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R. C.
Martes, 12 de enero 2016, 14:06
Sultanahmet, donde el terrorismo golpeó de llenó este martes, es el corazón de Estambul. Es parada obligada para los millones de turistas que cada año descubren la ciudad que une oriente y occidente; y también punto de reunión de los ciudadanos locales. A un lado de la plaza se erige desde el año 537 la basílica de Santa Sofía, una de las iglesias más singulares del mundo; al otro, el mayor templo islámico de Estambul: la mezquita azul, construida en 1616.
La plaza en la que los extremistas sembraron de nuevo el terror es el centro neurálgico donde se detienen los autocares turísticos, donde vendedores ambulantes tientan a los turistas con pañuelos o postales y donde jóvenes parejas turcas dan sus primeros paseos cogidos de la mano. A unos pasos de allí, en dirección al bósforo, se encuentra el palacio Topkapi, un fastuoso complejo de jardines que recuerdan el concepto de paraíso del Islam. Y en dirección contraria, a no más de 500 metros, el Gran Bazar, donde las imitaciones campan a sus anchas y el regateo es un arte.
Los terroristas sabían lo que hacían, a lo que iban. Porque no hay turista que haya puesto un pie en Estambul que no haya inmortalizado el momento con una fotografía ante la Mezquita Azul. Allí, en Sultanahmet, donde años atrás Fernando Alonso pilotó su bólido para promocionar el Gran Premio de Turquía de Fórmula 1, la vida no se detiene. Día y noche, siempre hay actividad. Hasta este martes en que la barbarie modificó el escenario.
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