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XAVIER PERICAY
Domingo, 30 de julio 2006, 02:56
Desde que al ministro Sevilla se le ocurrió decir, aludiendo al también ministro Montilla, que un charnego jamás podría presidir la Generalitat, la palabra «charnego» -y lo que la palabra encierra- ha ido apareciendo, de forma cíclica, en el paisaje político catalán. Eso sí, sin el valor despectivo que tenía antaño y que aún recogen los diccionarios. Más bien como algo antropológico.
En este sentido, la corrección política ha provocado incluso que políticos nacionalistas como Duran Lleida y Carod Rovira hayan reivindicado para sí -y a mucha honra, según ellos- la condición de charnegos. El primero, por haber nacido él mismo en Aragón; el segundo, por ser hijo de aragonés.
Aun así, el que la palabra haya perdido fuelle y su uso sea percibido como manifiestamente incorrecto no debería inducir a creer que lo que la palabra encierra se ha evaporado. En absoluto. Sigue pesando, como una suerte de fardo que el presunto charnego debe acarrear de acá para allá. Ello es así, sobre todo, en las actividades que comportan un cierto grado de representación y, en especial, en las del ámbito de la política.
JOSÉ MONTILLA
Ministro de Industria
Hace quince días, el Partido de los Socialistas Catalanes (PSC) proclamaba por fin al ministro Montilla candidato a la Presidencia de la Generalitat. José Montilla es un cordobés de 51 años, que llegó con 16 a Cataluña y aún tuvo tiempo de arañar un palmo de gloria antifranquista con su militancia juvenil en el Partido del Trabajo de España, donde era conocido con el sobrenombre de «El Guerrillero». Pero su carrera de verdad no empezó entonces, sino en 1978, cuando ingresó en el PSC. De forma sucesiva, el hoy candidato ha sido teniente de alcalde de Sant Joan Despí, alcalde de Cornellà, primer secretario del partido, presidente de la Diputación barcelonesa y, hasta nueva orden, ministro.
Pues bien, pese a ostentar semejante currículum y pese a haber dado muestras sobradas de fe catalanista -basta recordar su papel principalísimo en la firma del pacto del Tinell y en la negociación del Estatuto, y su insistencia en que Cataluña es una nación-, José Montilla tuvo que oír, el mismo día en que era designado candidato, cómo su principal adversario, el convergente Artur Mas, decía de él: «Es catalán al cien por cien», aunque «de catalanista no tiene mucho».
Este es el fardo que hay que acarrear. Ya no se trata del origen, pero sí del modo como uno lava este origen. Si Duran Lleida y Carod Rovira pueden presumir de charnegos es porque son nacionalistas. No hay más misterio. A Montilla, al parecer, todavía le falta un trecho.
Y es que en Cataluña el que aspira a una cuota de poder tarde o temprano tiene que pagar peaje. Sobre todo si ha venido de fuera, con una mano delante y otra atrás. O casi.
JUSTO MOLINERO
Propietario de Radio Tele-Taxi
Así vino en 1967 otro cordobés, Justo Molinero. Con 18 años en su caso, y también en busca de una oportunidad. Sólo que Molinero, en vez de optar por la política, optó por el taxi. Y cuando llevaba once años en el negocio, en 1982 decidió crear Radio Tele-Taxi, una emisora eminentemente musical, con intervenciones de los oyentes, tan clandestina en sus orígenes como la militancia del hoy candidato a presidir la Generalitat.
Fue un éxito. Pero en 1986 el Gobierno Civil se la cerró y Molinero tuvo que refugiarse en otras ondas. No volvió a abrir hasta 1992, en que otro Gobierno, el de Jordi Pujol esta vez, le concedió la licencia.
Radio Tele-Taxi, con 350.000 oyentes de audiencia, es hoy la primera cadena musical para adultos de Cataluña. Y la cosa no queda ahí, porque el sello dispone ya de otras cadenas de radio, de un canal de televisión y de una agencia de publicidad, y organiza cada año en Santa Coloma un macrofestival al que asisten unas cien mil personas.
