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Guillermo Balbona
Viernes, 3 de febrero 2017, 07:13
El símil de la nave espacial fue una de las numerosas imágenes que suscitó un edificio tan singular y rupturista como revolucionario. Hace ahora cuarenta años la arquitectura moderna saludaba la llegada de una impresionante construcción ubicada en el corazón de París: el Centro Pompidou ... . Alta tecnología, combinación de extrañas formas y colores y provocador contraste con el diseño tradicional de su entorno en el centro de la capital francesa. Destinado a albergar un centro de arte contemporáneo, el nuevo edificio en sus inicios devoró literalmente a su contenido y acaparó sucesivas críticas la prensa lo comparó con una fábrica o un supermercado y contestaciones hasta ser asimilado por la ciudadanía. Este mecano flexible y contenedor radical, que hoy acoge uno de los museos y espacios culturales polivalentes más visitados del mundo, fue concebido por dos arquitectos, uno italiano y el otro británico, Renzo Piano y Richard Rogers, hasta ese momento desconocidos. El creador genovés, cuatro décadas después, artífice de una trayectoria prolífica y plural y reconocido como uno de los grandes y más personales diseñadores arquitectónicos, inaugurará en los próximos meses en Santander su primera gran obra española, el Centro Botín. Un edificio que empieza a mostrar su definición y su concepto espacial al completo dentro del contexto urbano y la bahía. La luz, la sostenibilidad, y la accesibilidad fundamentan buena parte de los postulados de la arquitectura de Piano. El arquitecto ha subrayado en ocasiones la importante singularidad del Centro Botín: "ser un edificio privado para uso público" y una infraestructura "tolerante que funciona no sólo para ver el arte sino para crear comunidad". Uno de esos edificios donde convive lo sagrado con lo profano. Para Renzo Piano la arquitectura es belleza y poesía, pero no puede ser sólo eso, tiene que ser accesible, razonable. En su ideario de integración, por ejemplo, Piano concibió su edificación Nemo en Amsterdam con forma de barco dada su ubicación portuaria. Pero en Santander ha dado prioridad a la luz a través del elemento cerámico, esa piel que ya prácticamente cubre en su totalidad el Centro Botín sobre el muelle de Alvareda. En realidad nada tiene que ver el Piano emergente del Pompidou con el veterano creador de este siglo XXI, autor que ha firmado obras como el espectacular rascacielos que se ha adueñado desde hace poco del paisaje londinense The Shard, buena parte de la Potsdammer Platz berlinesa, la renovación del centro de la capital de Malta, La Valeta, el museo de arte moderno Astrup Fearnley de Oslo, el Paul Klee Centre de Berna, el edificio de Hèrmes en Tokio, la terminal de aeropuerto en Osaka, el Palacio de la Música de Roma, el Centro Cultural Tjibaou en Nueva Caledonia, el Art Institute de Chicago o la nueva sede del New York Times.
Quizás el latido y la respiración creativa comunes de su autor que vincula en el tiempo al Pompidou y al Centro Botín, opuestos en dimensión, necesidades y planteamientos, sea el atrevimiento y la osadía. El Pompidou es un icono pero debió transcurrir casi una década hasta ser asumido por los parisinos. Y, por supuesto, cruza en ambos ese espíritu del constructor humanista (como le definió el jurado del Premio Príncipe de Viana) que opta por la claridad y muestra su querencia por generar una invitación abierta a descubrir la obra, exenta en el caso santanderino de monumentalidad. A juicio de Piano, "la curiosidad es la expresión más consciente de la cultura y por ello es fundamental" que un edificio lleve consigo ese gen.
