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Pilar González Ruiz
Domingo, 9 de abril 2017, 10:07
Y tú, ¿cómo te llamas?
- Oliver Twist.
- Jajaja. Claro. Y yo soy Pipi Langstrum.
El sujeto que, presuntamente, comparte nombre con uno de los personajes clásicos del universo dickensiano, entra al interior del albergue de peregrinos de Castro Urdiales. Dos minutos ... después regresa a la escena. Trae su pasaporte en la mano y se lo muestra, abierto, a la periodista. Efectivamente; se llama Oliver Twist.
En lugar de un mocoso buscavidas de los suburbios ingleses, este Oliver es alemán, ronda la treintena y luce una nutrida barba oscura. Es peregrino y cumple con los cánones: gorro de lana, bermudas y sandalias, cómo no, con calcetines que, al menos, no son blancos.
Nuestro caminante de nombre mítico se aloja en el albergue, una pequeña casita amarilla que linda con la también amarilla plaza de toros de la villa marinera. Puesta en una guía turística, cerca de la playa, con su jardín cuidado, sus bancos de madera al aire libre, le sobrarían ofertas para estar ocupada todo el año por un buen precio. Sin embargo, alojarse cuesta solo cinco euros, aunque hay que pedir cama vía número de móvil.
- Miliario romano enOtañes es posible ver esta pieza del año 61 que marcaba la distancia con Pisoraca.
- Iglesia de Santa María de la Asunción coronando Castro se encuentra el templo gótico
- Faro de Santa Ana una fortaleza ubicada en la misma península que la
Este lugar marca el final de la primera etapa del Camino del Norte a su paso por Cantabria. Una ruta que comienza en El Haya, justo donde casi se superponen los carteles que marcan el inicio de una comunidad autónoma y el término de la otra. A un lado, el País Vasco, un mosaico con la Virgen de Begoña y la típica tipografía euskaldun. «Punzante, como la gente», dice una vecina. Al otro, una gasolinera anticuada y el Hotel Restaurante El Haya. Tras una colorista barra y un suelo poblado de servilletas y sobres de azúcar, como en los bares de carretera de toda la vida, el camarero tiene claro que el flujo de peregrinos flojea este año. «En marzo ya se suelen ver mochileros, extranjeros sobre todo. Y ahora, estamos casi en abril y apenas hay gente».
- Vía verde la antigua vía de ferrocarril Castro-Traslaviña es ahora un cómodo paseo entre vegetación
- Otañes escondido en un valle, el pueblo resulta acogedor
- Puerto la Puebla Vieja y el puerto de Castro Urdiales hacen difícil continuar la ruta por su belleza.
Siguiendo el recorrido oficial, por una sinuosa carretera de asfalto, el peregrino descubrirá una visión distinta de Ontón, ese desconocido, desde el otro lado de la concurrida A-8, con tiempo suficiente para fijar la vista. Entre los tejados a dos aguas, mezcla de casa montañesa y caseríos vascos, se reparten las banderas. De Euskadi, de España... y del Athletic, porque el patriotismo, aquí, también ruge cual león rojiblanco.
Los gemelos arderán al subir la generosa cuesta, pindia, que, como bien refleja el dicho popular, terminará bajando. Entre invasivos eucaliptos y algún árbol autóctono que parece fuera de lugar, Castro se asomará al girar la última curva, con Santa María de la Asunción gobernando la imagen, que para eso es la patrona de la villa.
Bien pudiera pensar el peregrino que Lolín también tiene algún grado de santidad, pues la nave conservera recibe imponente al visitante a las puertas de la ciudad. Poco después aparecerá la playa desde la cual caminar por el paseo hasta la Puebla Vieja. El encanto de la zona, como el de casi todas las ciudades con solera, está en el empedrado y no en el ladrillo caravista. Castro no es una excepción.
Ciudad amurallada, defensiva, reconvertida, que lo mismo celebra la Pasión de Cristo como un fasto comunal que se sobrepone a sus demonios de corruptela menos divina. «Aquí las calles tendrían que ser de oro, con todo lo que se ha construido», dice un castreño en referencia a consabidos desmanes.
Ignorando el mundo terrenal, el puerto, que va a su ritmo, es para quedarse mirando durante horas. Acogedor y colorista, los barcos, pocos, van llegando a descargar el verdel, es temporada alta. Y por delante de la plaza, los vecinos marchan con bolsas de plástico bien surtidas de brillantes ejemplares.
Igual de brillantes que las barras de los bares. No queda un hueco. Pupilas y papilas se dilatan ante una bacanal de platos en pequeño formato. Porque aquí, se va de pinchos y se va a lo grande. Un lunes de primavera recién estrenada, mesas y escaleras están repletas. Parece festivo. «Espera a que se vaya el sur», amenaza el camarero entre idas y venidas. Que haya más o menos peregrinos, anima, pero no enriquece. «Vienen, piden sus rabas, su pescado y se quedan a pasar el día», dice Esteban, del Mesón Marinero, en los bajos de la Casa de los Chelines.
- Albergue de Castro Urdiales Dispone de un número de contacto (620 608 118). Está limpio y resulta cómodo. Tiene 16 plazas y el precio por noche es de 5 euros.
- Pinchos la oferta de tapas en Castro es amplia y sabrosa. Pedir pescado es no fallar en la elección.
Mientras, en el albergue, un hombre de mediana edad revisa un mapa, elemento obligatorio para todos, en la mesa de entrada. Otro lee con su libro electrónico tumbado en una de las muchas (y cercanas) literas de la habitación. Un tercero friega en la cocina común y un montón de botas de montaña se apilan a la entrada del baño. No huele a nada y en general, el ambiente es silencioso. Casi de régimen monacal. Parece que el peregrinaje es cosa de hombres.
En el pasillo charlan otros tres viajeros en una mezcla de español y francés. Emma y Alodie, las únicas chicas del albergue, son belgas. Haciendo el camino, hace siete años, conocieron a Heribert, que vive en Barcelona. Y surgió una amistad que, a juzgar por las miradas, es algo más. Los peregrinos también se enamoran, cómo no, aunque puede que en vez de mariposas, sean compostelas lo que les baila en el estómago. Aunque, aquí se separan. A la mañana siguiente, él regresará en avión a Barcelona para incorporarse a su trabajo. Ser peregrino ensancha el alma pero no da derecho a días libres.
"He aprendido a caminar; desde entonces me dejo correr" (Friedrich Nietzsche)
Javier hace estiramientos en el jardín. A él le gusta «darse caña» y tras casi 50 kilómetros de ruta, la pierna está pasando factura. No sabe, ni le importa, en realidad, que sea Año Jubilar en Cantabria. Él no hace el camino por «motivos religiosos», aunque cree que «El Revilla lo está promocionando muy bien, con la pulserita».
"Ven y camina conmigo" (Enrique Bunbury)
Entre ellos, cada uno con su motivación y su objetivo, se van encontrando día a día, en una especie de red social a pie en la vida real. «Aquí das y ofreces lo que tienes», dice Emma. Hay compañerismo entre desconocidos y «buen rollo». ¿Sensación de peligro? Ninguna, aunque sí echan en falta una red de alojamientos más amplia.
«Siete días hace que ando», decía Oliver Twist a El Pillastre, Jack Dawkins, en la novela del siglo XIX. Y más de siete le quedan a su tocayo actual para llegar a su destino. Seguimos caminando.
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