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Karen Márquez
Lunes, 8 de agosto 2016, 20:19
"Tenemos que ir a otro lado, aquí está la policía", le dice una joven a otra mientras habla por el móvil al lado de un agente municipal. Ella es una de las tantas que huye esta noche de Cañadío porque los «polis están por ... todos lados». Ellos, los agentes, comentan que aunque saben que el botellón se irá a otra zona de la ciudad "no pueden hacer nada porque hemos sido enviados para controlar solo esta zona". Son cuatro, paseándose con sus uniformes de un lado a otro. Han llegado en una furgoneta oficial que está aparcada en mitad de la plaza. Forman parte del "dispositivo especial" que el Ayuntamiento prometió poner en marcha ante las denuncias realizadas en la Semana Grande por el botellón. La gente que los ve, se aleja. Miran extrañados, murmuran. Están vigilando que los que están bebiendo en los bares no se salgan del perímetro de las terrazas, no se sienten en las escaleras, no hagan sus necesidades en las aceras y no beban en la calle... El resultado llama la atención. La plaza está mucho menos llena, nada que ver con las imágenes de los últimos fines de semana. Y del botellón, ni rastro.
Puro contraste. La imagen de los agentes y las escaleras vacías está en el polo opuesto de la de las diez mil personas bebiendo y lanzando incluso bengalas durante la Semana Grande. Parece mentira. No es que esté vacía en absoluto, pero los jóvenes con los vasos en la mano procuran ver hasta dónde avanza la última mesa de su bar para "no salirse de la terraza" como les han recomendado los policías. Y todo, en calma. Sin incidentes. La situación parece controlada. "Lo único que haces es convencerles de que la escalera, por ejemplo, es un lugar de tránsito y que no se pongan, porque como dejes a alguno que esté charlando o fumando, detrás te viene el del botellón a sentarse, pero lo ven vacío y ya dudan", afirma la Policía Local, que inspecciona todo el terreno. Le piden a todo aquel que esté incumpliendo la ley su DNIpara formularle la denuncia correspondiente. Algunos chicos hasta se acercan a preguntarles por qué han venido esta noche.
Para los habituales visitantes de Cañadío la presencia policial solo hace que tengan que "buscar otro sitio". "Toda la vida hemos hecho botellón ahí de siempre, hemos estado todos sentados en el suelo y bebiendo así, como ahora. Pero hemos llegado a Cañadío y había bastantes policías". La diferencia es que hoy lo cuentan desde la Plaza de Pombo. Se han ido. Allí, varios grupos de chavales con las típicas bolsas de supermercado pillan el mejor asiento para beber. Casi todos han pasado por la plaza y han dado media vuelta. Algunos ya han llegado hace un buen rato. Y eso que apenas son la una y media. Los asientos de Pombo ya tienen huellas de botellas de vino, vodka y gaseosas. Y no son los únicos. Si en Cañadío no queda nadie haciendo botellón es porque la chavalería se ha movido ante la presencia policial.
El Río, a reventar
Aproximadamente mil quinientas personas invaden el Río de la Pila. Frente a los bares y hasta sentados con sus bolsas en las escaleras mecánicas casi a la altura del funicular. No se puede circular. Las botellas de vidrio ruedan calle abajo y el ruido es insoportable. Pero no es el único sitio. La policía recibe informes de que en Piquío, en los Jardines de Pereda y en otras calles adyacentes estaban recibiendo a sus nuevos inquilinos del botellón.
"Nos dijeron que si nos quedábamos nos requisarían las bolsas", dice otro de los chicos. "Si estábamos con las botellas prosigue, nos teníamos que ir porque, si venía más gente, se podía tensar la situación". En Pombo, a pocos metros de Cañadío, miraban de reojo. "Nos hemos quedado sentadosa ver qué pasa, estoy casi que agarrando la bolsa pero no han venido". Le interrumpe su amiga que asegura sentirse allí "más relajada". "Pero en el momento en el que veamos un policía, nos vamos corriendo", comentan las muchachas. Se justifican. "Sale mejor hacer botellón, es más barato. Hacemos esto para ahorrar. Como universitarios nos sale muy caro, te tomas tres, a seis euros cada una, y es demasiado. En cambio, en el botellón, todo te puede salir a cinco euros", indican entre risas.
Hosteleros contentos
A diferencia de los jóvenes del botellón, a los hosteleros la presencia de los policías en la zona les ha contentado. Esta noche no sólo han visto a la Policía Local. La Nacional también ha estado dando vueltas en sus vehículos. Se respira otro ambiente. El dueño de Lanchoa, Iván Oliveri, ve con buenos ojos la vigilancia, pero reclama que "debían estar hace tres años". Para él, como para el resto de hosteleros, el botellón es una «verdadera molestia». "Dejan suciedad, nos utilizan el baño... La semana pasada había diez mil personas y cómo quedo esto...", expresa indignado. En Cañalío, muy cerca, los empleados confiesan que están tranquilos con los agentes municipales. Que el botellón se haya alejado no representa menores ingresos porque según ellos "el que lo hace no entra a consumir". "Ha sido un viernes (madrugada de sábado) normal, de rotación buena. La policía evidentemente ha intimidado, pero eso es bueno".
Señalan que el botellón hace un "daño tremendo a la imagen de la ciudad". "En ocasiones hemos tenido clientes de fuera, que nos preguntan: ¿Y no hacéis nada?... Les decimos que el ayuntamiento es el que debe intervenir. A ellos les ha molestado porque incluso invaden la terraza con los vasos de plástico".
La policía continúa fuera de los bares. "El asunto es también con los que vienen en grupo. Uno pide una caña o una copa en un local y colocan entonces las bolsas debajo de las mesas en las terrazas. Allí, ¿quién les vigila?", explican. También reclaman más atención a los propios hosteleros. Que controlen a los que están en sus terrazas, que estén atentos. Son las tres y cuarto de la madrugada y recriminan a un empleado por servir una copa a esa hora. "Ya no puede vender alcohol". Ha sido una noche diferente. Sin botellón en Cañadío, pero no sin botellón en la ciudad.
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