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J. A.
Lunes, 13 de noviembre 2006, 10:40
Hacía mucho tiempo que el público de El Sardinero no dedicaba una ovación como la de ayer al Racing al término del partido, y eso a pesar de que no se ganó. Ni siquiera se consiguió un gol. Sólo un empate que pareció poca cosa teniendo en cuenta todo el trabajo que desarrolló la gente de Portugal frente a un Sevilla que llegó a Santander como líder y casi tuvo que salir por la puerta de atrás.
En cierto modo, el conjunto de Juande Ramos fue el único que no estuvo en su papel. Porque el Racing se comportó con el Sevilla como hace en las grandes ocasiones: Sólo ante el Barcelona o el Real Madrid puede verse sobre el campo un grupo tan derrochador de esfuerzo. Incluso el público cumplió y echó una mano atando en corto al árbitro y abroncándole a la mínima. Por si acaso. Y el Sevilla, del que se esperaba tanto, pues jugó un partidito sin más y se marchó con un punto casi regalado.
Otra de las cosas que se pudieron comprobar ayer en los Campos de Sport fue que el Racing, básicamente, está formado por Munitis y otros diez muchachos, en importancia decreciente desde Zigic hasta Rubén.
Componendas
Claro que, una vez visto el encuentro, ya nadie se acuerda de que Portugal se las tuvo que componer sin tres titulares y que hizo el apaño con Balboa, Serrano y Vitolo, tres jugadores con hambre de méritos con los que acertó.
En cuanto al partido en sí, el Racing planteó desde el primer minuto un juego alegre y físicamente muy exigente. Lo lógico era pensar que el Sevilla, al principio un poco desconcertado, encontraría su sitio tras ese asalto de tanteo, y también que los locales no serían capaces de aguantar ese ritmo. Pero ni una cosa ni otra.
La fórmula aplicada por el técnico santanderino era sencilla: en defensa, dos y tres hombres encima del que cruce la línea de medio campo con el balón; en ataque, lo que diga Munitis. Porque ésa es otra: el chaval del Pesquero jugó tan bien que hacía destacar al compañero que tenía al lado. En la primera parte, cuando cayó hacia la derecha, hizo brillar a Balboa; en la segunda, cambió de banda y le dio vida a Serrano.
El Sevilla, desaparecido
En la primera mitad, el Sevilla ni apareció. Las únicas situaciones de cierto riesgo, más por la cercanía que por otra cosa, se debieron a faltas inoportunas, muchas de ellas con la firma del central Rubén. El Racing, con Zigic en la proa, no atinó. Merodeó por los alrededores de la portería de Palop, pero no acertó a clavarle el gol que se merecía. Unas veces porque al serbio se le trababa el balón entre esas piernas kilométricas que deben de ser tan difíciles de manejar; otra, porque a Munitis no le entró una vaselina que hubiese puesto el campo patas arriba. Sea como fuere, el Sevilla llegó vivo al descanso.
Después del intermedio siguió sonando la misma canción en El Sardinero. El Racing no dejaba tiempo para pensar a los visitantes, que se deshacían de la pelota por no tener que vérselas con una defensa tan pegajosa, y Pedro Munitis aceleraba el pulso de los defensas sevillistas. Rubén también siguió con su particular estrategia, y quiso el Cielo que Daudén Ibáñez no viese un penalti tonto-tonto que cometió.
Portugal vio quién mandaba sobre el césped, se puso ambicioso y aprovechó el refresco de Balboa para colocar a Aganzo en punta. ¿Cómo estaría de contenta la afición que incluso recibió con palmas al delantero, después de un año de pitadas!
No pudo ser
La apuesta, desgraciadamente, no dio el resultado apetecido, y el Racing tuvo que conformarse con ofrecer su mejor imagen, que ya es bastante: la de un equipo valiente y tenaz, que compensa con sudor sus apuros de plantilla. ¿Y el Sevilla? Pues sí que se fue con su puntito, pero también con el sonrojo de no haber sido capaz de obligar a Toño a mancharse de barro los pantalones.
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