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MARCOS MENOCAL
Domingo, 24 de mayo 2015, 08:26
Hubo un tiempo de dragones y príncipes en los que la magia envolvía la atmósfera. Los dragones emanaban un fuego abrasador que brotaban del mismo infierno. Sin embargo, los engendros de larga cola y dientes afilados siempre terminaban sucumbiendo. Hincaban las rodillas. Como le ocurrió este sábado al 'Infierno', que no pudo más y se rindió. Agachó las orejas. Nada pudo hacer ante más de 10.000 almas errantes -récord absoluto de la prueba- que le desafiaron cara a cara en Cabezón de la Sal. Su fuego, más que abrasar, purificó a todos y cada uno de los participantes que se retaron a sí mismos, a la exigente dureza de 'Los 10.000 del Soplao' y a las manecillas del reloj. Es más, el averno inclinó la cabeza ante el poderío cántabro y los habitantes de la región Roberto Fernández (BTT), Jesús Herrero (Ultramaratón) y Ricardo Lanza (Combinada), todos ellos paisanos, cruzaron la línea de meta en primer lugar. Príncipes de la agonía. También los foráneos Julián Carvallo (Maratón) y Arguider Isasti (Soplaoman) reinaron por un día en lo suyo.
Magia. El Soplao tiene 'duende'. Hace temblar las piernas, golpear el corazón, balbucear... todo ello sin empezar. «Date prisa. Coge el móvil», grita, como si le fuese la vida en ello, Iván Plumariega. Asturiano y de los que peinan canas. 62 abriles. De fondo se escucha AC/DC. Quedan dos minutos para tomar la salida y a Iván le falta el teléfono. Y a Julia, los guantes. A Borja no le funciona el GPS; Pablo tiene problemas con el cambio de su bicicleta; y a José Luis le sobra el pañuelo. Es el mal de los momentos previos. El encanto de lo incierto. Arranca la carrera y... 'Abracadabra, pata de cabra'... Los nervios se esfumaron. Retumban las zancadas de los corredores, se escucha el sonido de los pedales automáticos y los besos vuelan. En las ventanas de las casas no hay sitio para más. En Cabezón es el único lugar en el que al infierno se va cantando.
Mas de veinte minutos tardan en marcharse y algunos no volverán hasta dentro de 14 horas. Ahora es cuando prisa solo tienen unos pocos, los que además de retarse a sí mismos quieren ganar al resto. En El Soplao hay para todos. La Cocina, El Soplao, Monte A... Camina o revienta. La prueba de BTT -la más numerosa, con 4.500 'bikers'- serpentea por el asfalto, la tierra y los 'praos'. Pronto un cántabro decide hacerse el dueño. Óscar Velar impone un ritmo frenético y arrastra por el camino de la amargura a los demás. El grupo se selecciona y entre quince y veinte unidades toman la cabeza. En El Soplao, el paso por Ruente es como una peregrinación. No es Jerusalén -para los cristianos-, ni La Meca -para los musulmanes-, pero sí es 'tierra santa'. Allí es donde recobran la autoestima, recuperan el ánimo y se sienten invencibles. «Vamos, que vas muy bien». «Ánimo, valientes». No cabe nadie a orillas de 'La Fuentona'. El que llega tarde se limita a aparcar en otro pueblo y escuchar el sonido. Por allí, los corredores del maratón y de la 'ultra' -un poquito antes- son literalmente manteados a su paso. Un estrecho pasillo, al más puro estilo del Tour de Francia, les sirve de cauce. Reconocimiento al príncipe guerrero que ha derrotado ya a la mitad de los dragones.
Alegrías y penas
Por allí, Alberto Fernández cruzó en solitario en la prueba de BTT. Se marchó en Puentenansa y su atrevimiento le pasaría factura. Los 'grandes' solo saben jugar a ganar. Por delante, el 'zigzagueante' Moral, el interminable puerto de Cruz de Fuentes y el despiadado Negreo. Aitor Quintana -vencedor del año pasado-, Albizu, Velar y el torrelaveguense Roberto Fernández le dejaron madurar a fuego lento. Que se dore, debieron pensar. Por aquel entonces, Herrero, bastones en mano, ya había superado la madrugada y había visto amanecer desde lo alto de la montaña. No eran las doce del mediodía cuando alzaba los brazos como ganador del Ultramaratón. Con 117 kilómetros en las piernas y algún kilo de peso menos, su sonrisa era como un truco de magia. De esa que tiene El Soplao, cuyos dolores dan ganas de reír. Curiosa mezcla. Y minutos más tarde, cruzaba la meta Julián Carvallo como ganador del maratón. Para ellos, la agonía se acabó.
El alto de Fuentes tiene una virtud propia del prestidigitador. Te hace ver cosas que no son ciertas. Alucinaciones. En cada curva parece que llega su fin. Engaña. Realidad endiablada. A Alberto Fernández fue lo que le ocurrió. Le sobraron unos cuantos rodeos. El exciclista profesional vio allí como el infierno le abrasaba. Por detrás, Brandán Márquez levantaba el pie, ahogado por el ritmo de Roberto Fernández y la carrera se rompía en mil pedazos.
A tientas, los elegidos llegaron al Negreo y allí fue donde Roberto afiló el hacha y atacó. Colorín colorado, este cuento... No le vieron más. El torrelaveguense se plantó en Cabezón con un tiempo de 6.53.51 y con fuerzas para levantar la bicicleta. Los aplausos se escucharon en Ruente, donde debían estar sus perseguidores: Brandán Márquez, que reguló y acabó segundo; y Julio César Somoano, tercero. Los cántabros Fernández y Velar rumiaron su impotencia. Héroes, al fin y al cabo. El público no distingue entre primeros y últimos, es una condición en El Soplao. A todos se les reserva un trozo de gloria. A eso de las 13.00 horas, cruzó el arco de meta la caravana de las marchas para participantes con movilidad reducida. Éxito entrañable. El rostro de todos era un alegato a la ilusión. Las manos se partían de aplaudir.
Desde ese momento, Cabezón muta y se convierte en una Torre de Babel. Por un lado, los que con caras desencajadas finalizan su odisea buscan refrigerio y reconocimiento. A otros les falta tiempo para contar su hazaña. Después de horas de esfuerzo sin quejarse, comienzan los lamentos. «No me dejes volver», le ordena entre lágrimas Julio Mier del Valle, acalambrado y embarrado, a su mujer. Mentiras piadosas. Ilusión, orgullo, penitencia y miedo. «Mi marido no ha llegado y estoy preocupado, ¿podrían mirar a ver si ha pasado por Ruente?», sugiere Eva Vicente a los cronometradores. Le espera un tiempo de incertidumbre. El averno tiene estas cosas. Nadie está exento de peligros. Los dragones aún vencidos se revuelven y atizan con la cola. Aún así, siempre ganan los príncipes y disfrutan abrazados a sus doncellas. Los cuentos como El Soplao siempre tienen un final feliz. Como el que dice que 'Los 10.000 del Soplao' fueron ayer, por primera vez, más de 10.000. De récord.
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