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Violeta Santiago
Lunes, 20 de junio 2016, 07:00
La concejala de Cultura de Santander, Miriam Díaz, lo expresó así recientemente: el Ayuntamiento no da abasto a coger todos los libros que los ciudadanos querrían entregar a las bibliotecas públicas de la ciudad. Se estima que la red -integrada por seis centros- rechaza cada año entre 8.000 y 10.000 ejemplares, lo que daría para crear una pequeña biblioteca de barrio. Esta cifra es un simple cálculo, pues no se lleva un registro que merezca este nombre, ni de los volúmenes que se rechazan ni de los que nunca llegan porque la donación se frena de antemano.
«Aceptamos muchísimo menos de la mitad de lo que nos ofrecen porque es imposible cogerlo todo», señala Pablo Susinos, director de la Biblioteca Municipal y coordinador de las restantes. El municipio no tiene ni espacio físico, ni medios para gestionar y mantener en buen estado todos los ejemplares que los santanderinos le harían llegar. Susinos explica que son muchísimos los ciudadanos que, en un momento de su vida, se encuentran con lo que denomina «el problema de una biblioteca», que se origina al desmontar la casa de sus padres o parientes ya fallecidos, al cambiar de domicilio o al mudarse a otra ciudad... «En ese instante, la persona cree que su historia es única, pero no lo es».
Al contrario. Es tan habitual, que las bibliotecas reciben llamadas para donaciones todas las semanas y la respuesta suele ser una negativa. En 2015, por ejemplo, solo se aceptaron 2.100 textos. De ellos, estarían en circulación (porque se prestan) unos 1.500. El resto ha pasado a engrosar el llamado Fondo Local, del que la red se siente muy orgullosa porque reúne la mayor colección sobre publicaciones de Cantabria desde que en 1908 se abrió la Biblioteca Municipal.
Los responsables de las bibliotecas, además, eligen lo que quieren porque es muy normal que los donantes quieran deshacerse de «libros de referencia temática a los que internet se ha merendado», señala Susinos. Este tipo de regalo acaba siendo un problema para la institución, en cuyo depósito es posible ver hoy enciclopedias completas de todas las áreas imaginables todavía con el celofán original intacto. Desde la Gran Historia de la Literatura a la Gran Enciclopedia Salvat pasando por la Fauna Ibérica de Félix Rodríguez de la Fuente. «Estas obras ya no nos interesan ni siquiera aunque no las tengamos», apunta el director del centro santanderino.
Se desestiman también todos los ejemplares que no estén en buen estado de revista e, incluso, aquellos cuya portada «no tenga un diseño actual, similar a los que están en estos momentos en las librerías. Todo lo que pase de los 10 o 12 años ya no entra por el ojo y no sirve para el préstamo».
El experto indica que, si reciben tantas ofertas, es porque a la gente le da «reparo» deshacerse de libros. En la cultura española subsiste «un respeto algo reverencial por él» que, en su opinión, «debería ir cambiando: el libro no es un objeto sagrado, es un bien fungible que no puede considerarse un tesoro en sí mismo. Hace 40 años, era necesario tenerlos, pero ahora ya no».
De ahí que sea tan corriente que los ciudadanos llamen por teléfono para consultar la forma de hacerles llegar sus volúmenes. En ese primer contacto, en las bibliotecas se les dan cuatro indicaciones de lo que puede pasar con ellos: «se les advierte que si los traen no pueden poner condiciones sobre su destino y que pueden acabar en un cajón de espurgados». En la Biblioteca Municipal, de hecho, se colocan en una caja azul de plástico los libros a los que no se ve utilidad, que quedan a disposición de quien quiera llevárselos.
La novela es la reina
Susinos afirma que hay otro perfil de donante: el del espontáneo que se presenta con cuatro o cinco bolsas o cajas y los deja en los centros, sin más. En este caso, los profesionales los revisan y, de no responder a sus requisitos, se les da salida sin piedad.
¿Qué es, entonces, lo que le interesa a la red municipal? En primer lugar, la narrativa «que es la reina del préstamo. La novela es indiscutible. Representa el 70% de lo que tenemos en las estanterías». La demanda de poesía, teatro o ensayo es «escasísima. Y lo muy académico no tiene ningún tirón», agrega. Los santanderinos también leen todo lo relacionado con autoayuda, viajes (mucho más si son guías actuales), manualidades (cocina, fotografía...) y biografías.
«Cogemos los libros que nos traen si entran en estos grandes grupos». Pero solo después de comprobar su salud física, porque la apariencia es muy importante (que el papel no esté amarillo o ennegrecido) y que el diseño sea actual. En general, quien esté pensando en donar debe valorar si le gustaría tener en su casa lo que ofrece «porque suele existir una correlación directa entre lo que tú tendrías en tu salón y lo que se pide en préstamo en una biblioteca».
En ocasiones puntuales, los técnicos municipales se acercan a un domicilio a valorar una oferta concreta. Sucede cuando el ciudadano informa de que pone a disposición más de 2.000 ejemplares. Susinos calcula que se desplazan a ver de seis a siete bibliotecas al año, bien porque se tiene noticia previa de que puede ser importante por algún motivo, bien porque -por el tamaño- se considera que quizá haya algo rescatable. «Si la oferta es enorme, a veces salvamos algo valioso».
En esta categoría entra, con diferencia sobre el resto, cualquier tipo de documento o afiche impreso relacionado con Cantabria. La Biblioteca Municipal de Santander se precia de ser la institución pública que custodia la más importante colección de piezas de la región, ya sea un calendario, un folleto, un anuncio impreso, una tarjeta de visita, un libro, un periódico, una revista, un pasquín o publicación de cualquier tema, una postal y hasta un billete de trolebús. «Todo esto son joyas para nosotros y, cuanto más raro, más lo valoramos». Han encontrado muchos pequeños tesoros entre las páginas de algunos libros regalados.
Pero Susinos no recuerda ninguna cesión de libros especialmente curiosa en los últimos años (quitando la realizada por el escritor Leopoldo Rodríguez Alcalde, que fue ingente) «porque lo habitual es que en todas las casas tengamos los mismos tipos de publicaciones».
Apenas alude de memoria a otros dos casos reseñables: el de la familia de Fernando Barreda, que tuvo negocios en Veracruz (México) y La Habana (Cuba) y que había guardado un gran número de manuscritos y documentación sobre asuntos navales, familiares y de negocios.
Y, en la biblioteca del Centro Doctor Madrazo, se da una situación singular: allí tienen a disposición del público una larguísima colección de novela romántica, que se debe a que una persona del entorno es una ávida lectora de este género. «Es una señora que lee y luego dona regularmente», lo que hace que sus títulos fluyan en préstamo entre los lectores de esa parte de la ciudad.
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Ana del Castillo
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