionado el grupo, el meollo de la cuestión quedaba para los dos kilómetros finales, el segundo paso tras la campana que definiría el desenlace. Casi lo hace antes una caída con bastantes damnificados, justo cuando la cámara de televisión enfocaba la cola del grupo. Pareció un reventón porque sonó una explosión, y Almeida, el lugarteniente de Pogacar, se fue al suelo aunque rodó hasta la hierba y, como en un juego de bolos, tiró a todos los de su alrededor. Entre ellos, Enric Mas, que se levantó rápido pero perdió comba con la cabeza, que siguió a lo suyo.
Hasta ese muro en el que Wellens arrastraba a Pogacar hasta que el esloveno se desencadenó para que solo pudieran seguirle Evenepoel y Vingegaard. Pero, al parecer, recordó los consejos de sus mentores y trató de reservar fuerzas. Contención detrás de Narváez casi hasta la meta donde volvió a destapar la caja de los truenos para ganar la etapa, con Vingegaard y Evenepoel a su rueda, y recuperar lo que le pertenece, el maillot amarillo. «Teníamos un plan, nos mantuvimos firmes y ganamos. Tim Wellens me llevó hasta el final del último puerto. Normalmente, Joao Almeida habría estado allí, pero logré ponerme a rueda de Evenepoel. Luego Narváez hizo un trabajo excelente para mantener el control hasta el sprint».
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