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David, en los brazos de su madre, junto a su padre y a su abuelo.
"¡Cógele, cógele, que el niño ya está aquí!"

"¡Cógele, cógele, que el niño ya está aquí!"

El pequeño David asomó al mundo cuando su madre estaba en el portal de la casa de sus abuelos esperando a que la trasladaran al hospital

Nieves Bolado

Martes, 18 de agosto 2015, 07:48

Habrá pocos santanderinos que puedan presumir de serlo tanto como el pequeño David Derchow Rodríguez, un precioso bebé de dos días de vida que duerme plácidamente en brazos de su madre, Raquel, en una habitación de la Residencia Cantabria. Y podrá decir que es un santanderino de pura cepa porque nació en la misma calle Ruiz Zorrilla, casi en un portal, donde viven sus bisabuelos.

Asomó a la luz ayudado por su abuelo José Antonio y mientras su tía-abuela Gema, se ocupaba de la intendencia y regulaba el tráfico, para ayudar. Es la breve historia del pequeño David -aunque no tan pequeño porque pesó al nacer 3,940 kilos- que ya atesora un bonito relato en sus 48 primeras horas de vida. El domingo pasado, su madre, Raquel Rodríguez, había estado en el hospital de maternidad Cantabria por la mañana ya con los primeros síntomas de parto, pero los médicos creyeron conveniente no ingresarla, aunque su hermanito mayor ya había venido al mundo con bastante celeridad. Así que Raquel decidió ir a comer a casa de sus abuelos, que viven en la calle Ruiz Zorrilla de Santander, una trasversal entre las avenidas Marqués de la Hermida y Castilla, zona de gran circulación de vehículos, una cuestión que se convirtió en algo nada baladí. Sobre las tres y media de la tarde, esta santanderina intuyó que su hijo tenía ganas de venir al mundo. «Le dije a mi tía, que estaba conmigo, de que el niño estaba naciendo».

Gema Montequín, la tía-abuela del pequeño David -la única que perdió algo de temple- urgió al abuelo de la criatura para que fuera a buscar el coche para llevarla rápidamente al hospital, pero todo se precipitó entonces de manera extraordinaria. «Estaba con mi tía Gema en el portal, esperándole, cuando ya empecé a notar la cabeza del niño fuera». Y todo fue entonces cuestión casi de segundos.

El abuelo, José Antonio Rodríguez, es médico de familia. Desarrolla su trabajo hace más de 30 años en el medio rural -en Cabezón de la Sal- y aunque ha visto muchos partos «nunca había tenido que actuar», explicaba ayer no sin un asomo de emoción. «Cógele, cógele, que el niño ya está aquí», le advirtió su hija. Al abuelo no le dio tiempo más que a abrir la portezuela de su Audi-3 para que su nieto no naciera en la acera. «No me pude sentar», explica la madre, «parí de pié y nació ayudado por mi padre, que le giró la cabeza para facilitarle salir, aunque David ya estaba fuera».

Raquel, como todas las mujeres valientes, quita importancia a las circunstancias de su parto: «Es lo que es y nada puedes hacer, más que facilitar que nazca bien».

Los bisabuelos, lloraron

Dicen sus familiares que el abuelo -y también la madre- son personas muy tranquilas. La excepción en aquel extraordinario parto, la puso la tía Gema: «Yo estaba nerviosísima. Cuando mi sobrina me dijo que el niño ya nacía, mi preocupación era poder tumbarla pero sobre todo que llegara el abuelo. Cuando vi a José Antonio, ya que me quedé tranquila». Pero no acabaron ahí las gestiones de la angustiada tía-abuela. Fue ella la que llamó a 'Rapid Medical' -que cortó el cordón umbilical- y al 061 -que les trasladó al centro médico- pero al mismo tiempo se dedicó a controlar el tráfico de manera que las ambulancias pudieran llegar al lugar donde se estaba produciendo el parto y que podían quedar atrapadas en un atasco, dado que la calle Ruiz Zorrilla solo permite la circulación de un vehículo, en un solo sentido.

El nacimiento del pequeño David tuvo unos espectadores muy especiales. Sus bisabuelos, desde la ventana de su piso, asistían atónitos y emocionados al nacimiento de su nuevo bisnieto en plena calle, «lloraban» -cuenta- ante la entrañable y especial escena que tenía a su nieta como protagonista involuntaria. «Cuando vi a José Antonio ya me tranquilicé; pensé: están en buena manos», explicaba ayer Gema, «encantada» con su nuevo sobrino-nieto.

¿Y el padre? Juan Derchow, que mira ahora embelesado a su segundo hijo, no duda en admitir que «gracias a que yo no estaba porque ni hubiera podido mantener la tranquilidad y no sé si habría sabido tomar una decisión». Dice que «nunca me he alegrado tanto de no estar en un sitio», asegura con ese deje de pequeña cobardía de los padres ante el nacimiento de un hijo. Cuando se enteró de cómo David había venido al mundo «no me lo podía creer», reconoce ahora, aliviado.

El orgulloso abuelo, partero improvisado, dice que el domingo, viendo cómo su segundo nieto venía al mundo, «fue uno de los días más felices de mi vida, un momento muy especial» y considera que el primer parto en el que ha tenido que actuar después de tres décadas como médico «ha sido un privilegio que haya sido el de mi nieto». El abuelo tiene ahora que limpiar a fondo el coche, «pero no me importa, estamos felices».

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