No hay duda de que el ex taxista se lo ha ganado a pulso, pero tampoco la hay de que su amigo Jordi Pujol le ha echado más de una mano, como en 1999, cuando perdonó a la emisora la multa que le correspondía por no cumplir con las cuotas de música en catalán previstas en la nueva Ley de Política Lingüística.
Claro que favor con favor se paga. Aquel mismo año, tras afiliarse a Convergència, Molinero puso la cadena al servicio del presidente y de su campaña para las autonómicas: le hizo él mismo dos entrevistas radiofónicas y hasta le montó un mitin con los Chunguitos como teloneros en el que Pujol casi no pudo intervenir, porque el público quería seguir con la música y no paraba de abuchearlo. Aunque esto último, por supuesto, no puede echársele en cara al organizador.
FRANCISCO GARCÍA PRIETO
Presidente de la FECAC
Otro que ha llevado el fardo lo mejor que ha sabido y podido es el también andaluz Francisco García Prieto, presidente de la Federación de Entidades Culturales Andaluzas en Cataluña (FECAC). Aquel 1999, poco antes de que Molinero entrara en campaña, García Prieto participó en un acto junto al entonces consejero de Bienestar Social Antoni Comas para dar públicamente su apoyo a la nueva Ley de Política Lingüística. La anécdota no tendría mayor importancia si no fuera porque el propio presidente de la FECAC, durante la Feria de Abril de 1997, había amenazado con recoger un millón de firmas en contra de esta misma ley, que por aquellas fechas se estaba tramitando en el Parlamento.
Tuvieron que intervenir los políticos, a derecha e izquierda, con el presidente Pujol a la cabeza, para disuadirlo de su propósito. Y es que la Feria de Abril, organizada por la FECAC y con cerca de un millón de visitantes, ha sido siempre un punto de encuentro obligado de toda la clase política catalana, una especie de granero de votos altamente codiciado. Basta decir que la Feria recibe copiosas subvenciones de todas las administraciones catalanas, e incluso de la Junta de Andalucía.
JOSÉ MANUEL LARA BOSCH
Editor
El caso de José Manuel Lara Bosch es algo distinto al de los anteriores. Una cuestión de nacimiento, sin duda. Y de escala. Porque José Manuel Lara, al contrario que los demás, ha nacido en Barcelona y, como quien dice, con las manos llenas. Aquí el andaluz, el andaluz pobre, es el padre, José Manuel Lara Hernández, que levantó de la nada una gran editorial, la editorial Planeta. Luego el hijo, con su política de adquisiciones, ha convertido Planeta en algo así como un pequeño imperio: el primer grupo editorial español y el séptimo del mundo, con 5.000 empleados directos y una facturación en 2004 de más de 1.500 millones de euros.
Y tal vez por este afán o por esa necesidad de crecer, a José Manuel Lara hijo le ha llegado también la hora del peaje. Le llegó con la compra del diario «Avui», en el que comparte accionariado con el Grupo Godó y con el propio Gobierno de la Generalitat, y cuya adquisición no guarda relación ninguna, por supuesto, con su entrada en «La Razón», Antena 3 TV u Onda Cero, o con la creación del gratuito «ADN». Y también le llegó con el dichoso Estatuto, cuando tuvo que encabezar con su firma, a finales de agosto de 2005 y en tanto que presidente del Círculo de Economía, la famosa carta de los 11 empresarios inducida por el propio presidente Maragall, aquella que empezaba con un «Volem un nou Estatut» y terminaba, plomiza, con un «Volem el nou Estatut».
Y lo peor de todo fue el ridículo. Porque apenas cuarenta días antes, el mismo día en que tomaba posesión como presidente del Círculo, Lara había criticado el «ruido» que estaban provocando discusiones como la del Estatuto, que, según él, aparecía «en el lugar 11 o 12» entre las preocupaciones de los catalanes.
Lo dicho: el peaje que tarde o temprano hay que pagar.
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