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MARIANA CORES
Lunes, 25 de septiembre 2006, 03:36
Senegal (África) es hoy más noticia que nunca por sus grandes exportaciones. Pero para desgracia de su población, lo único que sale del país son cayucos rebosantes de inmigrantes, en cuyos equipajes apenas llevan una muda y la esperanza de encontrarse con una vida mejor. Esperanza que, como contó Babaca Camara (Paco para sus amigos de España), senegalés que llegó a Santander hace seis años con un contrato de trabajo, «pierden a los pocos días de tocar tierra canaria».
A pesar de las noticias que llegan desde las islas, que hablan de avalancha de senegaleses y de afinamiento en los centros de acogida, a Cantabria «no están llegando aún de forma exagerada», apuntó el presidente de Cantabria Acoge, Tomás González-Quijano. Hasta el centro «nos han llegado unos ocho desde la llamada crisis de los cayucos de este verano». González-Quijano se mostró «preocupado» por la alarma que se ha creado en torno a este acontecimiento, ya que la inmigración ilegal procedente de Senegal representa el 3,5 por ciento de toda España. Por cada senegales que llega a Cantabria, «nos llegan cuatro de los países del Este». De esta misma opinión fue Yolanda Castillo, secretaria de Política Social, Mujer e Inmigración de CC OO, quién indicó que «a Cantabria, por ahora, no nos está afectado. Veremos que ocurre cuando comiencen a distribuirlos desde Canarias a las distintas comunidades autónomas».
Sin embargo, para Camara la situación es muy preocupante. Llegó con sus papeles en regla y a día de hoy tiene un contrato fijo como soldador, pero en su casa, en estos momentos, están viviendo tres compatriotas 'sin papeles'. «Por mucho que les decimos que esto no es el paraíso, que aquí la vida es muy dura, tanto como en Senegal, pero lejos de los tuyos, donde es imposible trabajar de forma legal, no te creen», indicó. Este joven de 28 años apuntó que «la televisión es muy traicionera. Tienen una imagen de Europa idílica. Además, cuando ven que alguno de nosotros hemos salido adelante, no se lo piensan dos veces. En mi país, un hombre blanco es sinónimo de riqueza».
La situación en su país es tan desesperante «que todo merece la pena con tal de buscar algo mejor. Todos vienen pensando que aquí van a encontrar trabajo. Es muy injusto, porque en España se necesita mano de obra y nosotros somos muy trabajadores».
Pero lanzarse a esta aventura de conquistar Europa en muchos casos les cuesta la vida. «Ni siquiera eso les importa. La esperanza de vida en Senegal es 48 años, en unas condiciones muy duras. Por lo tanto, la posibilidad de perderla un poco antes tampoco les asusta demasiado», agregó.
Actualmente, las mafias «son nuestras peores enemigas», aclaró Camara, ya que «engañan. Por viaje cobran unos 600 euros (los ahorros de toda una familia) y les dicen que el viaje durará unos 500 kilómetros (cuando son cerca de 2.000). El problema es que muchos llevan las provisiones para menos días de lo que en realidad dura la travesía y pueden morir deshidratados».
Tanto González-Quijano como Castillo opinaron que las mafias suponen una tremenda lacra. «Estas organizaciones se han ido consolidando con los años y ahora son muy fuertes. Hacen de todo con tal de sacarles el dinero y la mayoría de las veces les engañan».
El futuro del país
Otro tema que preocupa a Camara es el futuro de su país. «Cada vez salen más jóvenes, incluso mujeres embarazadas. ¿Qué va a suceder dentro de unos años, cuando toda la mano cualificada esté en Europa? ¿Quién va a sacar el país adelante?»
Castillo fue contundente: «Se está esgrimiendo el país. Éste problema lo temenos que asumir los países del primer mundo, para que la situación no vaya a peor. La solución no pasa por darles dinero, sino por financiar proyectos concretos que sean dirigidos por nosotros, pero con mano de obra autóctona, a la que debemos formar en sus países de origen».
Desde Cantabria Acoge se destacan dos características de los senegaleses: «Las familias son muy extensas y unidas, por lo que las que están instaladas aquí no dudan en acoger a cualquier miembro que llegue de forma ilegal», apuntó González-Quijano. Pero el idioma supone una «gran barrera», ya que llegan totalmente analfabetos. «La mayoría han estudiado en escuelas coránicas, basadas en la religión musulmana y en el idioma árabe. Así que hay que empezar de cero». Indicó que el Centro de Adultos del Ministerio de Educación «no está lo suficientemente adecuado para estos casos, y nosotros no damos a basto. Necesitamos más subvenciones».
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