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Álvaro Machín
Jueves, 19 de marzo 2015, 07:32
Hay un olor. No es fácil describirlo. Pero cualquiera que haya pisado un gimnasio de boxeadores lo conoce. Tal vez sea el sudor pegado a los guantes o el aroma que desprende la cuerina del saco ante el martilleo de puños. Algo queda de eso en este sitio. Oculto entre escombro y suciedad. Tapado por lo que intentó hacer el fuego. Medio perdido entre las huellas del paso furtivo de sus últimos ocupantes, entre cristales rotos, colchones mojados y pintadas. Porque eso es lo que hay ahora en este pabellón. Restos. De abandono y de historia del boxeo. Y también de biografía urbana, santanderina. Aquí se vivió mucho. Primero, como salón de actos del colegio Sagrados Corazones. Y luego vino lo otro... Entrenamientos, veladas, reuniones -aquí se concentraron los 'medusas' racinguistas contra Piterman-... «Sí que me da pena», dice Esteban Eguía. Diez veces campeón de España y tres aspirante oficial a cinturón europeo. El edificio lleva, en cierto modo, su nombre. Porque todo el que pasa por Menéndez Pelayo sabe que lo del número 97 es la Peña Eguía. Boxeo cántabro. Lo tiran el lunes. Está medio ruinoso.
Lo rodea una valla con los carteles de la empresa que lo echará abajo -el derribo sale por unos 38.000 euros-. Lleno de pintadas y con las puertas ahora con candados (tienen pinta de haber sido forzadas más de una vez), es posible echar un vistazo si uno asoma la cabeza por las ventanas de la fachada que dan al paseo -ahora está prohibido acceder al recinto-. Con los cristales rotos y las ventanas medio arrancadas. El antiguo gimnasio. Un par de 'punchings' (el pequeñito) se esfuerzan por llamar la atención, como para recordar lo que fueron. Lo mismo que las fotos de combates épicos que aún cuelgan de las paredes. Espalderas, hierros de antiguos aparatos de entrenamiento, algún recorte de periódico... Lo demás es abandono. El suelo está lleno de escombro y porquería, los muebles están destrozados y un artista se divirtió llenando el recinto de pinturas de poco gusto. El colchón por el suelo, una hamaca atada a dos listones...
Alguien ha pasado allí más de una noche últimamente. Recorriendo sus 511 metros cuadrados de superficie. El semisótano y la planta alta. Tal vez eso tuviera que ver con el incendio que los bomberos sofocaron en 2012. El color negro es, precisamente, lo poco que se ve en las ventanas que dan a la otra parte del edificio (en los laterales). La más amplia. Donde estaban el ring y las gradas, con sus bancos de madera. Faltan las barandillas de las escaleras de los lados exteriores. Aún huele a vino barato. Y la azotea, a la que no se puede acceder por la parte superior, también está llena de restos. «Estaba muy bien acondicionado. Todo el conjunto. Éramos como una familia y aquel era un buen sitio».
Eguía hace memoria de «cientos de veladas» y de campeones salidos de estas cuatro paredes. Guillermo Diego, Paulino Mendicute, Ángel de Carlos... «En el pabellón se celebraron los campeonatos de España, a principios de los noventa, y también encuentros internacionales. La selección española vino unas cuantas veces». Tras dejar el boxeo, el campeón se sacó el título y Juan Hormaechea cedió la instalación municipal a su club -fue en 1983, tras ser sede de Federación cántabra de boxeo y deportes de contacto (son datos del ayuntamiento)- por los siguientes 25 años. «Llegamos a ser el club más importante de España. En mi época, teníamos un equipo de 18 personas», recuerda.
El declive
'Boxeo en la Peña Eguía'. El titular de prensa se repitió hasta hace unos siete años. Luego, todo se fue apagando. «Fue la dejadez de los que lo llevaron después. Tenían que haberlo acondicionado, ir reparando los cristales, insistir para ir arreglando cosas... No se movieron». Eso dice Esteban. En todo caso, más allá de responsabilidades, el pabellón -en el 2011, el valor del edificio era de 185.208 euros, según el inventario del ayuntamiento- se fue convirtiendo en escombro, casi en ruina.
Ahora, la «estructura de hormigón armado y cubierta plana formada con forjados unidireccionales sobre vigas de gran canto» -eso pone en su ficha del catastro-, es un fantasma en medio del parque de Menéndez Pelayo que van a reformar. 'Diez combates. I Finale Mondiale', puede leerse en un viaje cartel colocado en una puerta azul. Destrozada, como todo por dentro. Porque este lugar está noqueado, en mitad de la cuenta. KO técnico para el viejo pabellón.
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