El loco de la Mancha en el fin del mundo
El Quijote se reinventó en China bajo otra mirada
Siempre me llama la atención cuando, en China, alguien –un taxista, una dependienta o un proveedor –, al conocer que soy español, menciona 'La historia del ... caballero encantado' y cita sus tergiversadas palabras de apertura: «En La Mancha había un lugar. Un lugar cuyo nombre no es preciso que mencione». En realidad, quien llegó a China no fue Don Alonso Quijano (sino un primo suyo), pero su acogida compone un prodigioso malentendido plagado de fascinantes paradojas.
Para empezar, quien en 1922 tradujo la primera versión de El Quijote a lengua china –Lin Shu– fue un estudioso septuagenario que jamás había leído a Cervantes, ni hablaba lengua extranjera alguna. 'De oídas' reinterpretó la historia quijotesca a partir del relato oral de un amigo suyo que, con un limitado nivel de inglés, había leído una versión en ese idioma ya de por sí deformada. El teléfono escacharrado. Aquella primera versión edulcora la sátira cervantina, reconfigura la locura del personaje como nobleza espiritual y 'achina' el relato convirtiendo a Alonso Quijano en un hombre melancólico, digno y apegado a las tradiciones, adaptándolo a un país donde el respeto al pasado es virtud sagrada.
Don Quijote en la versión china pasa a apellidarse 'Quisada' y se presenta como un caballero a medio camino entre el mago y el superhéroe. Además, el texto se achina y queda plagado de versos, cortesías típicas y proverbios locales que reemplazan los dichos populares españoles.
Tamizado por los caracteres chinos, el 'loco' caballero andante de Cervantes se reviste de valores confucianos y taoístas: mientras el Quijote de Cervantes es ridículo, grotesco y trágico, el de Lin Shu es sabio y venerable pero melancólico. En el 'Quijote achinado', lo grotesco se convierte en respetable y la locura, en sabiduría. El Quijote chino no ridiculiza al héroe, lo dignifica y convierte la relación amo-criado entre Don Quijote y Sancho en una de maestro-discípulo, transformando la sotana del cura en bata de médico o a Rocinante en un magnífico y veloz jamelgo.
También logra, por arte de birlibirloque, que desaparezcan de sus páginas todas las menciones a lo divino y que las dulcineas huelan a flor de loto. A pesar de estas reinterpretaciones y apropiaciones culturales, ambas versiones mantienen la lógica del viaje errante idealista, pues comparten el impulso por la justicia, el deseo de revivir un pasado glorioso y la lucha contra un mundo que no encaja con sus sueños.
Aunque 'achinado', el Quijote mantiene la esencia del caballero errabundo que recorre el mundo deshaciendo agravios, lo que conecta con figuras similares de la tradición literaria china: héroes marginales, a medio camino entre locos y sabios, visionarios o inadaptados, frente a una sociedad pragmática y desencantada, que viajan por el mundo guiados por un ideal ético (a menudo anacrónico), enfrentados a monstruos o fuerzas a medio camino entre la fantasía y la realidad. Aunque más digno, el Quijote chino sigue siendo un personaje tragicómico, atravesado por la melancolía de quien no encaja en su época.
Pese a su azarosa y distorsionada llegada a China (o precisamente gracias a ella), el Quijote ha tenido un impacto sin parangón en el gigante asiático, donde resultó un éxito inmediato: en menos de diez años tras su publicación logró al menos tres ediciones (algo muy poco común en una China con escasísima alfabetización y acceso muy limitado a la literatura extranjera).
Desde entonces, el Quijote ha sido traducido más de ochenta veces al chino, inspiró la primera película china en 3D y resultó de enorme influencia para uno de los grandes pensadores chinos del siglo XX y padre de la narrativa moderna china, Lu Xun, cuya obra cumbre –'La verdadera historia de AhQ'– contiene ecos quijotescos: un personaje ridículo y trágico que se autoengaña para sobrevivir en un mundo hostil. Lo asombroso es que, en un giro propio de la imaginación de Borges, el propio Cervantes en el prólogo de la segunda parte de su obra maestra relata cómo ha recibido una carta del gran emperador de la China en la cual «me suplica encarecidamente que le envíe, o lleve en persona, 'Don Quijote de la Mancha', para que funde un colegio donde se lean las letras castellanas, y se enseñe aquel libro como texto en su imperio».
Tuvieron que pasar tres siglos para que se cumpliera el sueño de Cervantes. Cuando Don Quijote llegó a Pekín, allí ya no había emperador pero hoy, en una sociedad china cada vez más tecnificada, competitiva y materialista, el espíritu quijotesco no ha pasado de moda. 'La historia del caballero encantado' sigue ofreciendo una respuesta ética y poética al futuro: luchar por lo justo aunque sea imposible, soñar aunque el mundo se burle o seguir el corazón más que la razón.
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