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Las cuadrillas guardaron un minuto de silencio por las personas muertas en Laredo en la madrugada de ayer por un escape de gas. / M. DE LAS CUEVAS
Bronca para Morante, oreja para Hermoso
Feria de Santiago

Bronca para Morante, oreja para Hermoso

Cayetano Rivera Ordóñez causó una gran sensación a pesar de no llevarse trofeos La plaza quedó en perfecto estado después de la tormenta

DIEGO RUIZ

Viernes, 28 de julio 2006, 02:53

Los toreros artistas como Morante de la Puebla son así. No les gusta un toro y lo matan sin hacerle faena. No pueden perder el tiempo en zarandejas y en pases que no consigan rozar la mayor de las exquisiteces. El toro de los diestros artistas debe ser muy noble, con pocos pitones, y que embista pastueñamente. Luego, para estar bien y contentar al público, el maestro tiene que estar inspirado, motivado y..., que la temperatura del agua de la ducha del hotel sea de 18 grados, que el cielo esté azul claro y con nubes rosadas, que el coche que le lleva a la plaza cruce tres semáforos en verde, uno en ámbar y pare en cuatro en rojo, que la señora del asiento 23 de la fila 15 del tendido 7 sea rubia, que el vestido de tus compañeros de terna sea verde botella y tabaco y oro, que el público sea amable y que el toro tenga los pitones como escobillas por si le coge, que le limpie las motas de polvo y no le cale en la femoral. Toreros artistas como Morante de Puebla encuentran siempre una disculpa para justificar lo injustificable. Menos mal que el público no es tonto y está harto de que toreros artistas como Morante de la Puebla les tome el pelo.

La trayectoria de Morante lo dice todo. La eterna promesa del toreo sigue, después de nueve temporadas como matador de toros, siendo un proyecto de buen torero. Y al paso que va, terminará cortándose la coleta sin haber alcanzado la gloria. Y la culpa no será del agua de la ducha o de la señora del tendido 7, será de un torero joven, con condiciones, tocado incluso por el ángel del arte, que no quiere ser uno de los grandes del escalafón.

Morante de la Puebla toreó bien al primer toro de su lote, un toro impresentable no sólo para la Plaza de Toros de Santander, sino para la de portátil del último pueblo de la provincia de Cáceres. Sospechoso de pitones y muy flojo, fue además machacado en el caballo. Morante, con un inválido como rival, torero exquisitamente sobre todo por el pitón izquierdo. El toro tenía clase pero no se aguantaba en pie. Con el acero, Morante, no estuvo fino.

Al siguiente de su lote lo lidió muy bien su peón de confianza, quien lo paró, lo metió en el caballo, lo puso en suerte y lo mimó, a pesar del revolcón que se llevó. Pero Morante no estaba inspirado y lo mareó con la muleta para entrar a matar como pudo, de un bajonazo. La bronca fue mayúscula.

Tardes como las de Morante son además injustas con el resto de los protagonistas de la fiesta. Tanto se habla de él que del resto a penas se dice nada. El rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, que abrió la tarde, estuvo muy bien con el primer toro, un 'bohórquez' que no le ayudó mucho. Espectacular su caballo 'Chenel'. El navarro mató bien y se llevó una oreja.

En el cuarto, Hermoso de Mendoza destacó con su caballo 'Merlín' y las banderillas al quiebro. Magnífico fue el par último a dos manos con 'Sarnata'. Mató mal y fue aplaudido.

Cayetano, por su parte, apunta buenas maneras aunque aún está un poquito verde. Es normal, los buenos toreros se forjan con el paso de los años y el lleva pocos metido en esto. El hijo de Paquirri tiene un gusto especial para torear y las lecciones las tiene bien aprendidas, para ello tiene a un gran maestro -Curro Vázquez-. Hay que darle tiempo. Con la mano izquierda ayer en Santander dio unos pases magníficos, quizá carentes de mayor ritmo. Por otro lado, no se amilanó y tras ser revolcado volvió a la cara del novillo sin mirarse la taleguilla. Tuvo la mala suerte de matar de una buena estocada al segundo de su lote y que, muerto, no cayera fulminado. Tras mucho tiempo de espera y un descabello, el toro dobló. Hubo una gran petición y el presidente parecía dispuesto a darle la oreja, pero tardó tanto en sacar el pañuelo que cuando se olía el triunfo, al toro se lo habían llevado las mulillas.

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