Borrar
Susana, la arqueóloga, explica al grupo entre los muros las condiciones en las que se vivían los bombardeos en el refugio.
Los primeros en volver a oír las bombas

Los primeros en volver a oír las bombas

Emoción y recuerdos entre los visitantes que inauguraron ayer el refugio de la Plaza del Príncipe

Álvaro Machín

Miércoles, 19 de noviembre 2014, 07:58

santander. Amalia llora. Se ha quedado al final del grupo para ver uno de los vídeos. Acaban de sonar las sirenas y las luces han temblado al caer las bombas. La primera, algo lejos. Otra, más cerca. Poco antes, nada más entrar, se acercó a alguien del grupo. «Qué pena no haber traído la cartilla de la guerra de mi abuelo», le dijo. «Me ha afectado mucho», comenta entre pasillos enrevesados y paredes húmedas. Los efectos del viaje para el primer grupo de vecinos con billetes de ida y vuelta al Santander de los tiempos de guerra. Al de los 64 muertos del 27 de diciembre del 36, al de los zumbidos de las bombas de los nueve trimotores Junkers Ju-52 de bombardeo, escoltados por nueve biplanos de caza Heinkel He-51. Los tiempos de una ciudad obligada a refugiarse en lugares como el agujero de la Plaza del Príncipe, el refugio Mariana Pineda, construido en mayo del 37. «Pensar que se podían meter aquí tantas personas...». Eso lo dice Sonia, justo delante del maniquí con el traje de un piloto alemán.

«¿Y aquí qué hay?». Curiosidades de paseo cuando la puerta se abre. «Un refugio de la guerra, señora». Susana del Rivero es arqueóloga e intérprete del patrimonio. Ella conduce la visita. Explica a los 'espontáneos' que hay que apuntarse en la oficina de turismo del Paseo de Pereda o llamar por teléfono (942 203001). Tienen llena toda la semana. «El sitio llama la atención y también cómo te cuentan la historia. Pero lo que más, el momento de la simulación de lo que pasaba cuando tiraban esas bombas». Rafael Pérez estaba el primero de la lista. El primer santanderino en regresar. Suena casi histórico -aunque ya hubo visitas para profesionales en los días antes-. Sale encantado y lo cuenta mientras se prepara el segundo turno. Susana pasa lista. Un, dos, tres... «Al final Encarna no ha venido». Queda un sitio libre. «¿No tendremos alguna no asistencia?». Adjudicado. El tipo tiene suerte porque le pasó lo mismo con el centro de interpretación de las murallas, a pocos metros, bajo La Porticada.

«Lo primero que quiero que entiendan es que esto no es un museo sobre la guerra civil». Es la bienvenida para las once personas que están a punto de entrar. Antes de acceder, instrucciones. «Había que seguir unas reglas de comportamiento muy serias. Primero, el silencio. Y, además, nada de fuego, de tabaco, de comida o bebida». Antes y ahora. Empieza el recorrido. Casi todos tocan. Las gotas rezuman del techo y las paredes manchan. Tal como entonces. Se escucha la respiración rebotada en los muros. No hay mucha luz y el camino es un pequeño laberinto. «Se trataba de reducir el efecto de la onda expansiva». Todo tiene sentido. En la pantalla que hay al fondo de la galería hablan del viejo aeródromo de La Albericia, de las explicaciones que se repartían entre los vecinos de ejemplos de tiros contra la aviación, de medidas de defensa pasiva... Todos atienden.

La simulación

Llega el momento. El de escuchar aviones y sentir bombas. «Me parece increíble que pasaran el miedo que nosotros hemos pasado aquí en un momentito. Me gusta tener la oportunidad de saber lo que fue cuando escuchas hablar a los que les pasó», dice Sonia Cabezuelo. Es guía turística y le gusta. «No he vivido la guerra, gracias a Dios, pero me parece que es una recreación muy lograda».

«Muy emocionante, muy emocionante». Amalia Sánchez. padres, suegra, abuelos... Recuerdos. «Y lo que tuvieron que sufrir esos niños cuando escuchaban esas bombas». Antonio Falagán ya vio otros refugios. «En Astorga. Cosas que hicieron los romanos y en la época napoleónica que se aprovecharon para esto... De chaval te metías allí a enredar», cuenta. ¿Y qué le parece? «Al que no lo conoce, le permite ver la experiencia que tuvieron nuestros mayores». Y de eso va, de experiencias. Francisco Gutiérrez nació en el 28. Tenía ocho cuando todo empezó. «Pero yo vivía en Soba y allí la guerra 'no llegaba'. Recuerdo cuando llegaron los nacionales y nos daban pan blanco... Los soldados y esas cosas que te llaman la atención de crío. Ver esto ha sido especial, pero ya me lo imaginaba». Antes de marcharse deja caer un «mi padre estaba en el guerra, en Burgos». A su lado, otro miembro del grupo, más joven, traslada las historias que le contaba su abuelo. Que si un grupo se murió en Renedo metidos en una alcantarilla, que si en una iglesia había un polvorín... Hasta que el soldado encargado de volarlo se echó atrás y acabó desertando...

«Se quedan a escuchar los testimonios con mucho interés». Susana habla del vídeo final, con las historias de los que aún pueden contarlo. «Pensaba que era una 'pirada' de las de siempre y que lo iban a contar de diferente manera, pero me ha gustado», comentó una de las primeras en salir. Lo cuenta Esteban Saiz, técnico municipal. «La guerra vale más olvidarla», le dice una mujer que pasa. «No, señora». «Esto también es un buen sitio para el debate, para la reflexión...».

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Los primeros en volver a oír las bombas