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Azúcar. Los carros transportan la caña de azúcar hasta el ingenio azucarero 'Rosario', propiedad del marqués de Valdecilla y situado en la provincia cubana de Matanzas. :: DM
CANTABRIA

Cantabria, tierra de indianos

Las mayores fortunas se forjaron en América, a donde partían de niños y sin nadaTodos los que hicieron fortuna regresaron después y financiaron con ella importantes obras benéficas en sus pueblos de origen

PPLL

Domingo, 16 de mayo 2010, 13:05

Es difícil recorrer las carreteras de Cantabria sin toparse con referencias continuas a la figura de los indianos. Una escuela allí, en aquel pueblo; una casa allá, en aquel otro; una iglesia construida en estilo neoclásico y sufragada con fondos provenientes de América; un monumento con una placa en la base; una sede de un ayuntamiento, o de un hospital, o de un asilo de ancianos, o de un colegio... En cada pueblo de Cantabria, en cada rincón de esta tierra, la figura del indiano está siempre presente.

Y es así porque los indianos fueron gente muy importante, y muy numerosos, además. El desarrollo de la región en el periodo contemporáneo no podría comprenderse sin su aportación económica, porque quienes marcharon en busca de oportunidades -México y Cuba fueron siempre los principales destinos-, terminaron por regresar con sus fortunas, que después pusieron a funcionar en España.

Sí. Los indianos fueron personas de relevancia, y lo siguen siendo. Importantes compañías mexicanas, por ejemplo, están en la actualidad en manos de empresarios de Cantabria. La vida ha cambiado mucho, pero en cierto modo puede considerárseles como los indianos del siglo XXI.

El fenómeno no se extinguió con la desaparición de los últimos grandes benefactores porque el éxito de unos alimentó las esperanzas de otros y, cuando unos regresaban, otros marchaban para tomarles el relevo. La retroalimentación ha funcionado desde siempre: de unas generaciones a otras, de unas familias a otras. Así ha sido desde hace doscientos años.

Viaje de ida y vuelta

Hubo algunos especialmente famosos, como Antonio López , el marqués de Comillas (1817-1883); Ramón Pelayo, el marqués de Valdecilla (1850-1932); o Juan Manuel de Manzanedo, duque de Santoña y marqués de Manzanedo (1803-1882). Hicieron sus fortunas en el siglo XIX y regresaron a España decididos a gestionar desde aquí la riqueza acumulada. Navieras, inversiones ferroviarias, consejos de administración de bancos... fueron algunas de sus ocupaciones. Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII se alojaron en sus casas con motivo de alguna de sus visitas a Cantabria. Esa es la medida de la relevancia social que alcanzaron en la sociedad de su tiempo.

Otros indianos describieron trayectorias muy semejantes, aunque de perfiles más modestos: Mateo Haya Obregón, Antonio Gutiérrez Solana, Santiago Galas, Andrés Cano Diego, Francisco Pérez Venero... Fueron reconocidos en sus pueblos y comarcas, sobre todo por sus aportaciones a la comunidad. Allí, junto a sus convecinos, consumieron a menudo la etapa final de sus vidas.

No todos los que fueron a América hicieron fortuna, pero sí muchos. Y todos los que la hicieron, eso sí, regresaron a su tierra con ella.

La idea de marchar a la aventura, sin nada, con el cielo arriba y la tierra abajo, decididos a conseguir fortuna y gloria, no es exclusiva de los indianos de Cantabria. En todos los lugares y en todas las etapas de la historia ha habido aventureros. Entre 1840 y 1890, por ejemplo, hasta cuatro millones de irlandeses dejaron la isla y emigraron a América. Muchos italianos marcharon también hacia Argentina o los Estados Unidos de América en ese periodo.

Lo característico de los indianos de Cantabria no es que quisieran marchar en busca de oportunidades para mejorar su nivel de vida. Lo singular es que, todos los que lo lograron, mantuvieron el contacto con su tierra y terminaron por regresar a ella. Aquellos irlandeses y aquellos italianos no regresaron nunca a Europa, salvo para ver a sus familiares, en el mejor de los casos. Ninguno de los indianos cántabros, en cambio, se olvidó jamás de sus orígenes. Como los salmones, todos regresaron a morir a su río, a su cuenca, a su comarca, a su población de origen.

