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M. L. MARTÍN-HORGA
Miércoles, 30 de agosto 2006, 03:10
El Festival Internacional de Santander cerró en la noche del lunes el ciclo de danza de esta 55 edición con el trabajo de un coreógrafo que quiere renovar el flamenco. La moda de la fusión no es nueva y en ocasiones proporciona una salida interesante a un camino que resulta inexplicablemente reiterativo cuando de nuevas producciones se trata. La batalla está siempre servida: puristas que quieren conservar -con todo el derecho- su legado, frente a artistas que quieren 'crear' y no copiar y repetir hasta la saciedad los mismos patrones. Antes que nada hay que decir que éstos últimos tienen también todo el derecho y, por cierto, más valentía. Pero no todo intento renovador produce inmediatamente una obra de valor.
'En Rojo' toma prestadas ideas de otras obras de danza contemporánea, principalmente efectos visuales conseguidos con las luces, que se mezclan en un cóctel un tanto indigesto. Cruceta utiliza telas, linternas, proyecciones, contraluces, fundidos, tarimas, ropa de calle, música diversa, bailarines de hip hop, todo lo que encuentra, en un afán por sumar elementos que, por exceso, producen un cierto empacho. Las ideas se quedan simplemente en eso, no consiguen madurar y amalgamarse en un producto coherente. Hay audacia pero falta tiempo, y nos encontramos con un trabajo de taller, un poco crudo. Sobra espacio, el escenario se cubre con elementos que no rellenan los huecos producidos por la falta de propósito. El formato del espectáculo no se adecua al escenario de la Sala Argenta -ni qué decir al del Festival- que parece más grande que nunca. Esta circunstancia resulta agravada por la ausencia de bailarines carismáticos, cuando no profesionales: el cuerpo de baile se encuentra desbordado en la inmensidad de un universo que le resulta inabarcable.
Bailarín y/o coreógrafo
Mariano Cruceta demuestra talento como bailarín y buena técnica. Sin embargo, como coreógrafo en este 'En Rojo' no realizó ningún aporte digno de mención. Hay algunas imágenes que se pueden considerar, pero el tránsito entre unas y otras, la auténtica danza, no se produjo con la suficiente fluidez. A pesar del desorden, el coreógrafo tiene una mente abierta y una base técnica considerable.
El espectador, generalmente, está ávido de notas que le conmuevan y remuevan de su butaca, algo que no ocurre en ningún momento de esta obra. Quizás el problema principal es que la compañía de Cruceta se reduce al propio Cruceta.
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