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«¿Y cuánto va a ser de largo?». En la terraza del antiguo balneario ya hacen tertulias. Desde allí, a cubierto -y más lloviendo, como ayer-, se ve nítido. Uno de los dos diques previstos en el proyecto de estabilización de las playas de La ... Magdalena y Los Peligros asoma ya de forma evidente donde hasta hace poco quedaban los restos esqueléticos de un pequeño embarcadero demasiado azotado por el mar. La obra pensada para que la arena no vuelva a marcharse y evitar las reposiciones año tras año salta ya a la vista. Mucho. Y es sólo el principio. A ojo, son los primeros treinta o cuarenta metros de una estructura que, en dos partes, tendrá casi doscientos cuando esté terminada (en concreto, 195). De eso hablaban ayer en la terraza.
La playa está vallada. Hay estacas clavadas en la arena que sostienen una rejilla metálica y la típica cinta roja y blanca de las zonas de obra. 'Cerrada al uso público. Acceso limitado. Disculpen las molestias', se lee en uno de los carteles que cuelga de la empalizada. Hay un tramo de Los Peligros que aún se puede recorrer a pie desde el Promontorio de San Martín, pero queda cortado a la altura de las escaleras donde hace años colocaron la placa en homenaje a Cioli. De ahí al balneario no se puede pasar. Se nota que han echado el candado, entre otras cosas, porque en esa playa no es frecuente ver tanta 'palucada' acumulada de días sin limpieza. Así que los curiosos que querían ver la obra echaron ayer un vistazo desde las terrazas de Reina Victoria o tomaron el camino de la calle que baja paralela al Tenis (calle La Horadada). Justo la que da a la playa de La Magdalena. Justo frente al primer espigón.
La obra se nota en la vista y en el oído. Ruido de camiones que van y vienen cargados de arena o piedras de diferente tamaño. O de la pala que trabaja ya sobre el propio dique dándole forma. Llega un camión del otro extremo de la playa, descarga y la pala esparce y reparte. Así toda la mañana.
Está acordonado por tierra y por mar. Hay boyas de color amarillo y una embarcación colocaba ayer barreras flotantes cerca de la isla de la Torre para evitar el riesgo -según explicaban- de que algún vertido de las máquinas (una mancha de aceite, por ejemplo) o el propio residuo pueda expandirse. El dique, con la marea baja, ya tiene cierta longitud (esos treinta o cuarenta metros que calculaban a ojo por allí). Está hecho con piedras de tres tamaños diferentes y, arriba, para que puedan acceder los camiones y la pala, han creado un camino a base de arena.
«Yo pensé que iba a ser un muro más finito, porque es bastante grande», comentaban dos curiosos desde el mirador entre el ir y venir de los camiones por la orilla. Había ocho personas en ese momento. Testigos de obra. Junto a la rampa para bajar a la playa -allí está instalada la caseta de los operarios- uno de los técnicos explicaba los trabajos a dos empleados de Aqualia, que estaban allí haciendo tareas rutinarias. Les hablaba de lo que se va a adentrar el espigón en el mar en línea recta (130 metros) y del 'brazo' para cerrar orientado hacia su derecha (otros 65). «Y este es más fácil; el más complicado es el otro». O sea, el del otro extremo de la playa, al final del Promontorio de San Martín. El segundo dique.
Lo que ocurre es que, en ese lado, verse se ve más bien poco. El final del paseo está cortado al tráfico y los coches tienen que dar la vuelta a la altura del Club de Tiro (tampoco pueden circular pegados al mar por la zona en la que suelen colocarse los pescadores). Hay menos plazas de aparcamiento y eso se nota más arriba, en Reina Victoria, con más vehículos estacionados que otras veces. Además, hay una valla que sólo al final permite observar algo. Un par de montones de material y las máquinas trabajando. Poco más y, en todo caso, mucho menos llamativo que lo del otro lado.
«El pequeño será menos visible», indicó al iniciarse la obra el jefe de la Demarcación de Costas de Cantabria, José Antonio Osorio (en referencia al de San Martín). Pero el otro -el de La Magdalena- «es un espigón emergido y tiene que tener una cota» (una altura) concreta «para cumplir su cometido». Admitió, en este sentido, que el impacto visual de los diques será «importante», tal como ya especificaba el informe de impacto medioambiental que el Ministerio aprobó en primavera de 2016, «porque los espigones no han sido habituales» en este paisaje de la capital. El visto bueno que dieron en su día se dio «de forma conjunta: la fauna, la flora, la afección a lugares de interés comunitario y también el impacto paisajístico», como explicó el por entonces alcalde, Íñigo de la Serna, que recordó que si no se tomaban medidas «estos arenales serán historia y nunca podremos volver a ellos».
Y en esa misma línea fue su sucesora, Gema Igual, que definió hace unas semanas la construcción de los diques como «muy lógica, muy importante y muy demandada por los santanderinos». Entre otras cosas, para evitar el gasto anual por las reposiciones de arena. Osorio recordó que hubo ejercicios en los que fueron necesarios 20.000 metros cúbicos de material, aunque también los hubo de 85.000. Esos rellenos fueron una obligación desde 2001.
El jefe de la Demarcación también expuso que los diques van a evitar que se desplace la arena desde la zona del balneario a Los Peligros donde, a su vez, por falta de apoyo lateral, se pierde por el promontorio. De ahí la doble actuación. El espigón de La Magdalena tratará de retener. De proteger la playa del efecto del mar. Y el otro, el de Los Peligros, de contener lo que llega al fondo para que no salga hacia la canal de navegación. Para esto último ejecutarán, en realidad, un doble espigón. Uno exterior que inicialmente seguirá la alineación del muelle del promontorio y otro perpendicular a la dirección del oleaje, que contendrá lateralmente la playa. Para entenderse, añadir a lo que hay un espacio en forma de triángulo que se dragará para dar lugar a una superficie de tierra adicional de unos 2.450 metros cuadrados (que será una zona verde y que hacia la playa tendrá forma de solario escalonado) y una prolongación bajo el agua como cierre.
La alcaldesa dijo cuando arrancaron los trabajos que si la obra -con un plazo de ejecución de siete meses- no está terminada para el verano se levantará la valla para que las playas se puedan utilizar con normalidad en la temporada estival. Pero en Semana Santa (que este año cae a finales de marzo) no estarán operativas.
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