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Hernández posa con la maqueta del número 17 de Casimiro Sainz frente al propio edificio.
Historias a escala de una vida entera

Historias a escala de una vida entera

José Luis Hernández expone sus maquetas en el Centro Cultural Doctor Madrazo | Los trabajos, más allá de su precisión, sirven para evocar La Albericia de ‘las casucas’, un modelo de enseñanza y hasta un relato de superación

Álvaro Machín

Domingo, 2 de noviembre 2014, 12:56

Tal vez la única diferencia con el original, más allá de tamaños, sea el cartel de Se vende en uno de los pisos más altos. No es difícil comprobarlo. Salir a la terraza y mirar. El 17 de Casimiro Sainz está fuera y dentro. En su espacio de siempre, dando forma a una esquina de pura estampa santanderina y en la exposición que puede visitarse estos días en el Centro Cultural Doctor Madrazo. El edificio rojo que hay cerca de Puertochico y la otra acera. La maqueta es una réplica perfecta. Pero lo mejor de los trabajos de José Luis Hernández no es la precisión que la tienen. Esto va de historias.

«Recién cumplidos», dice respecto a sus 66. Expone hasta el día 21. En un pasillo hay unos paneles con fotografías en las que se comparan los originales y las réplicas y, al fondo, están las maquetas. Cinco trabajos de edificación a escala en un principio, porque esta semana ha sumado dos más a la muestra. «Lleva su tiempo, su paciencia y su cariño, porque sin cariño no lo haces». Y hay cariño en las explicaciones que rodean cada pieza. Tanto, que sirven para trazar la biografía de su autor. Hernández echa la vista atrás. «Vino Franco a inaugurarlas. Hubo donaciones de todo el mundo e hicieron estas casucas y la escuela, porque vinieron muchas familias con niños...». Habla de La Albericia, de los tiempos de un Santander tratando de recuperarse tras el incendio, de familias realojadas... José Luis pasó tiempo en una de esas casucas construidas para los damnificados del fuego y tres años en la escuela. Esa en la que la señorita Aurora se convirtió en un símbolo para el barrio. «Puso en marcha el comedor de auxilio social y allí comían muchos niños que no tenían recursos. Eran tiempos duros...». A ellos y a sus protagonistas están dedicadas dos de las maquetas.

La primera es del 96 fue su campo de pruebas. Para experimentar con materiales y técnicas. Recrea esas casucas que ya no existen y de las que apenas queda constancia en base a su propia memoria. Un homenaje al recuerdo que ya ha llevado a algún antiguo vecino a pasarse por la exposición. «El tejado se levanta y se ven las dependencias de la casa por dentro», explica. Cerca está la de la escuela. A la labor de la señorita Aurora y don Claudio Anta, mi maestro, pone en la placa que acompaña la reconstrucción. «Están entusiasmados en el barrio porque de esto ya no existe nada. Es mantener la memoria viva de esta gente».

Es el primer capítulo. Algo así como la infancia. Después, su carrera profesional le convirtió en maestro oficial delineante y jefe de un estudio de arquitectura durante trece años. Luego vino una oposición y casi tres décadas como profesor en varios institutos.

Un estímulo para los chicos

Y de lo uno y de lo otro salieron más maquetas. Con los alumnos de tecnología, de diversificación... Una forma de motivarles, de introducirles en aspectos como el diseño, el desarrollo de una obra... «Y, además, me desahogaba volviendo a la arquitectura». La fórmula funcionó. Con algunos más y con otros menos, pero siempre dio frutos. Con uno de sus primeros grupos llegó a dar forma al Instituto de La Albericia. «Fue un trabajo en equipo y ese grupo colaboró plenamente». Después de esa, la del Colegio María Sanz de Sautuola. «Aquí los chicos me ayudaron a medir». Poco a poco. Son dos maquetas de grandes dimensiones que a lo largo del año pueden verse en los propios centros que representan (son las que ha incorporado puntualmente a la exposición esta misma semana).

No se quedó en eso. Hernández empezó a dar clases en compensatoria. Chicos que, en ocasiones, venían de familias desestructuradas, pasto del absentismo escolar... «Con ellos empezamos a hacer puentes, estructuras, tipos de escalera... Yo hacía los modelos y ellos los copiaban. Como recortables. Muebles, piezas... Así atendían y se involucraban». De esa etapa, en la muestra, hay una cabaña pasiega y una casa de muñecas.

Y queda la última. Última maqueta y última historia. El edificio de Casimiro Sainz (está catalogado como histórico protegido). Un reto. «Siempre me llamó la atención. Vivo cerca y creo que la gente nunca mira hacia arriba». Se puso a una tarea que le ha llevado tres años. No solo tiempo. Por el medio sufrió un problema cervical que le impedía hasta escribir y tres ictus. Pero se empeñó en terminar. «Lo acabé en abril. La fase final fue como la de una obra. Muy bonito». Hernández sonríe cuando lo cuenta.

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