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ZURIÑE ORTIZ DE LATIERRO
Domingo, 21 de marzo 2010, 01:27
Tenía que ser él. El europarlamentario más anciano, el abanderado de la ultraderecha que irrumpió atronador en la Eurocámara en 1984 con diez escaños, ha agitado definitivamente el fantasma de la radicalidad y la xenofobia en el continente. Con el lema 'No al islamismo', a sus 81 años, Jean Marie Le Pen ha devuelto al Frente Nacional (FN) el poder de distorsionar la política gala, después de sus inesperados resultados en la primera vuelta de las elecciones regionales del pasado domingo. Pero su impacto no se queda ahí. Traspasa las fronteras francesas al reforzar de forma decisiva el avance de la extrema derecha por países tan dispares como Holanda, Suiza, Gran Bretaña, Dinamarca o Hungría.
El viejo líder no lo tuvo complicado a la hora de diseñar la campaña. Echó un vistazo a la vecina Suiza e inspiró su propaganda en la del referéndum helvético contra los minaretes. Sólo hace cuatro meses que el 57,7% de los democráticos suizos aprobó incluir en su Constitución un artículo que prohíbe coronar las futuras mezquitas con alminares donde el muecín llame a la oración.
Artillería pesada para agitar el miedo al islamismo que tan buenos resultados le ha dado al Partido Para la Libertad (PVV) del holandés de Geert Wilders. Una semana antes de que el incombustible Le Pen rebañara un 11,7% de los votos -logrando invertir la tendencia después de su descalabro en los comicios europeos de 2009-, la extrema derecha holandesa triunfaba en las dos únicas y tan diferentes ciudades que se presentó. En Almera, uno de los principales 'dormitorios' de Amsterdam con un 33% de inmigrantes, es la primera fuerza. La segunda en La Haya, capital administrativa del país. Resultados sobresalientes para una formación que por primera vez se presentaba a unas elecciones municipales y mira con entusiasmo a las generales del 4 de junio.
¿Pero quién mete papeletas con siglas radicales en la urna? Para José Luis Rodríguez Jiménez, uno de los historiadores españoles que más ha ahondado en el tema, este voto se ha hecho interclasista y de todas las edades. «La nueva derecha europea, la surgida en los noventa, es ultraliberal en todos los sentidos y tampoco ha tenido ningún problema en reivindicar los derechos individuales de todas las personas. La apertura al liberalismo económico ha permitido que ciudadanos de clases medias vean en estos partidos un elemento de modernización». Y, por tanto, su electorado ya no se ciñe, como en los ochenta, a personas mayores nostálgicas de los regímenes autoritarios y a jóvenes 'cabezas rapadas' que habían mamado la ideología del neonazismo. En plena recesión, recogen además el voto de protesta frente a los partidos del sistema.
Ha aparecido también un elemento novedoso de forma «especialmente nítida» en Suiza y los países más desarrollados, como Holanda, Dinamarca, Noruega o Suecia: la mujer ha empezado a apoyarles. «El voto era mayoritariamente masculino, pero el rechazo al Islam ha conectado con la población femenina. El discurso de que el Islam es represor con la mujer se ha notado donde hay una fuerte presencia de la inmigración», desvela Rodríguez Jiménez.
Otros que antes no les votaban y ahora lo hacen son «los obreros, gente trabajadora del comunismo que ahora ve al inmigrante como el enemigo que lucha por puestos de trabajo mal remunerados y poco cualificados», añade Ignacio Molina, profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid . Pasa en Francia, pero también en Gran Bretaña. Un viaje de extremo a extremo del arco ideológico impulsado por la crisis económica y la visión del extranjero como una amenaza que recorta la cartera de los servicios sociales. Todo ello unido a la reducción de la minería y la industria pesada han convertido las capas sociales trabajadores del Reino Unido en canteras de voto de un partido «que en los 80 ni lo pensábamos».
