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Mercedes junto al monumento a Félix en La Magdalena, obra de Ruiz Lloreda / SANE
«A Félix le apasionaba el paisaje de Cantabria»
CANTABRIA

«A Félix le apasionaba el paisaje de Cantabria»

Mercedes Rodríguez de la Fuente Hermana de Félix Rodríguez de la Fuente

JAVIER RODRÍGUEZ

Domingo, 4 de abril 2010, 12:58

Parece que fue ayer y han pasado treinta años. Félix partió hacia tierras lejanas para trabajar y dejó en ellas la vida. Y aquí, una admirable obra. Su estilo -imagen inconfundible, verbo cálido, voz singular, pasión expositiva- es huella eterna en la memoria sentimental del pueblo español y se proyecta en las nuevas generaciones (extraordinario mérito en sociedad de zapping/kleenex mediático). "El hombre y la tierra" sigue siendo referente televisivo de máximo prestigio, pues el talento no caduca. Su hermana Mercedes, colaboradora de Punto Radio en el programa "Protagonistas Cantabria", residente en Santander, reconoce que estos días al volver a verle en TVE y otros medios lo ha pasado "mal en muchos momentos", aunque le alegra comprobar "que se reconozca la fuerza y el valor que tuvo y cómo fue capaz de cambiar la mentalidad de un pueblo".

-Todo está aún tan fresco...

-Sí, a pesar de que han pasado treinta años, demasiado fresco. Mi sobrina me ha dicho que su reciente viaje a Alaska fue muy emocionante y regresó muy contenta. Sufrí al pensar que la hija de Félix volvía allí y que no hay otra manera para desplazarse más que la avioneta. Pero en el fondo estoy encantada. Y toda la familia muy agradecida por el reconocimiento popular que se le ha ofrecido a mi hermano últimamente.

-Su mensaje sigue vigente. Es como si no hubiera transcurrido el tiempo. No hay desgaste.

-Recuerdo que cuando salía al campo con Enrique, mi marido, y los domingos por la tarde acudíamos a los bares de los pueblos de Cantabria... las fichas de dominó dejaban de golpear encima del mármol de las mesas al sonar en TVE la maravillosa sintonía que le compuso Antón García Abril. Empezaba el programa de Félix y se hacía un silencio absoluto. Todo el mundo miraba al televisor. De regreso se lo contábamos y nos decía que ocurría porque aquellas personas conocían perfectamente la materia que trataba: la naturaleza. Es que había capítulos que te hacían llorar de emoción...

-A mí me dejó marcado, por ejemplo, lo de las anacondas en el barro. Ponía los pelos de punta...

-¡Ah!, sí. Es que tenían que sacarlas de allí para que no murieran enfangadas, atrapadas debido a su peso. Salvaron todas las que pudieron, que fueron bastantes. Hubo verdadero riesgo especialmente cuando una giró la cabeza y dirigió sus mandíbulas a la mejilla de Félix. Fue muy impactante aquel momento. Pero corrieron muchos más riesgos. Me contó que en Venezuela, en la montaña sagrada de los Guaicas, se desencadenó una tormenta terrible e inesperada. Tan intensa y de tal aparato eléctrico que les obligó a tirar al abismo, por el precipicio del cerro, hasta los cinturones. Todo lo que tuviera metal. Y, por supuesto, a verse obligados a aterrizar de emergencia con el helicóptero en situación delicadísima, de máximo peligro. Reconoció que había pasado muchísimo miedo.

-¿Cómo recuerda su última conversación con él?.

-Las últimas palabras que cruzamos fueron porque llamó a casa para hablar con nuestra madre y como sabía que iba a partir rumbo a Alaska le comenté que tuviera mucho cuidado con los perros. Y respondió que no le preocupaban los perros, que tenía que recomendarle mucho cuidado... con los aviones. Cualquier día me estrello, dijo textualmente. Esas fueron sus palabras. Las tengo grabadas en la memoria.

-Félix transmitía pasión en todo lo que hacía. Se le notaba.

-Sí. Estaba profundamente enamorado de su trabajo, de la naturaleza. Creyó a fondo en su labor profesional. Fue un hombre comprometido con la degradación de la tierra, enfrentado a los factores que amenazan al planeta.

