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Turistas admirando la réplica de la cueva original. :: DM
Las visitas experimentales realizadas en 2007 se suspendieron porque dañaban la cueva
CANTABRIA

Las visitas experimentales realizadas en 2007 se suspendieron porque dañaban la cueva

El informe presentado al Patronato revela que tuvieron que interrumpirlas a los dos meses para frenar la dispersión de esporas en las pinturas

GONZALO SELLERS

Domingo, 13 de junio 2010, 02:25

La reapertura de la cueva de Altamira dio esta semana sus primeros pasos tras ocho años de cierre. Tras el 'sí con condiciones' -visitas muy restringidas y controladas- del Patronato que la gestiona, serán los técnicos los que escriban los próximos capítulos hasta noviembre, fecha en la que se decidirá el cómo y el cuándo.

El informe del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que tuvo el pasado martes sobre la mesa el Patronato de Altamira para decidir si reabría o no la cueva es taxativo al advertir sobre el daño que generan las visitas. «La entrada de turistas provoca perturbaciones microambientales en la cavidad perjudiciales para la conservación de la misma y en particular para la sala de los polícromos», dice el texto.

Puerta abierta

Los científicos también apuntan, sin embargo, que si se decide «cambiar de estrategia» y se reabre la cueva, «la monitorización debe ser exhaustiva para detectar de forma temprana la probable expansión de microorganismos hacia zonas internas de la cueva».

Por eso, la primera decisión que se ha tomado es encargar al CSIC que prepare un plan de visitas experimentales para este verano, con el objetivo de comprobar cómo afecta la presencia de personas a las pinturas. Serán los resultados de esta experiencia piloto los que determinen cuántas horas y en qué condiciones se reabrirá Altamira. Pero, según ha podido saber este periódico, esta investigación tiene un precedente no muy lejano en el tiempo con resultados poco favorables. En ese informe preliminar que el CSIC entregó al Patronato se detalla cómo un estudio similar desarrollado en 2007 fracasó.

Fue ese año cuando comenzó el 'Estudio integral del estado de conservación de la cueva de Altamira y sus representaciones paleolíticas. Perspectivas de futuro', que duró dos años y medio y contó con un presupuesto de 180.000 euros. Otras dos investigaciones previas, entre 2002 y 2005, gastaron 203.000 euros.

La Dirección General de Cultura ordenó entonces que se realizaran una serie de visitas experimentales para, según recoge el informe, «evaluar su impacto sobre las condiciones ambientales» de la cavidad. Los investigadores del CSIC se vieron obligadas a suspenderlas a los dos meses «para evitar la dispersión de esporas», que aceleraba «la rápida pauta de crecimiento de los hongos». «Se demostró que la masa de aire que entraba movía las micropartículas (agua, polvo, esporas) por toda la cueva», señaló a este periódico el vicepresidente del CSIC, Juan José Damborenea.

A la espera de las conclusiones de los científicos, los miembros del Patronato no se atrevieron esta semana a dar una cifra estimada de los visitantes que podrán entrar a la cueva a partir de su reapertura en 2011 -sólo el presidente Revilla se aventuró con un impreciso «cinco, diez, quince personas al día»-. Sin embargo, el pasado mes de abril, la directora general de Bellas Artes, María Ángeles Albert, dio una pista sobre las cifras que se barajan.

Pocas visitas

«Habrá que pensar en un programa progresivo: 800, 900, 1.500 horas al año. La cueva de Lascaux, por ejemplo, después de tantos avatares, está abriendo de forma muy retringida, unas 900 horas al año más o menos», desveló. Estos números están muy lejos de los que estaba acostumbrada Altamira. En 1973 batió su récord con 173.000 visitas, y en 2001 abrió 5.280 horas para que entrasen 8.800 personas. «En ningún caso volveremos a esas cifras. De ninguna forma. Ya vimos que no se podía mantener ese ritmo de visitas, por muy largas que fueran las listas de espera y por amplia que fuera la demanda social», remarcó Albert.

Alrededor de 4.000 personas estaban apuntadas en esa lista previa cuando la cueva cerró en septiembre de 2002. Aunque el Museo Altamira no quiere dar a conocer sus identidades amparándose en la Ley de Protección de Datos, su director, José Antonio Lasheras, sí espera que ellos tengan preferencia porque «llevan ocho años esperando».

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