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MIGUEL PÉREZ
Martes, 2 de enero 2007, 09:27
Augusto Borderas Gaztambide (Irún, 1932) es de esas personas a las que el terrorismo ha obligado a vivir en los márgenes del horror, en las aceras que encauzan el tumulto de la violencia, testigo perenne del discurso de las armas como médico que atendió a víctimas de bombas-trampa en el hospital vitoriano de Txagorritxu, también como político (fue concejal en el Ayuntamiento de la capital alavesa y parlamentario por parte del PSE-EE), pero, sobre todo, como amigo de Fernando Buesa, el dirigente socialista asesinado por ETA cuyo recuerdo inunda sus ojos de lágrimas.
Precisamente, la Fundación Fernando Buesa acaba de publicar un libro de pensamiento -'El valor de la palabra'-, donde varios intelectuales y expertos reflexionan sobre la paz y el mundo actual desde distintas especialidades, desde el urbanismo a la pedagogía. Borderas participa en este volumen con un inquietante ensayo sobre cómo los niños enfocan la muerte, los huérfanos y las similitudes que halla entre la violencia de ETA y el nazismo en cuanto a mecanismos de terror. El talante intelectual y literario posiblemente haya ayudado a este antiguo parlamentario a metabolizar muchos dramas, aunque en esta entrevista llora al recordar algunos. Y siente, y hace sentir, cuando musita: «Yo moriré sin ver una solución al País Vasco». Una percepción acrecentada por el «brutal» atentado de Barajas, que le ha dejado «aturdido y defraudado».
-Usted fue jefe de Pediatría y director del hospital de Txagorritxu entre 1973 y 1987, una época especialmente dramática.
-Recuerdo haber visto a hijos de guardias civiles que vivían encerrados en el cuartel y no podían salir a la calle por aquello de que «puede pasarte algo». Para un niño de cinco o seis años, la situación resultaba angustiosa y difícil de entender. Por eso, había bastantes casos de chavales que se negaban a comer, a ir a la cama, a atender a sus padres Una actitud de rechazo a la realidad y lo que ocurría en ella
- que, como responsable de un hospital, usted vería cuajada de dramas.
-Sí. Yo estaba en la dirección del hospital cuando llegó el cadáver de un teniente que había caído en una bomba-trampa. No puedo describir su estado. Sólo sé que su familia venía desde Madrid a Vitoria y yo estaba espantado. Mi única obsesión era que pudieran recomponer el cuerpo porque pensaba: 'Dios mío, como llegue la familia y quiera ver esta pesadilla va a ser terrible'. Son cosas que casi nunca he contado a nadie.
-En su ensayo habla de los huérfanos del nazismo y establece paralelismos entre el asesinato selectivo de ETA y el desprecio étnico durante el III Reich.
-Bruno Bettelheim fue un psiquiatra austriaco discípulo de Freud, judío y que permaneció recluido en el campo de internamiento de Buchenwald, donde estuvo Jorge Semprún. En uno de sus libros aparece el asunto de los huérfanos del nazismo y me pareció muy similar a la situación actual de muchos niños a los que ha habido que explicar cómo su padre fue asesinado sin motivo alguno. Conozco otra historia, ésta es un relato, de un policía local que termina siendo vigilante en un campo de concentración. Su asistente es judío y un día le dice al jefecillo que han traído a su padre, de 80 años, preso, y le pide algo de comida para él. El vigilante se lo concede y éste le da las gracias. Así, hasta que un día agradece incluso que maten a su padre de un disparo en vez de gasearlo. Una subordinación tremenda al terror
-La 'negociación' con quienes lideran la violencia también ha sido frecuente entre extorsionados en el País Vasco. ¿El horror es cíclico?
-Hay demasiadas concomitancias, aunque salvando las tremendas diferencias entre el terror nazi y éste, claro está. Por otro lado, aquél duró doce años y aquí llevamos más de treinta con esta sensación de asfixia, de agobio.
-Augusto Borderas era un niño cuando estalló la Guerra Civil. De joven, como médico, vivió las secuelas de la Segunda Guerra Mundial. Y más adelante ha pertenecido al Consejo de Europa y conocido bastantes conflictos 'regionales'. ¿El deseo de diferenciarse de los demás figura en el germen de muchas expresiones violentas?
-Claro. El régimen de Hitler establecía una diferencia entre la raza superior y la inferior. Cuando por fin descubren el zulo donde estaba encerrado el funcionario de prisiones Ortega Lara, quienes vigilaban el agujero le dicen al juez Garzón que no hay nadie recluido. Cuando la Policía levanta la máquina y aparece el secuestrado, el magistrado le pregunta a uno de ellos: «¿Y éste, quién es?». «Ah, bueno, 'ése'», le responde. Esas palabras estremecen.
