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JUAN DAÑOBEITIA
Viernes, 17 de noviembre 2006, 02:27
Lo complejo llega cuando uno trata de encontrar el sentido a los capítulos por separado, y es que 'Diez dedos' está dibujado a diez manos. Las de una decena de jóvenes (y a veces no tanto) ilustradores del país que, cada uno con sus trazos, su estilo y su concepto de la historia, narran las vivencias de, se supone, varias familias de la mafia. Cada capítulo un dedo. Todos juntos, dos manos. Pero no se puede contar del uno al tres sin haber pasado por el dos. Algo así como un 'Rayuela' en blanco y negro, con personajes que cobran vida y se entrometen en las de los demás.
Años 80
Christian Suárez, Alfonso Salazar, Saeta, Álvaro Núñez, Álvaro Muñoz, José Luis Martínez-Larraz, Enrique Lorenzo, David Hueso, Carlos Díaz y Colo y Deme son los firmantes de las historias. Cada uno, bajo la dirección de los dos primeros, tiende a desarrollar un guión, a priori independiente, de una etapa de la historia general. En principio, su relato empieza y termina en sus manos. Ellos tienen libertad para, bajo la batuta de Suárez y Salazar, desarrollar su parte de la narración. No obstante, todas las historias juntas terminan por conformar una sola. 'Diez dedos'. 'Los Soprano' del cómic pero revisitados desde el punto de vista irónico, libertino y asocial del cómic.
¿Existen más barreras que la del argumento lineal? No. Cada cual tiene su estilo y lo refleja en su poco más de decena de páginas. Desde trazos gruesos y marcados hasta realismos lineales y planos. Esbozos a diferentes vanguardias de la ilustración. Guiños al cómic clásico de los años 80, a pesar de que la historia esté ambientada una década después.
Story board
Cada cual se encarga de presentar a sus personajes. Abuelas, chicas explosivas, mujeres peligrosas, capos de la mafia venidos a menos, sicarios de medio pelo y otros que no se cortan un pelo. 'Diez dedos' cuenta con los alicientes de un cuento bohemio del neorrealismo italiano y a la vez es la historia de varios perdedores, de quienes se creen vencedores, de quienes se saben vencidos.
Sería algo así como dejar a Tarantino que esboce tres líneas de un story board, que los Monty Python marquen las pautas de algún pasaje del guión y que le regalen a Ken Loach la oportunidad de montarlo todo, sin haber tenido mucho que ver, pero con la oportunidad de, con total libertad, llevarlo a su terreno.
Tiene un punto de locura esquizofrénica; un poco de historia moderna del cómic en España; grandes de dosis de perder al lector para después reencontrarle cuando menos se lo espera. En definitiva, como prestarle un lápiz a un par de manos con diez dedos de diez personas diferentes. Pero con un grado importante de genialidad.
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