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CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS
Sábado, 18 de marzo 2006, 01:00
Leo en ABC que Rosa Regás, directora de la Biblioteca Nacional, por una 'rogatio inter vivos', va a retirar de la entrada de ésta la estatua de Menéndez Pelayo.
Es la acción propia de un talibán. Es una agresión a la cultura española y por tanto a la Nación. Algo a lo que vamos a tener que 'acostumbrarnos' porque está en el proyecto de los nacionalistas y de los socialistas. Esa ruptura de España que Rubalcaba no acaba de 'ver', no se sabe si por falta de imaginación política y de sensibilidad cultural o porque cree que la ruptura de una Nación es como la de un cristal o de una 'cosa'.
La gravedad de esta propuesta reside en que, siendo una iniciativa de esta señora, tiene que ver con un viejo ajuste de cuentas de la izquierda con el autor de 'La historia de los heterodoxos españoles'. Rosa Regás sabe bien que el crimen no llegará a consumarse, pero lo que le interesa a ella es aprovechar su puesto para escarnecer al sabio, para vengarse y, de este modo, satisfacer a la parte más resentida de la izquierda cultural. Yo sé que es así. Lo he vivido y padecido. Conozco bien las telarañas, propias de desvanes, que cuelgan en los cerebros de una buena parte de las gentes de izquierda y he escrito concretamente sobre el odio de este mundillo al sabio montañés. Cuando se dice que los socialistas están recuperando lo más primitivo de su pasado no se tiene conciencia de hasta qué punto eso es así. En este caso, hasta el extremo de querer barrer la memoria de Fernando de los Ríos, que, con Julián Besteiro, fue la excepción en aquel partido primitivo y obrerista de los años treinta. Fue el fundador de la Universidad de Verano de Santander, de la que serían rectores compañeros de partido como Ernest Lluch o próximos a él como Raúl Morodo y José Luis García Delgado. A estos parece que no les repugnó dirigir una Universidad que invoca a Menéndez Pelayo. Pero, aunque cercanos, eran otros tiempos. Éste de ahora es el de los talibanes.
Hace unos años le recordé a Juan Goytisolo que su reivindicación de Blanco White tan sólo lo había sido desde el punto de vista ideológico, ya que Menéndez Pelayo en 'Los heterodoxos' le había salvado del olvido y había reconocido su valía literaria y, de un modo especial, como traductor. Me lo reconoció y comentó: es que Menéndez Pelayo es un genio. Pero ¿quién se atrevería a decir públicamente desde la izquierda que 'Los heterodoxos' no es una guía de lecturas buenas y malas, como la del padre Azpiazu, sino que es una obra colosal, posiblemente la más importante historia de nuestro pensamiento, del mismo modo que 'La historia de las ideas estéticas en España' lo es en ese campo?
No es la grandeza de Menéndez Pelayo lo que ha puesto en cuestión Rosa Regás. No podría, la pobre. Lo que ha hecho es descubrir la miseria cultural que anida en la izquierda y el resentimiento que está en la base del objetivo de liquidación de la cultura de España, que con una mezcla de rudeza intelectual y mala fe no quieren reconocer los dirigentes socialistas de Madrid. Para ellos, expulsar del vestíbulo de la institución a quien ha sido su más eminente director es, a lo sumo, una propuesta incorrecta.
Dijo hace un tiempo Pere Gimferrer que las relaciones culturales entre los catalanes y el resto de los españoles podrían ser distintas si estos tomaran como ejemplo a Menéndez Pelayo en su interés por la cultura catalana. Estoy de acuerdo, y añado que esas mismas relaciones serían mucho mejores si los catalanes supieran la importancia que ha tenido Menéndez Pelayo para la propia cultura catalana. Si lo supiera no ya un butiguer sino Rosa Regás.
Porque lo que revela la propuesta escandalosa de esta pobre talibán que tenemos como sucesora de Menéndez Pelayo en la Biblioteca Nacional es que no sabe que éste no sólo fue tan aventajado alumno de Milá i Fontanals que le superó y, en homenaje a él, a su maestro, dirigió la edición de sus obras completas.
Sin duda las personas normales que no están al tanto de las guerras secretas de la izquierda, de sus obsesiones, de sus tópicos, de sus bastedades, no terminarán de entender la iniciativa de Rosa Regás. Les diré que para una persona progre, con nietos ya, como es el caso de esta señora, es motivo suficiente para la expulsión de la estatua de Menéndez Pelayo del ámbito de la Biblioteca el hecho de que hubiera escrito aquello de España-luz-de-Trento-martillo-de-herejes... No entiende que, además de constituir un timbre de gloria para muchos españoles esa definición, la obra y la vida de Menéndez Pelayo fue una lucha por encontrar un espacio para el pensamiento español entre el integrismo propio de los carlistas (hegemónico en Cataluña) y las corrientes más progresistas (hegemónicas en Madrid). Éste es el Menéndez Pelayo que reivindicó Laín Entralgo al intentar buscar el punto de encuentro de «las dos Españas» a las que se refirió con esta expresión Fidelino de Figueiredo, su inventor. El portugués hablaba de las dos Españas en términos ideológicos y culturales, y no como la utilizan ahora tantos desaprensivos que hablan de esta dualidad a tontas y a locas.
Que pida Rosa Regás a uno de esos magníficos funcionarios de la Biblioteca nacional que le suba a su despacho el discurso que pronunció Menéndez Pelayo en la Real Academia Española como respuesta al de Pérez Galdós. Porque él fue el que sacó adelante la candidatura del novelista y no otro. Ése era el 'talante' de don Marcelino. No el inquisitorial de Rosa Regás, que, además de fundamentalista, carece incluso de algo que tenían los grandes inquisidores, y que era la erudición y la cultura.
Porque Rosa Regás es una 'torquemada' con minúscula. Lo que ha hecho Rosa Regás es descubrir la miseria cultural que anida en la izquierda y el resentimiento
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