Holanda versus Gran Bretaña
La xenofobia y el ultranacionalismo son comunes en la amalgama de formaciones ultras que han pasado de ocupar 19 a 35 escaños en el Parlamento europeo tras las elecciones de junio de 2009. Unos comicios que evidenciaron ya esta nueva oleada que baña Europa y posibilitaron la entrada en la Cámara de dos nuevos partidos: el holandés PVV y el Partido Nacional Británico (BNP). Otros, como la italiana Liga Norte, el Partido Liberal austríaco o el Partido del Pueblo danés, doblaron su representación. Aunque a simple vista resulten similares, lo que realmente les caracteriza es «su heterogeneidad», ilustra Margarita Gómez-Reino, profesora de Ciencia Política de la UNED e investigadora desde hace diez años de estos movimientos.
Por seguir con los casos británico y holandés, el BNP (fundado en 1982) y el PPV (2006) representan generaciones distintas y situaciones internas opuestas entre la marginalidad y la normalización política. El primero triunfó en Europa el verano pasado, pero sigue siendo residual en Reino Unido, mientras que para el segundo el éxito europeo ha sido un trampolín para triunfar en las municipales. «Además, el PPV holandés se caracteriza por su islamofobia, pero rechaza expresamente su equiparación con partidos racistas como el BNP», agrega Gómez-Reino. Esta formación, liderada por Nick Griffin, expresa su rechazo a la inmigración «con un carácter y perfil más propios de la extrema derecha europea más tradicional». Sus lazos con Jean Marie Le Pen son conocidos.
No fueron los seguidores del Partido Nacional Británico los que le dieron precisamente la bienvenida al holandés Wilders en su polémica visita al Parlamento londinense hace quince días, sino los ultras del también británico EDL. Aprovecharon su presencia para desfilar por las calles al grito de «musulmanes con bombas fuera de nuestras calles».
El líder de la ultraderechista Plataforma Per Catalunya (PxC), Josep Anglada, no ha utilizado expresamente estas palabras, pero puede hacerlo en cualquier momento. Recién proclamado candidato a la presidencia de la Generalitat y concejal de Vic -donde el alcalde de CiU llegó a vetar el empadronamiento de los inmigrantes-, lidera un partido con 17 concejales repartidos en nueve ayuntamientos y de hechuras similares a las de otras formaciones europeas de corte xenófobo y populista. «Quizás tampoco sea una coincidencia que este tipo de movimiento cale en Cataluña, lo más parecido que tenemos en España al sistema multipartidista de Austria, Suiza o Bélgica, donde la gente está acostumbrada a coaliciones de gobierno muy grandes. Cuando pasan los años, no hay cambios y sufren la crisis quieren castigar al gobierno. Al no haber apenas alternativas claras votan a los extremistas, a un partido antisistema», plantea el analista Ignacio Molina.
Cordones para aislarlos
La acción colectiva de estos grupos es reducida al ser incapaces de ponerse de acuerdo en la Eurocámara y formar grupo propio. Pero con esta heterogénea y creciente derecha radical -también ha ganado posiciones en Hungría, Rumanía y Bulgaria-, la pregunta del momento es hasta qué punto los países de la UE van a modificar su umbral de tolerancia hacia estas formaciones en función de sus necesidades nacionales.
En algunos, como Bélgica, las élites políticas han establecido un cordón sanitario alrededor de los ultra para aislarlos. Pero Silvio Berlusconi gobierna con la Liga Norte, el partido xenófobo de Umberto Bossi y del ministro del Interior, Roberto Maroni, que ha dicho públicamente que «hay que ser malo con los inmigrantes». En Austria andan parecido y habrá que esperar a junio para ver qué pasa en Holanda. Según Margarita Gómez-Reino, en la UE imperan dos posiciones académicas sobre su avance. Los que ven el vaso medio lleno están convencidos de que es el mismo fantasma de otras veces, que viene y va. Los del vaso medio vacío opinan que la derecha radical va a más y acabará con la estabilidad de las democracias en Europa.
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