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Ángel Neila Majada
Jueves, 28 de junio 2007, 03:13
Señor director:
A través de su periódico he tenido noticia de la reciente inauguración en Los Corrales de Buelna de un monumento al general romano Agripa. He ido a verle y me ha parecido una notable obra de arte, realizada sobre un material acorde al personaje que en él se representa. Esto último lo digo por la afinidad del origen de ambos, nada más.
En mi opinión, este monumento a Agripa contrasta negativamente con el monumento levantado al guerrero cántabro en la Plaza de La Condesa de la misma localidad hace ya algún tiempo, siendo consciente que ambos monumentos han sido erigidos por instituciones públicas diferentes: el primero por la Consejería de Cultura, Deporte y Turismo del Gobierno de Cantabria, y por el Ayuntamiento de Los Corrales de Buelna el segundo, lo que no es obstáculo para que se pueda dar, a mi juicio, una solución al agravio que entiendo se ha planteado con la instalación del primero. Me explico. En la placa que acompaña al monumento a Agripa, y donde en la primera parte del texto se refleja parte de su «cursus honorum», se puede leer: «En Hispania fue decisiva su intervención en las Guerras Cántabras (19 a. de C.) con el sometimiento total de los pueblos del norte peninsular al imperio romano, poniendo fin así a 10 años de lucha y resistencia de las guerras cántabras y astures».
Es cierto que Agripa acabó con aquella guerra -para algunos de «poca monta»- que duró diez años, pero al viajero foráneo que visite Los Corrales de Buelna no le vendría mal una placa explicativa junto al monumento al cántabro que allí se puede admirar y de la que carece. El texto tendría que definir, con las palabras precisas, a aquellos cántabros que para preservar su libertad -el bien intangible más preciado por la Humanidad- se defendieron del ataque de las legiones de Roma; a aquellos cántabros que fueron doblegados arrasando sus poblados, cortándoles las manos, matándoles sus hijos, y crucificando a los que quedaban en edad de guerrear.
De esta forma se conseguirían dos objetivos: uno para el viajero, que así tendría unos conocimientos, puntuales, de la historia de las partes implicadas en aquel conflicto bélico -el epíteto más cualificado tal vez sea el de matanza de los naturales del país-, pudiendo optar a conocerla más a fondo y sacar conclusiones más sólidas de lo acontecido en las guerras de Roma contra los cántabros y astures. El otro, para quienes somos de Cantabria y sentimos como propia la historia de nuestros antepasados. Así, quizá, se nos alivie en parte la humillación a la que nos han sometido ahora nuestros próceres gobernantes con la instalación del monumento al tirano Agripa, dos mil años después de la que sufrieron aquellos otros cántabros que fueron prácticamente exterminados.
¿Qué pensaría Agripa de que le honremos -no en mi nombre- con un monumento, cuando él mismo se negó a recoger los honores que el Senado romano le tenía reservado por tan «valiente» campaña? Cuando menos nos llamaría masoquistas. No es para menos.
DNI: 13.758.598
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