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Amparo González suma ya 93 años, una edad considerable que sobrelleva con un excelente estado, tanto físico como de memoria. Por ese motivo los recuerdos ... se le agolpan en el discurso al volver a ver el inmueble que tiene ante sí, rebelde ante el paso del tiempo y el olvido. «Ahí me bautizaron y años después me casé. De hecho, nací en una casa a escasos metros de aquí», asegura señalando a los restos de la antigua iglesia de Santa María La Mayor, cuya torre aún emerge en su totalidad cuando el Pantano del Ebro se sitúa por debajo de la mitad de su capacidad.
El templo se levantaba sobre la localidad de Villanueva, junto a Las Rozas de Valdearroyo, pueblo que fue parcialmente anegado entre 1947 y 1948 después de que se procediera al cierre de las compuertas, la culminación de una infraestructura llamada a traer el progreso pero que provocó que miles de personas en el sur de Cantabria y en el norte de Burgos tuvieran que dejar su hogar y recuerdos de infancia, que quedaron sepultados bajo la balsa de agua destinada a garantizar el suministro a los campos agrícolas de Aragón. Todo ello, reprochan los afectados con una indignación que el transcurso de las décadas no logra borrar, sin cobrar las ayudas prometidas cuando empezaron las obras.
Un pantano que hoy en día vuelve a estar de actualidad por la pugna que mantiene Cantabria con el Ministerio de Medio Ambiente por el uso que la Comunidad puede hacer del mismo para garantizar su abastecimiento. Un proyecto pensado para otros territorios pero que a la zona meridional de la región solo trajo «sacrificio y sufrimiento» a parte de la población de los ayuntamientos de Las Rozas de Valdearroyo, Campoo de Yuso, Arija (Burgos) y, en menor medida, Campoo de Enmedio. Lo recuerda Audelino Robledo, portavoz de la Comisión Campurriana para la Historia del Pantano del Ebro, que prepara un acto conmemorativo en Arroyo y Reinosa para el próximo día 18 con motivo del 70 aniversario del cierre de los tablachos para homenajear a los 'desahuciados' por la actuación, así como a los cerca de 260 presos republicanos de la Guerra Civil que desde 1943 fueron obligados a trabajar en las labores para rematar el embalse.
Amparo Fernández. afectada de Medianedo
Precisamente Amparo González contrajo matrimonio con uno de aquellos reos. Echando la vista atrás, asegura que los represaliados «hacían su trabajo en unas condiciones lamentables, pues se cubrían con sacos e iban descalzos. Mi marido era uno de los privilegiados, pero para poder comer iban a buscar las patatas que habían quedado enterradas o sueltas tras la recogida de las cosechas. Siempre me preguntaba si me había casado con él por amor o por pena. Yo respondía que un poco por las dos cosas».
Hoy en día la mayoría de damnificados por la inundación se encuentran fallecidos o con su capacidad mental o física deteriorada. Sin embargo, aún quedan víctimas -ellos se autodenominan resistentes- que ponen voz al dolor de unos años que vinieron a agravar la pobreza que ya se vivía en plena posguerra.
Una época en que desaparecieron por completo bajo el agua los pueblos de Quintanilla de Valdearroyo, Medianedo y La Magdalena, pero que igualmente dejó su cicatriz parcial en localidades como Villanueva, Las Rozas, Renedo, Llano, Bimón, Orzales, La Población, Quintanamanil o Bustamante. Todo ello, además, hiriendo de muerte la economía de la zona y coadyuvando a la pérdida de población progresiva durante la segunda mitad del siglo XX y hasta la actualidad. En cifras, el propio Robledo estima que 300 casas cántabras quedaron sepultadas bajo el agua tras el cierre de las compuertas, afectando a más de 2.500 personas, según se recoge en el libro 'Los resistentes del Pantano del Ebro', de Jesús Manuel Fernández Navamuel.
