NOSOTROS, LOS ACCIDENTADOS

El aire se está empezando a fatigar en las banderas. La alegría, por muy legítima que sea, no puede ser ni impúdica ni plúmbea, pero los festejos están durando más que los partidos. Hay cosas que no pasan más que una vez en la vida, como nacer y morir, y otras que son altamente improbables, como resucitar con pelos y señales, quiero decir con memoria y cicatrices. Habrá que ocuparse de asuntos menos gratos que el triunfo de nuestra selección. Hay quienes le están pidiendo a Vicente del Bosque que sea candidato a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones, pero debemos abandonar toda esperanza: es una persona serena, ecuánime y desprovista de rencor y de ambición. Esas cualidades, cuando se juntan, inhabilitan a cualquiera para tan alto cargo.

Cuando baje la marea triunfalista y las aguas vuelvan a su cauce nos daremos cuenta de que bajan turbias. La subida del IVA ha conseguido no sólo que los que ganen más paguen más, que es lógico, aunque debiera ser proporcional, sino que todos vivamos algo peor. Por vez primera, la bajada de los sueldos está influyendo en la demografía. France Telecom reconoce un suicidio como accidente laboral. Los franceses se jubilarán a los 62 años. Una buena edad para empezar a ser pobres, como todos los jubilados que no hayan sido potentados anteriormente.

Los sociólogos debieran reflexionar por qué casi 60 trabajadores de Telecom se han quitado la vida durante los dos últimos años. ¿Hasta qué punto se puede considerar como accidente laboral quedarse sin trabajo? Ya sabemos lo que hay que hacer cuando las pensiones de nuestro vecino veamos cortar. Ser viejo no debiera ser sinónimo de ser menesteroso, ni ser trabajador con ser esclavo. En España va a aumentar el número de accidentados. No porque nos atropelle un coche, ni porque nos caigamos bajando unas escaleras -nadie se cae subiéndolas- sino por el atropello de las pensiones y por la bajada del poder adquisitivo. Si bien se mira son accidentes laborales.