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S. G.
Viernes, 14 de abril 2006, 02:00
A una hora en coche de Jerusalem y a 400 metros bajo el nivel del mar se levanta En Gedi, uno de los establecimientos de reposo más famosos del mundo. El secreto de su éxito no está en su bufé, ni mucho menos en el servicio de habitaciones, sino en el barro. Los lodos del Mar Muerto son ricos en magnesio, sodio, potasio, hierro y calcio, claves en tratamientos de belleza con propiedades terapéuticas.
Sus cualidades ya eran apreciadas en tiempos de los romanos, que, hartos de patearse el Desierto de Judea y de esquivar a sus escorpiones, hallaban aquí un remanso de paz. El balneario ofrece piscinas alimentadas con agua caliente y una concentración salina siete veces más alta que la del Cantábrico. Es como flotar en un balde de aceite. Imposible hundirse: la gente aprovecha para leer el periódico en posturas que desafían la gravedad. Eso sí, hay que evitar la tentación de sumergir la cabeza porque la más mínima gota que se filtra en los ojos hace ver las estrellas.
A unos 300 metros de la orilla -hasta donde se llega en un trenecito, porque el calor derrite- se levantan unos contenedores de lodo. Los visitantes se untan el cuerpo con barro negro y así, tumbados, esperan a que el sol cuartee el rebozado. Al cabo de media hora, una ducha con agua hirviendo arrastra el barro y, con él, las impurezas. Todo esto mientras uno contempla el único mar del mundo donde no habita ningún pez y la sal dibuja en la orilla un paisaje parecido al que debió de ver la esposa de Lot cuando la ira de Dios cayó sobre Sodoma y Gomorra.
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