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Pilar González Ruiz
Domingo, 14 de mayo 2017, 11:59
Decía Platón, a grandes rasgos, en su teoría del objeto, que la esencia de una cosa es lo que hace que sea eso en sí misma. Cosas que cambian según el uso al que se destinen, la experiencia a la que den lugar, que puede ... convertirlas en algo diferente para lo que se concibieron según las manos que las manejen. No es una referencia sin más. Es que la etapa entre Güemes y Santander está cargada de filosofía.
Ernesto Bustio camina despacio, habla con calma. El tiempo no parece determinante para este hombre de luminoso pelo blanco que ha pasado ya los 80. Tiene la tranquilidad de quien ha encontrado su lugar en el mundo. Un mundo que conoce bien, pues lo ha recorrido incansable durante décadas. En su biblioteca se acumula un archivo fotográfico con más de 80.000 diapositivas. Se ordenan entre las vigas, sobre la mesa, en las estanterías, todas con su fecha y las miradas que encierran en su pequeño formato. India, Sudamérica, Siberia, docenas de lugares de España...
Para no perderse
Catedral de Santander en el centro de la ciudad se levanta este edificio del siglo XII que, como curiosidad, tiene dos
Iglesia de Latas construida en el siglo XVI, es una típica iglesia cántabra, que se levanta sobre un antigo albergue de peregrinos situado en Loredo.
El albergue de Güemes podría, siguiendo el planteamiento platónico, ser sólo un lugar de paso, con sus camas, su libro de registro y unas bonitas vistas. Pero es mucho más. Una sucesión de estancias rodean la vivienda principal, que fue la casa familiar de los Bustio hace más de cien años. Hoy sigue siéndolo, y en ella residen Ernesto y cuatro de sus hermanas, todos ellos entregados a la rutina diaria que conlleva gestionar un lugar por el que han pasado, desde 1999, más de 12.000 personas de 80 países.
- Playa de Los Tranquilos una cala pequeña y recogida, con bonitas vistas de la ciudad.
- Playa de Langre para muchos, una de las más bonitas de Cantabria, rodeada de acantilados y con tradición sufera.
- Senda costera nueve kilómetros, de Pedreña a Pontejos.
Entre las impolutas paredes blancas y el cesped perfectamente segado, hay habitaciones, cocina, lavandería, biblioteca, sala común y una ermita. Dice Bustio que la sensación de los peregrinos al llegar, es de sorpresa. «Tenemos siempre, en la sala de los caminos, una charla de una hora antes de la cena». En ella se explica a las personas que cada día pasan por el albergue la historia del lugar y su filosofía. En esa narración se viaja hasta los orígenes, cuando Peuto y Vicenta, cuyo retrato está en la fachada princial, construyeron esta casa y una saga formada por quince hijos. «No como protagonismo, sino como un homenaje a nuestras generaciones pasadas; somos lo que somos gracias a ellos», explica. Algo que cautiva a los oyentes porque, dice, «vivimos nuestro presente y olvidamos nuestro pasado».
- Albergue Santos Mártires Dispone de 38 plazas y un precio de 6 euros por noche (C/ Ruamayor 1) 942 219 747
- La Cabaña del abuelo Peuto en Güemes encontramos uno de los albergues más amplios; 70 plazas a precio de donativo. (Bª Gargollo, 343) 942 621 122
La muerte de su madre coincidió con la llegada del primer peregrino y las cinco partes, los cinco hijos que debían repartirse la propiedad, decidieron no hacerlo y ponerla «al servicio del camino». Una propiedad colectiva y solidaria. ¿Qué quiere decir esto? Que las instalaciones se mantienen «sin un solo euro del gobierno, del ayuntamiento ni de la iglesia, a pesar de que yo soy cura», detalla. Todo lo que se levanta en la Cabaña del Abuelo Peuto se ha logrado con las aportaciones de muchas personas. No solo económicas, sino también de trabajo e ideas. El título de propiedad lo tiene la Sociedad de Amigos del Camino de Santiago. Si el albergue dejara de funcionar como tal, la propiedad no revierte a todo el colectivo, sino que íntegramente se destinaría al Tercer Mundo. «Nosotros vivimos bien, aunque tengamos crisis, debido a que otros países viven mal», razona Bustio.
"Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos" (Antoine de Saint- Exupéry)
El edificio está vivo, cambia. «Es una evolución permanente» que funciona con aportaciones, «no donativos, que suena a lismona». Se concibe como un intercambio, libre y anónimo, en el que cada uno da lo que considera en función de lo que recibe y el valor que le otorga. «El proyecto, un tanto utópico, es de todos». No es fácil captar «la riqueza que llevan los peregrinos, que es muchísima». En este punto, Bustio hace una crítica, y dice que de esto, «la administración y la iglesia saben muy poco, porque para conocer esa parte y ver lo que hay detrás, hay que estar en contacto con los peregrinos, que son más que gente caminando».
'A medio camino
' (Antonio Vega)
El evento jubilar le parece al sacerdote más turística que planteada para descubrir el espíritu que tiene el camino. «La Administración sigue su propio camino», bromea.
El sol está ya en alto cuando proseguimos, después de la charla con Ernesto. Caminamos siendo más conscientes de esa parte espiritual, metafísica, llámelo usted como quiera, que implica este recorrido cargado de historia y de historias.
Es una buena jornada para airear la mente. Cruzaremos Galizano y nos meteremos por la ruta de la costa, siguiendo el mordisco que las playas hacen a la tierra. Nos asomaremos a Langre, escarpada y Salvaje, de donde es difícil alejarse para continuar, pues quedarse mirando el vaivén de las olas resulta hipnótico y relajante.
Toda la zona está tranquila. Aún no han llegado los miles de turistas que cada verano eligen este paráiso norteño para disfrutar. Hay silencio y pocos compañeros de viaje.
Así, llegaremos hasta Somo, donde tenemos que elegir entre hacer el camino por tierra o subirnos en la barca que cruza hasta Santander. Elegimos lo segundo, por comodida, tiempo y curiosidad. Queremos ver la ciudad desde el mar como si fuera la primera vez.
Enrolados en «La Pedreñera», las fachadas, pulcramente alineadas sobre el frente marítimo, parecen un cuadro de Antonio López. Rompen la sensación de obra hiperralista los barcos que se cruzan y la silueta del Centro Botín, como un descomunal conector HDMI suspendido sobre el mar.
Pisaremos los Jardines de Peredas entre niños juguetones y abuelos que ejercen de compañeros de batallas en la tarde soleada. Es un paseo que hemos hecho antes, pero tratamos de verlo con ojos nuevos y nos encontramos con una ciudad viva, de calles bulliciosas que nos conducen hasta la catedral, donde recogeremos la documentación; esa credencial que nos servirá de visado para obtener el perdón cuando lleguemos a Santo Toribio.
La sensación de encanto se romperá al llegar al albergue, un piso oscuro y poco acogedor que aún luce la publicidad del Año Jubilar pero...de 2006. No importa. Hemos aprendido que lo relevante es la vivencia. Y también de esto estamos dispuestos a llevarnos un recuerdo valioso. Contiuamos.
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