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ÁNGEL NEILA MAJADA*
Sábado, 10 de febrero 2007, 04:13
EL sacerdote campurriano Julio Montes dejó escrito que nadie muere del todo hasta que el olvido se viste de etiqueta. En el caso del personaje que nos ocupa dicho olvido viste las mejores galas casi desde el día siguiente al del fallecimiento del "Desgrange español", como así le bautizó la prensa francesa.
Clemente López-Dóriga y López-Dóriga (1895-1957) -en adelante CLD- perteneció a una de las familias santanderinas de más rancio abolengo. Su padre, don Victoriano, fue un destacado balandrista, ostentaba el empleo de capitán de corbeta y fue nombrado gentilhombre de cámara del rey Alfonso XIII. Su madre, doña Matilde, era hija de Antonio López-Dóriga Aguirre, uno de los fundadores del Banco de Santander. En consecuencia, CLD disfrutó de una holgada posición económica participando en una vida social "de alto nivel". Pudo hacer muchas cosas, pero decidió consagrar su vida al deporte, un sportman, que se decía entonces. Practicó el ciclismo cosechando varios éxitos y después se dedicó en cuerpo y alma al mecenazgo de deportistas cántabros, especialmente ciclistas. Muchos son los nombres de estos últimos que podría citar, pero esencialmente queda un recuerdo imborrable del patrocinio prestado a Victorino Otero, a la dinastía Trueba-Pérez, cuyos exponentes más famosos fueron Vicente, José y Fermín, y a otros que se haría muy lago exponer aquí. En menor medida, su padre y su hermano Ricardo también contribuyeron en el auspicio de jóvenes deportistas cántabros.
Es posible que lo que consiguieron aquellos "forzados de la ruta" que practicaban el ciclismo por carreteras infames en las que el polvo blanco, nebuloso, de la ruta se mezclaba con el salino sudor humano y el frío metal de las "jacas de acero", fuera en mayor o menor medida gracias al trabajo entre bastidores de CLD, pues poseía algo que no tenían sus patrocinados: contactos. Es decir, altruistamente puso sus influencias (y a veces su dinero) al servicio de otros. Un ejemplo: si Vicente y José Trueba participaron en el Tour de 1930 formando parte de la selección española fue, aparte de la indudable calidad deportiva que atesoraban, gracias a que CLD con sus crónicas desde la prensa santanderina (con gran repercusión a nivel nacional) y moviendo hilos tanto en la Unión Velocipédica Española (U.V.E.) como en entrevistas con los delegados del Tour en España, sabiamente supo imponer su criterio al de los intereses vascos o catalanes, quienes con sus influencias en la U.V.E. y desde los periódicos Excelsior y El Diluvio principalmente argumentaban que tenían que ser sus paisanos quienes se repartiesen las ocho plazas. Y como este, otros muchos ejemplos para mayor gloria del deporte cántabro.
Pero si por algo destaca deportivamente CLD es por ser el artífice de que España tenga una gran carrera ciclista por etapas tipo al Tour o al Giro, además de otras pruebas de carácter internacional no menos importantes, algunas ya desaparecidas como la clásica Madrid-Oporto. Ofreció la experiencia adquirida en Europa, sobre todo en el Tour de Francia, donde seguía a sus "pupilos", al diario madrileño Informaciones, que entonces dirigía Juan Pujol, para organizar la I Vuelta Ciclista a España en 1935. Se repartieron 75.000 pesetas en premios y no se puede decir que aquella primera edición fuese un éxito, pero la semilla ya estaba plantada y en 1936 tuvo su continuación. Tras la Guerra Civil se recuperó la carrera y CLD organizó en la década de los 40 otras seis ediciones, las cinco últimas con el patrocinio del diario Ya.
Aunque desde 1934 tenía fijado su domicilio en la madrileña calle Conde de Peñalver, siempre que podía visitaba su querida Cantabria, a la que nunca olvidó, y a sus amigos, en especial a los de Torrelavega a los cuales aconsejó y animó para que trabajasen en favor de que su ciudad no perdiera el imaginario título, pero cierto, de "referente nacional del ciclismo". Según Vicente López de la Hidalga, hijo del difunto Ezequiel "el Zapa", en aquellas animadas tertulias del Bar Gimnástica CLD ya estaba aquejado de una penosa enfermedad que finalmente le postraría en una silla de ruedas. Pero su mente seguía lúcida para formar aquel "bloque" que más tarde llevaría a efecto iniciativas ciclistas que gozaron de gran prestigio deportivo, como el G. P. San Migueluco, el Circuito de Torrelavega, el G. P. Sniace -por el que tanto hizo también don Gil Rico-Avello-, la organización de la primera llegada (y salida) de una etapa de la Vuelta Ciclista a España en Torrelavega en 1950, o el Campeonato de España de Montaña en 1952, con final en El Malecón.
Por tanto, resulta cuando menos descorazonador comprobar cómo Henri Desgrange, el creador del Tour de Francia, tiene un monumento en la cima del Galibier y al menos una calle con su nombre en París, su ciudad natal, o que Eugenio-Camillo Costamagna, principal impulsor del primer Giro de Italia, sea recordado con parecidos tributos, y que en España (y no digamos ya en Cantabria) a CLD no se le mencione para nada y nadie se acuerde de él; y dudo mucho que los actuales organizadores de la Vuelta sepan quien es. Desgraciadamente y como si fuera un apestado, a CLD se le niegan o no se le reconocen, ni siquiera casualmente, los laureles que justamente le pertenecen y que tendrían que quedar grabados para la posteridad con letras de oro, pues fue una pieza importantísima, esencial, en aquel engranaje que puso al ciclismo cántabro (y español) al más alto nivel mundial.
El próximo 28 de mayo hará 50 años que falleció éste ínclito hijo de Santander y de Cantabria. Buena ocasión para desagraviar en parte tanto olvido. Querer es poder.
*Miembro de la Sociedad Cántabra de Escritores
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