El Pompidou, que este fin de semana celebra un programa festivo conmemorativo de su cuarenta aniversario, cumplido el pasado día 31, es el exponente de ese movimiento, high-tech, de arquitectura de alta tecnología. El Centro de figuras metálicas, también conocido como el Beaubourg por el lugar que ocupa en el barrio de París Les Halles, fue inaugurado en 1977 por el presidente de la República Francesa, Valéry Giscard dEstaing, pero lleva el nombre del presidente anterior, Georges Pompidou, verdadero impulsor del proyecto. Un concurso internacional canalizó las propuestas de construcción de un espacio que debía acoger biblioteca pública, museo moderno, centro de diseño industrial y de investigación musical, además de espacios dedicados al ocio. A la convocatoria se presentaron 681 proyectos procedentes de 49 países. La propuesta ganadora, votada por ocho de los nueve miembros del jurado, venía firmada por Piano y Rogers. La radicalidad de la imagen tecnológica fue clave en la elección del proyecto. Premio Pritzker en 1998, Piano y su colega abordaron ese espacio rompedor que dibujaba una isla de barras y tubos metálicos pintados de azul, verde y amarillo, además de los acristalados, más los exteriores con ascensores y escaleras mecánicas. Los colores de los tubos no se escogieron al azar y se utilizan para identificar las funciones que desempeñan. El verde para las instalaciones de agua; el amarillo, para la electricidad; y el rojo, para el movimiento. Todo bajo una fisonomía como de nave industrial y planta petrolífera. Las protestas de artistas e intelectuales no se hicieron esperar y muchas voces se expresaron contra "una tomadura de pelo a escala monumental".
Provocación, ironía, incomodidad visual, intriga son algunos de los factores que acompañaron la llegada de la nueva arquitectura. Esa hoy habitual separación de los límites entre la calle y el interior en las instituciones culturales, fue generada con el Beaubourg.
Movimiento y flexibilidad son las señas de identidad de un edificio en el que se aprecia de forma diáfana la circulación de las gentes, la fusión entre el espacio de arte y el urbano. Un nexo paralelo con el Centro Botín lo simboliza el pachinko, a modo de plaza, que une los dos volúmenes de la construcción santanderina a través de una encrucijada de pasarelas y escaleras que también sirve de plaza o conexión pública entre la ciudad y la bahía.
"Pasión, audacia y libertad" se han destacado como componentes emocionales de la arquitectura planteada por Piano/Rogers en aquellos años setenta. "La arquitectura es a la vez el arte de hacer edificios sólidos y permanentes para la gente y el arte de soñar con mejores ciudades. Las ciudades y los edificios deben entender a la gente, si no son fallidos. Pero hay más. Yo aprendí tarde que el objetivo de la arquitectura es el arte", señalaba Piano en una entrevista de El País. El genovés y el británico, en el caso del edificio que les proporcionó la fama, concibieron "un contenedor flexible, en el cual todos los espacios interiores y elementos exteriores puedan se modificados o cambiados según se requiera.
Es así, como el centro es un mecano que cambia constantemente". En la descripción del proyecto del Pompidou, que también contó con la creación de Gianfranco Franchini, se destacaba la estructura a modo de malla de acero que proporciona un marco estable "dentro del cual pueden colocarse y cambiarse permanentemente los suelos y tabiques para formar distintos tipos de espacios interiores".
En ese momento comenzó la relación de Piano con el ingeniero Peter Rice, con el que fundó un nuevo estudio en Génova. Un vínculo prolífico hasta la muerte de Rice en 1993.
Renzo Piano, antes de encargarse del proyecto del Centro Botín, confesó en una conferencia impartida en Pamplona la dificultad para definir con exactitud la arquitectura, la cual, a su juicio, sólo puede calificarse como "el arte de responder a los deseos, a los sueños". Con cada proyecto "se trata de luchar contra la gravedad, pues es mucho más que un edificio", y ahí es "cuando uno se empieza a perder".
La arquitectura dentro de esa complejidad inherente, sería "el arte de dar una respuesta a una necesidad, de construir cobijos sólidos para los humanos".
Más de cinco millones de personas visitan al año la ingente colección permanente del Pompidou, que acoge más de 100.000 obras, además de las exposiciones temporales o de su privilegiado uso de mirador panorámico de París.
El éxito del Pompidou se ha reflejado en su conversión en franquicia interna e internacional. En 2010 se puso en marcha la sede externa de la ciudad francesa de Metz, uno de los espacios culturales más visitados fuera de la capital francesa. Y en 2015, el Pompidou abrió su primera sede internacional en Málaga. En paralelo a este 40 aniversario ya se está planteando su proyección en América Latina.
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