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Tumba y momia de Tutankamon.
Caminando entre momias y faraones

Caminando entre momias y faraones

En el Valle de los Reyes hay más de ochocientos enterramientos, algunos por descubrir

Íñigo Fernández

Sábado, 28 de noviembre 2015, 07:48

Fueron enterrados hace cuatro mil años, pero los faraones y sus tumbas siempre están de actualidad. Estos días el interés se ha multiplicado por las sospechas de que, junto al sepulcro de Tutankamon, pudiera haber algún otro emplazamiento aún sin catalogar. Dicen que el de la reina Nefertiti, a lo mejor. Hay indicios razonables de la existencia de cavidades contiguas, pero nada se ha probado por el momento. Seguimos pendientes del dictamen de los arqueólogos. Muy pendientes.

Que exista otra tumba junto a la de Tutankamon no quiere decir que vayan a encontrar allí un nuevo tesoro. De hecho, la mayoría de las tumbas aparecieron vacías cuando los arqueólogos accedieron al interior. No será necesario ampliar las dependencias del Museo Egipcio. No por este motivo, al menos. Los saqueos son tan antiguos como las tumbas mismas. Nadie se explica por qué la de Tutankamon permaneció intacta.

Se calcula que en el Valle de los Reyes hubo más de ochocientos enterramientos, pero no hay tesoros que contemplar. Si acaso pinturas en las paredes de los sepulcros, y no en todos. Los tesoros no están allí, sino en El Cairo: el sarcófago de Tutankamon, las máscaras de oro macizo, su carro, sus joyas, su trono, sus sandalias, la cuna en la que durmió de niño... También las momias de los más renombrados faraones, como Ramsés II, están en El Cairo, en una dependencia específica del Museo Egipcio a la que no se accede con la entrada general. Ver allí tan reducido, tan consumido y tan renegrido al héroe de los antiguos egipcios, a quien fue tan poderoso, a quien venció a los hititas en la batalla de Kadesh, a quien construyó monumentos y erigió obeliscos por todo el país, a quien se hizo su propio templo en Abu Simbel, a quien dispuso de docenas de esposas y engendró a centenares de hijos, al más famoso de todos los faraones... Verlo allí convertido en tan poca cosa, cuando debió ser tan magnífico. Claro: murió con casi noventa años (su reinado duró no menos de 66). La suya es una momia, pero la momia de un viejo. La de Tutankamon no: apenas era un adolescente cuando falleció, probablemente de un accidente.

La de Tutankamon es la única momia que puede verse en el Valle de los Reyes. El resto de las momias reales, como el conjunto de los tesoros egipcios, no están en el Valle de los Reyes sino en el Museo Egipcio de El Cairo . En el Museo Egipcio, o en el British Musseum (Londres), en el Musée du Louvre (París) o en el Neues Museum (Berlín)... En cualquier lugar del mundo hay patrimonio de los antiguos egipcios. Ninguna otra cultura de la antigüedad ha sido objeto de semejante expolio.

En el Valle de los Reyes no hay tesoros. Y, pese a todo, el lugar es sobrecogedor. Pocas cosas causan tanta impresión cuando uno viaja a Egipto. Saber que, dinastía tras dinastía, los restos de los faraones fueron llevados y depositados alli; saber que las tumbas se excacaban en la tierra y que se acondiconaban pasillos y estancias de más de cuarenta metros hasta las cámaras funerarias; saber que empezaban a construirlas tan pronto como el faraón accedía al trono; saber que, con los restos mortales, se trasladaban también todas sus pertenencias y enseres, para que pudiera tenerlas a mano en el momento de regresar a la vida... La relación que los antiguos egipcios establecieron con la muerte fue muy especial y difícil de entender. Ni siquiera en el Valle de los Reyes se comprende del todo, aunque allí, inevitablemente, se piensa mucho en ella.

Algunas tumbas no, pero otras ofrecen hermosas pinturas e inscripciones jeroglíficas, que hablan de la vida de los reyes, de sus hazañas y del camino que, a partir de ese momento, emprenden al encuentro de los dioses en busca de la vida eterna. Predominan el amarillo, el azul y el color tierra, y en toda la decoración se percibe una plácida armonía, como corresponde al momento en que se hace balance por el cierre de una etapa y el inicio de otra. En este caso la etapa que se cierra es la vida, nada menos. No sabemos cuál es la que se abre, aunque los antiguos egipcios estaban tan seguros sobre lo que les esperaba después de la muerte, que dedicaban toda su vida a prepararse para ella. Siempre las tumbas transmiten sensaciones, porque a menudo no nos hablan de la muerte de las personas, sino de sus vidas. En Egipto, esto ocurre más intensidad que en ningún otro sitio.

Gracias a las tumbas, a sus inscripciones, a sus jeroglíficos, a sus grabados sobre la roca y a toda la información extraída de las entrañas de la tierra, el hombre ha podido explicarse por qué en Egipto surgió aquella explosión civilizadora 3.000 años antes del nacimiento de Jesucristo. El calor prococaba cada verano el deshielo en las cumbres del Kilimanjaro y ese caudal de agua desbordaba el Nilo, inundaba la tierra y, al retirarse, corventía la tierra en un fango fértil en el que los productos agrícolas brotaban casi por sí mismos. Los hombres apenas tenían que recogerlos y, si acaso, preparar mínimamente la tierra para la próxima crecida. Por eso Egipto fue uno de los primeros lugares del mundo en el que surgió la agricultura.

Por eso en Egipto, y en Mesopotamia (Iraq-Irán) también, se formaron las primeras civilizaciones del mundo. Las tareas agrícolas requerían mayor organización que la caza y la gestión del agua exigía conocimientos más profundos acerca del comportamiento de los fenómenos de la naturaleza. Por eso surgieron un poder real fuerte para dirigir la organización social y una clase sacerdotal no menos poderosa para el estudio de la naturaleza. Todo este complejo 'salto' civilizador se comprende muy bien en el pequeño trayecto de autobús que es preciso cubrir entre Luxor, al borde mismo del Nilo, y el Valle de los Reyes, a sólo unos kilómetros de distancia en dirección al Oeste.

Pero el Valle de los Reyes muestra una cosa más: la carretera que conduce del Nilo al Desierto es el camino que conduce de la vida a la muerte. La ribera del Nilo es la vida, el agua, el oasis, las palmeras, la huerta, los árboles frutales, el ganado, los hombres trabajando la tierra, los niños jugando en la hierba... Todo es vida hasta llegar a esa brusca línea que el tiempo trazó en el punto exacto que las aguas del Nilo, en sus crecidas, no pudieron franquear. Hasta allí llegó la vida. Ni un metro más. El Nilo es la vida. El Valle de los Reyes es la muerte. Y sólo hay piedras y arena. Y tumbas. Nada vive allí. Ni siquiera los faraones.

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