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Sábado, 6 de mayo 2006, 02:00
A las dos de la tarde del viernes 3 de noviembre de 1893, mientras se encontraba anclado en Santander, estalló un incendio en la cubierta del barco de vapor Cabo Machichaco, cuyas tres bodegas alojaban 51 toneladas de dinamita de cuya existencia no se había dado parte. La actividad de bomberos y marinos tratando de sofocar las llamas atrajo a cientos de personas al llamado muelle número 1, de Maliaño. A las cuatro de la tarde, con el foco todavía vivo, se conoció el contenido de la embarcación, sin embargo la zona siguió sin despejarse de gente. Un hora después estallaron las dos bodegas de la parte delantera. Los edificios de las inmediaciones se derrumbaron, los cristales de las ventanas de la ciudad se quebraron y cientos de fragmentos de hierro al rojo salieron despedidos, algunos a varios kilómetros de distancia. La onda expansiva se propagó por toda la bahía y una tromba de agua se alzó sobre la orilla arrastrando cadáveres y supervivientes. La explosión provocó la muerte de alrededor de 600 personas y dejó heridas a más de 2.000 -en aquel momento había 50.000 censados en la ciudad-.
Durante los meses siguientes se procedió a extraer la parte que no había explosionado. El 21 de marzo de 1894, sin embargo, días antes de la desaparición de sus últimos restos, el barco volvió a estallar y provocó la muerte de 15 operarios. A pesar de la anestesia que fabrican el paso del tiempo y la recepción ininterrumpida de muertes en masa, aquel suceso no deja de ser una de las mayores tragedias que han tenido lugar en la España contemporánea.
Dos monumentos
La voluntad de registrar y expresar el recuerdo por lo acontecido quedó plasmada en varias obras de creación, entre ellas, el relato 'Pachín González' (1896) de José María de Pereda, una litografía con un panteón conmemorativo editada por el poeta Marcos Linazasoro y dos monumentos, uno situado junto a los muelles y otro en el cementerio de Ciriego.
El primer memorial fue proyectado en 1896 por Valentín R. Lavín Casalís (1863-1939), arquitecto municipal de Santander que había jugado un importante papel en el curso de la tragedia, logrando evitar la propagación del fuego provocado por la explosión gracias a varias intervenciones de urgencia. Su diseño consistió en una gruesa cruz de piedra de perfil escalonado sujeta a un pedestal piramidal -presenta grabadas las fechas de las dos explosiones-. Completa la cruz la figura de una mujer doliente de bronce que fue realizada por el escultor asturiano Cipriano Folgueras y Doiztúa (1863-1911).
El monumento de Ciriego, fue firmado por A. García Cabezas y ejecutado en los talleres de Masriera i Campins de Barcelona. Se compone de un pilar polilobulado truncado y un féretro cubierto por un manto pétreo.
Más información:
www.cantabria102municipios.com
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