Secciones
Servicios
Destacamos
ROBERTO BLANCO
Martes, 1 de agosto 2006, 02:43
De todas las óperas de Verdi, 'La Traviata' es, sin duda, una de las más populares, de las más accesibles para el público y de las más universalmente representadas. Su trama dramatúrgica presenta diversos ingredientes típicos de la libretística del siglo XIX: el amor como vehículo que supera cualquier límite impuesto por las reglas de la convención social, y la preeminencia del valor irracional del vínculo de sangre (la familia) sobre cualquier otro.
De ello resulta que el núcleo conflictivo de la ópera sea la contraposición entre la vida mundana y la vida familiar-burguesa. Violetta escandaliza porque su acto de amor rebasa los límites que la hipocresía burguesa impone a su papel de mujer de mundo, pero no por eso la polaridad del conflicto está directamente encarnada por los personajes: si evidentemente Giorgio Germont representa la voz del espíritu doméstico-burgués, su antagonista real no es Violetta, sino todos los componentes de la categoría de lo mundano. Por lo tanto el papel central de la ópera -el de Violetta- es verdaderamente amplio y complejo, porque asume todos los valores antagonistas en juego. Será esa complejidad del personaje la que empuje e inspire a Verdi para crear una caracterización sonora de las más prolijas y esmeradas y, consecuentemente, de las más arduas interpretativamente de toda la historia del melodrama.
Cuando escuchamos 'La Traviata' nos sorprende inicialmente su innovadora factura orquestal, en particular el original uso de la cuerda; recordemos los preludios de los actos I y III, de merecida fama. El otro aspecto que nos sorprende es la innovación, de gran eficacia dramática, en el uso de las fórmulas convencionales de la ópera italiana: ilustrativo es el famoso 'Sempre libera'; aquí la fórmula recitativo-aria se transforma en andante-recitativo-cabaletta, demorando la llegada de esta última, momento en que el uso dramático de sus agilidades vocales es auténticamente magistral.
En el papel de Violetta sorprende ante todo el contraste entre la coloratura resplandeciente del primer acto, donde describe su vida superficial parisina, y la sencillez expresiva y descarnada de los dos actos siguientes, las fases de peripecia y catástrofe, destacando el acto II por su estilo musical completamente nuevo y el acto III por su despojamiento y desnudez, hechos que siempre plantean problemas para asignar el papel. Pero lo más reseñable musicalmente de 'La Traviata' es la forma en que los números cerrados -arias, dúos, conjuntos- emergen y después se sumergen en la marea de la música, pese a que la obra pueda considerarse de transición dentro del corpus verdiano.
De los muchos grandes momentos que tiene la ópera, el que hace de eje del drama es la gran escena del segundo acto entre Violetta y Germont-padre, que estructura la obra en dos partes, procedimiento que también utilizó, por ejemplo, Alban Berg en su 'Lulú': ascensión de la protagonista, y después decadencia y caída. De los otros dos personajes principales, Alfredo, papel para tenor lírico, debe ser capaz de dar un aspecto juvenil y apasionado en el primer acto y mostrar buenas dotes dramáticas en el segundo, sobre todo en la escena de la ofensa a Violetta. Más rico psicológicamente es el papel de Giorgio Germont, para barítono lírico, que canta una de las más célebres arias de Verdi para esta cuerda, 'Di Provenza il mar'. Y también bastante importante es la labor del coro, con la conocidísima escena del brindis y su actuación en las curiosas escenas de las zíngaras y los toreadores, con ballet incluído.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.