La condena del menor
-El 29 de febrero de 2000, días después del asesinato de Fernando Buesa y de su escolta, Jorge Díez, usted promovió la primera declaración de condena de un atentado en nombre de los niños, en una sesión del Consejo del Menor de Álava muy emocionante.
-Por mi condición de médico de niños me pareció una locura que yo no me decidiera a hacer eso. Era absolutamente necesario que una institución como el Consejo del Menor realizará una declaración en favor de los niños y de los huérfanos, que hay muchos.
-¿Es posible que dejen de sufrir?
-Soy médico. No sé cómo se puede reparar a una persona cuyo padre ha sido asesinado. He visto con horror estas situaciones, con una sensación de que es imposible arreglar algo ante unos individuos que han eliminado cualquier tipo de conciencia frente a tal grado de sufrimiento ajeno. Alguien que pasa por un atentado contra sus padres se encuentra al día siguiente con una ciudad que funciona normalmente, donde los cines abren, la gente compra en los supermercados y otros niños juegan en la acera. Han matado a tu padre y parece que nadie se entera. Implica un sentimiento de encontrarse perdido: ¿Por qué todo sigue funcionando si yo me he quedado sin progenitor?
-¿Cómo ha recibido el atentado del aeropuerto de Barajas?
-Es difícil interpretarlo. Es un atentado que se asemeja más a esas imágenes de Irak que a otra cosa. Ha sido una atrocidad. Estoy abrumado. El mensaje es que no hay final para esta situación. Ahora sólo queda una reacción de ésos que dicen ser la izquierda abertzale, pero qué izquierda acepta que se asesine a dos trabajadores.
-¿Espera esa reacción tras las palabras de ayer de Arnaldo Otegi?
-No. Al final todo se reduce a que ETA decida firmemente que quiere acabar con todo esto. Porque, después de este atentado, parece que lo único que han querido es la rendición del Estado de Derecho.
-¿Piensa que la situación mejorará en breve en el País Vasco?
-No, me siento muy escéptico. Unos señores que han matado durante 30 años, ¿ahora van a rezar el ángelus? No creo que yo viva para ver el final. Y, cuidado, también hay una situación que yo comprendo que es dramática: a mí me angustia ver a un señor de 70 años con el pelo blanco sosteniendo la pancarta de su hijo preso. ¿No puede detenerse una cosa para desactivar las dos? Es otro drama humano. Esta es una sociedad enferma, alterada.
-¿Es partidario del acercamiento de presos de ETA como vía de solución de la violencia?
-Sí, pero la violencia tiene que cesar primero, ¿eh? Para poder bajarse del coche, hay que detenerlo antes. Es decir, primero tiene que parar el terrorismo, llegar a la conclusión de que esto se ha terminado, y a partir de ahí hablaremos de cómo reconstruir la situación. ¿O lo vamos a hacer como en los exámenes patrióticos durante la Guerra Civil, con un nueve largo encima de la mesa mientras le decimos al catedrático «y ahora pregúnteme usted»? El terrorismo de ETA es un anacronismo y existen otros cauces para defender las ideas.
-Usted vivió como político los primeros años de andadura de la democracia
-En las primeras elecciones democráticas Fernando Buesa y yo apoyamos a Izquierda Democrática, el partido de Joaquín Ruiz-Giménez, con un éxito notable porque no sacó un solo diputado en toda España.
-¿Entiende que se hable todavía del conflicto vasco alguien que ha visto crecer la autonomía y el Estatuto?
-Por una parte se dice que hay conflicto, pero por otra aseguramos que en Euskadi tenemos los mejores servicios sociales, que la industria posee un gran peso dentro del panorama español y que todo está bien. Si eso es así, no veo conflicto. ¿Y qué conseguimos siendo independientes? ¿Y después? Porque lo que seamos tras la independencia tampoco se discute aquí. Quizá Europa no haga una oposición a una Euskadi independiente, pero tampoco creo que mueva un dedo a favor. Y España seguirá existiendo: cuidado con su desarrollo que no será manco.
-¿Detecta más crispación ahora que cuando era parlamentario?
-Mucha más. No entiendo que los partidos estén tirándose los trastos. Ahora mismo existe una situación muy seria de crispación y eso conduce al desprestigio de las instituciones y a que la gente diga que vote su padre.
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