Asón, Pisueña y Liébana

El fenómeno de los indianos está presente en todo el territorio de Cantabria, de esquina a esquina, pero en algunas zonas tuvo mucho más repercusión que en otras: el Alto Asón, el Pisueña y Liébana.

En Arredondo, Soba, Ruesga y Ramales de la Victoria, por ejemplo, las referencias arquitectónicas son constantes. En Villacarriedo, Selaya, Vega de Villafufre o Sarón resulta difícil encontrar una familia que no haya estado emparentada con ellos. Numerosos lebaniegos de los valles de Bedoya, Camaleño o La Vega también probaron fortuna en el nuevo continente.

Fueron comarcas especialmente activas en su relación con México y Cuba, como lo fue el Oriente asturiano (Arriondas, Colombres, Ribadesella, Llanes). Los vascos emigraron también a México, pero en mayor medida a Argentina y Uruguay. Los gallegos hacia todos los rincones de América en los que era posible hacer fortuna: México, Cuba, Venezuela, Argentina. Cántabros y asturianos, más que ningunos otros, regresaron a su tierra con el dinero acumulado: esa fue su singularidad y esa la característica que les define como indianos.

De su importancia en esas poblaciones y comarcas hay una anécdota interesante, ocurrida en el pueblo de Arredondo. Era un día de verano de los años cincuenta. En la plaza del pueblo, aquella que se sitúa entre la iglesia, el ayuntamiento y la carretera que conduce desde Ramales de la Victoria y hasta el puerto de Alisas, varios vehículos permanecían estacionados . Entre bar y bar, entre blanco y blanco, alguien reparó en que cada coche exhibía la matrícula de un país diferente, y dijo: «¡Vaya con Arredondo! Si parece la capital del mundo». Luego se puso una placa, a la entrada del pueblo: 'Arredondo, la capital del mundo'. Los coches eran de los indianos -pocos más tenían vehículo en aquellos años- que en verano regresaban al pueblo: de los indianos de Arredondo, y probablemente de los de Ogarrio, Riva, Valle o Villar de Soba.

Obras benéficas

Otra característica común a todos los indianos, además de la que les define como tales en la medida en que fueron a América y regresaron después, es la que les relaciona con obras sociales y benéficas promovidas en sus poblaciones de origen. Todos los indianos, sin excepción, financiaron colegios, hospitales o asilos de ancianos; rehabilitaron iglesias o construyeron otras nuevas; acondicionaron espacios públicos... destinaron parte de su dinero, en definitiva, a crear infraestructuras en beneficio de la comunidad.

¿Qué lo motivó? No está tan claro. Se habla de la necesidad de obtener el 'perdón eterno' después de haber ganado el dinero en condiciones muy adversas -en ocasiones incluso con esclavos-; del deseo de destacar y de ser reconocidos socialmente; del recuerdo de las duras circunstancias que, en su niñez, les forzaron a emigrar y de su voluntad de cambiarlas para hacer la vida más fácil a los integrantes de las nuevas generaciones. Puede que no hubiera una única razón, sino una síntesis de todas ellas.

Los indianos siempre se significaron por su obra social. Ahí quedan ejemplos como las instalaciones del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, en Santander; el Instituto Marqués de Manzanedo, en Santoña; las iglesias de Salarzón (Cillorigo de Liébana) o Arredondo; las escuelas de Santibáñez de Carriedo (Villacarriedo), la casa consistorial de Soba... Los proyectos educativos fueron los que más atenciones despertaron. A finales del siglo XIX, algunos sectores de la población, entre los que se encontraban los indianos, estaban convencidos de que todos los problemas de la humanidad llegarían a solucionarse mediante la educación y la revolución científica y tecnológica. No acertaron a pensar que, en tanto algunos males endémicos se solucionaban, otros nuevos surgían para reemplazarlos.

El gusto por lo exótico -ahí está la vegetación de sus residencias-, el papel del trabajo, el impulso a la investigación y la ciencia, el apoyo a los más jóvenes, el cariño a sus convecinos, la representación de la tierra y la comarca -muchos fueron elegidos diputados a Cortes-, la mentalidad mercantil, la necesidad de alcanzar el reconocimiento social... fueron valores comunes a todos los indianos de Cantabria, tanto como la característica principal que les define a todos ellos: el regreso. Porque un buen día, de niños, con once o doce años, sin nada que perder, dejaron a sus familias para marchar a la aventura, y años después, cuando la lograron, regresaron a su tierra para morir en paz, después de toda una vida de aventuras.

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