Remedios Sainz. Damnificada de Quintanilla
La incertidumbre se cernió sobre Campoo durante casi cinco décadas, pues a pesar de que el proyecto dirigido por el ingeniero de Caminos Manuel Lorenzo Pardo discurre entre 1913 y 1948, ya desde comienzos del siglo XX las severas sequías padecidas en Aragón, La Rioja, Cataluña y otras comarcas constituyeron el germen para que las organizaciones de agricultores y ganaderos de aquellas zonas presionaran para la construcción de un pantano en la cabecera del río Ebro.
La reivindicación rápidamente rindió fruto, pues este técnico llegó a Campoo en 1906 con la misión de definir una infraestructura que recogiera las aguas sobrantes de los ríos Ebro, Hijar, Poncio y Virga. Después de ver cómo se le rechazaba un primer proyecto por falta de definición, Lorenzo Pardo completó entre 1913 y 1916 un ambicioso estudio que contemplaba la inundación de terrenos e inmuebles que se situaran por debajo de la cota de 839 metros sobre el nivel del mar, altitud máxima cuando el pantano estuviese al 100% de capacidad.
Amparo González. Afectada de Villanueva
El Ministerio de Fomento aprobó el proyecto en 1921, mientras que el 28 de mayo de 1928 arrancaron las obras. Poco antes, la Confederación Hidrográfica del Ebro se comprometió a compensar muy generosamente a los afectados y a los consistorios, aunque finalmente las indemnizaciones resultaron muy escasas y en nada se parecían a lo pactado en un primer momento.
«Salimos con una mano delante y otra detrás, pues todavía no nos habían dado nada del dinero anunciado», rememora Remedios Sainz, de 83 años y natural de Quintanilla. Sainz tiene grabado a fuego cómo en 1947, con 15 años, tuvo que huir del que era su hogar porque «el agua ya entraba en la vivienda. Pusimos unas tablas y salimos por la cuadra», relata. Posteriormente se instaló junto a sus padres en Polledo, uno de los pueblos que germinaron con la desaparición de otros núcleos tras la entrada en funcionamiento.
Amparo Fernández no oculta «la tristeza» que le produce ver a escasos metros el 'agua maldita'. «Fue dramático. Nos echaron de nuestras casas sin pagarnos. No teníamos nada, pero mi padre decía que no acudiéramos al banco, que ya lo había hecho él y ahora trabajaba para ellos para abonar la deuda», asevera esta mujer de 83 años nacida en Medianedo y vecina de La Magdalena hasta que las inundaciones arrasaron todo.
Julián Fernández. Damnificado de Quintanilla
Los trabajos se vieron ralentizados en la década de los 30 con la instauración de la II República. La posterior Guerra Civil igualmente impidió avanzar en la iniciativa, por lo que no fue hasta 1943, ya en plena Dictadura, cuando la llegada de los mencionados presos republicanos dio un impulso a la actuación. En octubre de 1946 se concluyó el embalse, que en apenas nueve meses, los que van de septiembre de 1947 a mayo del año siguiente, sepultó bajo el agua más de 6.000 hectáreas provocando la salida de los vecinos del lugar. Francisco Franco inauguró la infraestructura el 6 de agosto de 1952.
Un repaso histórico que también se conserva, a su manera, en la retina de Julián Fernández Díez, de 94 años. «Nos la liaron gorda», arranca este vecino de Orzales que nació en Quintanilla. «Nos pusieron el proyecto muy bonito. Hubo tres o cuatro que sí cobraron antes de dejar su casa, pero al resto nos engañaron con la indemnización». El viernes Campoo homenajeará a estas vidas sumergidas.
El ayuntamiento asturiano de Avilés ha decidido sumarse a los actos conmemorativos del día 18 como reconocimiento a la colonia procedente del municipio de Arija (Burgos) que tuvo que trasladarse al Principado con motivo del llenado del Pantano del Ebro y la desaparición de parte del terreno bajo el agua.
Esta migración se produjo a instancias de la compañía Cristalería Española, que tras la noticia de la construcción del pantano decidió abrir una nueva fábrica en Avilés y reubicar a los trabajadores afectados por el cierre de sus instalaciones en Arija. La mayoría se asentó en el barrio de Jardín de Cantos, donde Cristalería construyó viviendas para los damnificados.
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Ana del Castillo
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