Razones para quererle
Domingo De la Lastra
Jueves, 22 de junio 2017, 19:50
Secciones
Servicios
Destacamos
Domingo De la Lastra
Jueves, 22 de junio 2017, 19:50
Toda intromisión en nuestro Estado de Costumbres puede generar recelo o escepticismo hacia alguien o algo que acaba de llegar y aún no ha tenido ocasión de demostrar quién es, ni sus verdaderas intenciones hacia las personas y el lugar al que llega.
El Centro Botín ha venido para quedarse y su llegada surge como un reto y una oportunidad para la ciudad de Santander. Hoy se nos presenta la incógnita de saber cómo será la futura convivencia con el nuevo edificio y si su entrada será como pulpo en cacharrería o si, por el contrario, con una actitud educada y respetuosa se ganará en poco tiempo la confianza de todos.
otros análisis de hoy
Si se analiza correctamente, el lenguaje de la arquitectura nos cuenta el modo de pensar con que fue concebido. El edificio expresa a través de hechos construidos, su personalidad.
El Centro Botín ha querido ocupar una posición central y simbólica de Santander, entre los Jardines de Pereda y el mar. Escoge estar en el corazón de la ciudad para así poder recibir y proyectar todo lo que acontece en ella, y que los propios jardines proporcionen la separación necesaria para evitar entrar en competencia con la imagen tradicional del Paseo de Pereda. A la vez, en este singular punto el paseo marítimo enlaza con recorridos que llegan desde las calles Calderón de la Barca, Calvo Sotelo y los que atraviesan transversalmente el ensanche del XIX y los jardines.
Para resolver esta convivencia con su entorno el proyecto parte de dos decisiones fundamentales: levantar el edificio del suelo y dividirse en dos volúmenes independientes. La primera determinación consigue que los recorridos fluyan sin obstáculos, y al mismo tiempo crear una gran plaza pública cubierta al borde de la bahía, protegida del sol y de la lluvia, algo novedoso en nuestro frente marítimo. Dentro de ella se reserva una cafetería acristalada de suelo a techo, un uso público que permite disfrutar de este privilegiado enclave, libres de cualquier inclemencia.
La arquitectura aparece como una herramienta capaz de crear nuevas formas de relacionarse con los lugares y favorecer estados de contemplación que enriquecen las vivencias. Ya sucedió en la Duna de Zahera, lo que parecía un simple graderío para regatas se ha revelado como una nueva forma de relacionarse el ciudadano con su bahía. Las personas se acomodan para ensimismarse ante el paisaje, elevados lo suficiente como para dominarlo visualmente. El éxito no es únicamente la creación del espacio, sino la experiencia que es capaz de causar en las personas que se sitúan en él. La actitud de contemplar es, esencialmente, un estado del ser.
Volviendo a nuestro proyecto, Renzo Piano decide dividir y separar el edificio en dos volúmenes independientes para que su centro sea un espacio público. Ambas arquitecturas flanquean este lugar para la contemplación, frente a Peña Cabarga, nuestro Monte Fuji particular, cuya silueta corona ancestralmente el panorama vital de la ciudad. La planta baja del Centro Botín se vuelve una suma de espacios públicos dedicados a que las personas se relacionen de formas diversas con su bahía. Ambas circunstancias consiguen que no haga falta entrar dentro del edificio para disfrutar de la experiencia de estar en él.
Para lograr construir su propuesta, el arquitecto ha tenido que resolver técnicamente sus ambiciosas aspiraciones. En primer lugar, una complicada estructura logra hacer diáfana la planta baja y volar el edificio sobre el propio muelle, de manera que no haya obstáculo entre el paseante y su paisaje. Por otro lado, ha sido preciso inventar una piel tecnológica capaz de ser, en la misma solución, fachada, techo y cubierta. Una lección aprendida de los barcos, sus compañeros de muelle, cuya experiencia de siglos de habitar la mar enseña cómo sus bordas se doblan por debajo para transformarse en la obra viva en que descansan. Igual que el barco navega sobre las aguas de la bahía, la arquitectura del Centro Botín flota sobre la Obra Viva del espacio ciudadano. Con esta alegoría poética, su piel nacarada pretende prolongar dentro del edificio la luz que vibra sobre la superficie del mar.
Otra expresiva prueba de la personalidad del edificio son los grandes muros-cortina de cristal que forman el frente sus grandes salas. La arquitectura se deja penetrar por el paisaje y por la mirada de los ciudadanos, para que puedan entender lo que allí ocurre. Una verdadera declaración de intenciones: introducir el lugar dentro del edificio y estar al alcance de la mirada de todos, para ser de todos. La permeabilidad que promueve el proyecto es la contrapartida por haber tenido el privilegio de ocupar un lugar tan señalado de la ciudad. La transparencia es la herramienta que permite compartir la cultura, para que su presencia presida la vida ciudadana. Su cáscara nacarada no quiere ser una carrocería impenetrable y consiente ser atravesada por el movimiento de personas en escaleras, pasarelas y ascensores, colgar pantallas y altavoces para utilizarlo como cine de verano, y que las alteraciones de la vida cotidiana lo contaminen de humanidad.
El edificio se muestra como un gigante amable, un Gulliver que dobla sus fachadas en forma de abrazo para dejarse invadir de personajes que curiosean su ser. Como sociedad nos queda corresponder con generosidad y altura de miras a la propuesta de convivencia que nos ofrece. El lenguaje de la arquitectura confirma profundas razones para quererle.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.