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INTERNACIONAL

Vigilia en Cozumel

A pesar de que el ciclón apenas causó daños, los isleños pasaron la noche en vela, encerrados y atentos a la radio

JOSÉ LUIS PEÑALVA

Miércoles, 22 de agosto 2007, 03:51

Nadie ha dormido en Cozumel. Para la gente de aquí el huracán tiene vida propia. Se le respeta y se le teme como a un dios de la antigüedad. Congregados en torno a la radio, con las ventanas clausuradas por grandes tablones, sin luz ni agua, hemos oído sin poder valorar los embates del viento, su ulular, el golpeteo de las rachas de lluvia enfurecida en las paredes y las ramas de la palmeras dobladas y humilladas por el tremendo radio de acción del 'Dean', que abarcaba unos mil kilómetros.

Es la primera vez que he cenado una enchilada fría y a la luz de una linterna, oyendo la radio. Las familias estaban congregadas, como con el 'Wilma'. Una ocasión para verse y tocarse. La gente tirada por unas horas a la cuneta del estrés queriéndose un poco más en la supervivencia. Tanto, a veces, que a los nueve meses del embate del destructivo huracán la población cozumeleña creció en un 20%. Son los hijos del ciclón, confinados a berrear en un altillo cada vez que se teme su regreso. Los servicios de defensa civil han funcionado eficazmente y sólo los imponderables han tumbado torretas del tendido eléctrico y hermosas y centenarias palmeras.

La población ha salido indemne y las inundaciones han sido mínimas. Es el poder de resistencia de lo que aquí llaman la cultura del huracán, que no es sino mostrar el respeto máximo a la naturaleza aprendido seguramente de aquellas épocas pasadas en las que los mayas adoraban al sol. Desde aquí todos miramos hacia Chetumal, adonde el 'Dean' llegó con su peor cara, vientos de más de 300 kilómetros por hora y un ojo de 37 kilómetros, muy superior a la propia extensión de la ciudad. Por eso durante toda la noche los mensajes recomendaban que nadie se confiara a esa calma pasajera que puede ser asesina. Los mensajes eran transmitidos en español y en maya.

Sin comunicaciones

También se animaba a la población a llevar la noticia de la llegada del huracán a los hogares (son muchos) que todavía carecen de radio y televisión. Una hora antes del terrible impacto, los locutores reconocían apenados que había mucha gente que todavía creía que el huracán se dirigía a Cozumel y Cancún, como parece lo habitual. En el momento de la llegada del 'Dean' a Chetumal las comunicaciones se cortaron y, según relato de los informadores destacados en la zona, las antenas caían tronzadas como ramas secas. La lluvia se convirtió en torrentera y el nivel de las aguas del mar subió con la legada del ojo a la costa hasta siete metros.

Miles de ciudadanos han quedado sin hogar, sobre todo el soplo de este cerdito maléfico ha destruido aquellas casas que no son 'de concreto' (de cemento). Las autoridades han reconocido que no estaban preparadas. Es la primera vez que un ciclón visita esta belleza del mundo. Algunos periodistas llegados hasta Chetumal hablan a través de su móvil de una ciudad destruida. El infierno de Dante en la tierra. Árboles tronzados, familias enteras recluidas en la oscuridad de sus refugios y sin poder acceder al exterior devastado. Falta agua, ese elemento imprescindible y paradójico cuando parece que desde el cielo arrojan los excedentes.

Escucho el crack de una palmera partida en dos por la fuerza del viento frente a mi casa. Estamos lejos del peligro y la fuerza de los extremos del huracán es todavía inenarrable. Han levantado en Cozumel el toque de queda a las nueve de la mañana pero se recomienda a los ciudadanos que no abandonen sus casas para evitar riesgos innecesarios.

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