-¿Y cómo era su carácter?.

-A su lado no podías estar con los brazos cruzados. Tenía prisa, como si pensara que su vida no fuera a resultar larga. Nunca cogió vacaciones. Se comía el tiempo, lo devoraba. Iba contracorriente, contrareloj. Era muy puntual y ordenado en el trabajo y tenía mucho carácter, pero no rencoroso. Un enfado se le pasaba rápido.

-Y le apasionaba el paisaje de Cantabria, claro.

-Le apasionaba, sí. De niño aprendió a nadar en la playa de El Sardinero, pues Cantabria era el mar de Castilla y veraneábamos cada año en el «Hotel París» de Santander. Incluso mi padre acabó ejerciendo su profesión aquí. Félix estuvo tan vinculado a esta ciudad, a esta región.

-¿Cuáles eran sus rincones favoritos?.

-Las dunas de Liencres, de las que fue gran defensor de su integridad. Y la playa de Langre. Y los Picos de Europa. Y la Reserva del Saja, en la que se lamentaba al encontrar cepos de lobos. Recuerdo que cuando sucedía quedabamos ambos en silencio, cabizbajos. Y la costa. Y la hermosa Bahía de Santander...

-¿Qué destacaría especialmente de él?.

-Su naturalidad, no creerse la fama que tenía. Disfrutaba con lo cercano: conversando con un labriego mientras se comían unas patatas riojanas, por ejemplo. Félix no perdió nunca las raíces de hombre rural. Nunca.

-¿Y de dónde viene su amor hacia los lobos, especie a la que defendió contra viento y marea?

-Pues mira, creo que su pasión por el tema procede de que la primera niñera que hubo en casa, que se llamaba Córdula, era mujer de un pastor y le dormía narrándole cuentos de lobos. Como anécdota significativa te contaré que cuando mi padre le regaló a Félix unos prismáticos, teniendo él doce o trece años, se fue con unos batidores de lobos al Páramo de Masa. Cuando vió en primer plano las orejas enhiestas y los ojos de estos animales, que definía de color de uva de moscatel, se quedó muy impresionado. Y ocurrió algo absolutamente inesperado. De repente se desprendió del grupo y empezó a gritar sin pausa para que el lobo se fuera y no lo mataran. Imagina la situación.

-Los recuerdos sobre su vinculación a Santander son, por tanto, muy abundantes.

-Y de todo tipo. A veces estabamos comiendo en la cocina de nuestro domicilio, en el número veinte de la calle Cádiz, y como la ventana daba a la Bahía de Santander veíamos entrar en ella los delfines, los toínos. Dejábamos entonces el plato a medias en la mesa para salir a su encuentro y ver aquel espectáculo natural tan hermoso. Y recuerdo también cuando llegaba de Madrid y me pedía que le acompañara al Mercado de la Esperanza para ver el pescado. Se lo pasaba de maravilla en el mercado santanderino contemplando y analizando las julias, los jargos, etc., y comentándome las características de cada especie. Y también cuando teníamos que cuidar en casa los halcones que traía.

-¿Y a la hora de comer?.

-Le gustaba cualquier pescado, sobre todo el machote a la plancha. Lo pedíamos siempre en los restaurantes de nuestra capital. Y también le entusiasmaba el bocarte. Hasta tal punto que solía decirme: Mercedes, el día que la gente descubra el bocarte se va a poner más caro que la langosta... Hace unos días, por cierto, comí los primeros del año y no pude evitar que retornaran a mi memoria él y lo que le gustaban.

-¿Cuándo fue la última vez que Félix estuvo en Santander?.

-Es algo inolvidable. Pasamos en familia la Nochevieja de 1979. La última de la que disfrutó. Y de la manera más tradicional: viendo por la tele las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, comiendo las uvas y brindando por el año nuevo. Aquella noche-madrugada hablamos de muchas cosas: naturaleza, filosofía, religión, la conducta humana e incluso la fascinante sonrisa de los niños masáis, a los que conocía tan bien. Es tremendo. Quién podía imaginar lo que iba a suceder tan pocos meses después.

Treinta años sin Félix, sí. Recuerdo infinito. Tan infinito como la Cantabria cuyo paisaje amó.

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