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VIOLETA SANTIAGO
Martes, 25 de mayo 2010, 09:57
Una representación de los profesionales y obreros que sudó la gota gorda para dejar el Seminario Mayor de Comillas incluso mejor que nuevo tuvo ocasión de admirarlo ayer, una vez acabado, pulido, sacado brillo. Durante todo el día se abrieron las 'puertas de las virtudes' de la fachada principal para acoger a unas 500 personas, también llegadas de Huesca, Oviedo o Madrid, entre otros puntos, en grupos que mezclaban a los trabajadores con familiares o amigos invitados por ellos mismos.
Para todos fue «un orgullo» participar en esta obra. Más, cuando uno de los dos guías que ejercieron al mediodía -Doroteo del Pozo, arquitecto técnico y jefe de obra- insistía e insistía, en cada una de las estancias que mostraba, en el ingente trabajo que lleva detrás el edificio y que ahora es invisible. «Parece que no se ha hecho nada, pero la restauración ha sido enorme y ha requerido de mucha paciencia. Sólo en este claustro hubo que vaciar el sótano más de cinco metros hacia abajo, con más de la mitad del terreno de roca... y en el año que más llovió en Cantabria», recalcó provocando la sonrisa de la concurrencia.
Pero hubo cientos de manos, cada una con su conocimiento especializado, que contribuyeron a superar todos los inconvenientes que fueron surgiendo, que a veces parecían no tener fin. A ellos les guarda la UTE Comillas (la constructora) y la SAIC (la Sociedad de Activos Inmobiliarios Comillas) «una inmensa gratitud», explicó un portavoz. «Por eso hemos querido que fueran los primeros en verlo. Nosotros también estamos muy orgullosos de ellos. En general, se nota en los detalles que le tenían un cariño especial a esta obra».
El otro guía de la jornada, Enrique Campuzano, tampoco dejaba de advertir lo costoso del proyecto: esta edificación se levantó a finales del siglo XIX, «con malos materiales y de forma muy rápida». Los empleados de constructoras y subcontratas fueron capaces de convertir el inmueble ruinoso y machacado que se encontraron en la luminosa y funcional instalación que es hoy y que servirá de sede a la Fundación Comillas y al Centro Internacional de Estudios Superiores del Español, Ciese.
«Esto es una obra faraónica», opinó a medio recorrido Juan Antonio García, padre de un instalador de 'Air Confort', Ricardo García, que le había invitado a verla. García padre no se esperaba «así» el interior del Seminario. «Me ha sorprendido muchísimo, para bien». Sobre todo, la zona noble, la que ha respetado lo más fielmente posible «el original». Y eso que el hijo ya le había advertido de que había zonas que eran «una maravilla». «En este otro lado», decía en referencia al área que tiene más aire de oficina, «han pensado más en lo práctico».
Y es que, si algo fue inesperado para la mayoría de los visitantes de la mañana de ayer, fue el contraste entre la parte del edificio que reproduce maderas, artesonados y serigrafías en las paredes de 'lo otro'. El vestíbulo, la gran escalera, el paraninfo, el sobreparaninfo, el atrio y el claustro este, todo lo rehabilitado, se extiende a lo largo de 8.133 metros cuadrados. Pero la mitad conserva el aire de los años en que se construyó, en tanto que otra gran zona (el claustro) es más aséptica: madera clara para el suelo que evoca al pinotea de toda la vida, paredes de hormigón blanco visto, mucho acero, grandes ventanales por los que ayer entraba el sol con descaro, techos altos y lámparas de tipo industrial.
Una combinación que no entró por igual en todos los ojos. José Martín, gerente de Mármoles Martín Sánchez, empresa con sede en Santander, acudió a la cita de ayer con la ilusión de ver la obra terminada. Porque él concluyó su parte (en el suelo principal del vestíbulo, las escaleras y adoquinados) hace ya tiempo y tenia curiosidad. Le acompañaron dos amigos. A uno no le iba el que toda la piedra se haya pintado de blanco. Al propio Martín toda la parte en la que se instalará el Ciese le hubiera gustado «menos moderna. No está mal, pero me resulta un poco chocante».
A otros, por el contrario, la blancura radical elegida les sorprendía para bien. «Me gusta mucho el contraste entre lo antiguo y lo moderno», señalaba una chica. Casi al concluir la visita de una hora y media, unas luminarias redondas colgando de unos sofisticados artesonados de madera horrorizaron a otra visitante que los tachó, directamente, de «crimen». Hoy habrá otras 600 opiniones, las de todos los que visitarán el lugar tras haberse inscrito para ello con antelación.
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