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JULIA FERNÁNDEZ
Lunes, 1 de febrero 2016, 07:46
Gleise Kelly, de 27 años, acuna entre sus brazos a Maria Geovana en la penumbra. Le achucha la mano con dulzura mientras tararea una nana para que se duerma. Se le cierran los ojos con una facilidad pasmosa. Tiene tres meses y unos papos que ... harían las delicias de cualquier abuela: regordetes, blanditos y suaves como el terciopelo. Gleise le besa la frente. Abombada y anormalmente pequeña. Maria Geovana es uno de los más de 4.000 bebés brasileños que han nacido en los últimos ocho meses con microcefalia. Su madre combate la desgracia multiplicando su amor.
Los médicos estudian su caso y en las próximas semanas los análisis dirán por qué la pequeña ha nacido con una circunferencia de cabeza más pequeña de lo normal. Todo apunta al zika, una enfermedad que ha puesto en jaque a las autoridades sanitarias de todo el mundo. Hay 23 países, entre ellos España, que ya han detectado casos sospechosos y la OMS ha convocado a su comité de emergencias para estudiar la epidemia y organizar un protocolo de actuación. La situación ha pasado «de leve a extremadamente grave» y se expande «de manera explosiva», admite la directora de este organismo, Margaret Chan.
Gleyse pasa consulta a su hija en el Hospital Barao de Lucena, en Recife, la capital del estado de Pernambuco, el epicentro del brote de zika. Allí se han registrado desde septiembre un tercio de los casos de microcefalia que engrosan las estadísticas del Gobierno brasileño. Cada día se diagnostican cinco nuevos y los médicos aseguran que lo peor ya pasó. En noviembre llegaron a los dieciocho por jornada. Hasta este año, lo normal era que se produjeran 150 al año en todo el país. Quien la atiende es Vanessa van der Linde, neuróloga infantil y la primera que lanzó la alarma. «Pensé que era un virus nuevo. Nunca imaginé que se convertiría en una tragedia de esta magnitud», se sincera.
Maria Geovana es una niña tranquila y se deja manosear por el personal sanitario sin rabietas. Su madre, sin embargo, está más inquieta. «Deberían traer más médicos. Hay muchos bebés aquí. Vienen madres de otras ciudades». La sala de espera del Hospital Oswaldo Cruz está tan llena como la del Barao de Lucena. El día que se hicieron estas fotos había siete madres esperando para entrar a la consulta a la misma hora. Todas ellas fueron infectadas de zika durante el embarazo a través de la picadura del mosquito Aedes aegypti, también responsable del dengue y el chikunguña. Y transmitieron la enfermedad a sus fetos a través de la placenta. Aunque todavía no está demostrado al 100%, esta es la razón por la que los bebés han desarrollado microcefalia y, en un número más pequeño, el síndrome de Guillain-Barré, otro trastorno neurológico autoinmune.
En abril del año pasado, Gleyse estuvo enferma. Tuvo fiebre ligera, le dolía la espalda y le salieron manchitas rojas por todo el cuerpo. A los tres días se le pasó y no le dio importancia. Esos mismos síntomas sufrió Hilda Venancio da Silva (37 años), que ya tenía dos hijas, Maria Clara y Camile Vitoria, cuando se quedó embarazada de Matheus. A todas les detectaron anomalías en la cabeza de sus fetos en el último trimestre del embarazo. «Fue un shock. Nadie sabía explicarnos qué era ni cómo se desarrollaría. Nos sentimos perdidos», se lamenta.
Pero no todas las personas infectadas tienen síntomas. Uno de cada diez casos pasa desapercibido. Las futuras madres reciben el golpe después, cuando rezan porque sus bebés tengan todos y cada uno de los dedos de sus manos y pies. Jacqueline Jessica Oliveira (24 años), que vive en el estado de Sao Paulo, se enteró en el séptimo mes de gestación de que uno de sus gemelos no venía bien. La cabeza de Laura midió 26 centímetros al nacer. La de su hermano, Lucas, 34. Nadie le orientó sobre lo que pasaba. Hoy, cuatro meses más tarde, reconoce que se lo esperaba peor, aunque no pasa por alto que mientras el crío se ríe y es más atento, Laura es una niña distraída. «El trato siempre será distinto», admite.
La vacuna tardará años
La pediatra del Oswaldo Cruz Angela Rocha no da abasto a la hora de atender a sus pequeños pacientes. Se desvive por ellos, pero no todos reciben la atención que necesitan. Es una avalancha y el tiempo juega en su contra. Los niños con microcefalia sufren daños neurológicos que pueden ir desde la distorsión facial hasta retrasos del desarrollo cognitivo, pasando por problemas de visión y oído por una deformación en los nervios. Según los expertos, necesitan terapias inmediatas que deberían durar entre tres y seis meses para paliar las consecuencias.
Mientras algunos países como Estados Unidos valoran si blindar sus fronteras para frenar el avance de la epidemia, en otros se trabaja a contrarreloj para encontrar un tratamiento. Los estudios son «prometedores» y los primeros ensayos podrían hacerse a finales de este año. Pero la ansiada vacuna no llegaría «ni este ni probablemente en los próximos años», advierten los científicos.
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