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Unos niños juegan en la playa junto al velero :: PALOMEQUE
SUANCES

Nelson, en Suances

Una embarcación de recreo permaneció varada durante todo el día y fue rescatada por un remolcador

I. CUESTA

Sábado, 31 de julio 2010, 12:16

En la ensenada de la playa de Los Locos no suelen entrar muchos barcos. Puede ser porque la playa no gusta o puede haber otras razones más largas de explicar que hacen que los patrones de embarcaciones de recreo tiren para otra zona. El caso es que el jueves por la tarde aquello parecía la Formentera del anuncio de cerveza del año pasado, con velero de diez metros anclado a pocos metros de la orilla y toda la historia.

El problema surgió cuando a los tres tripulantes de la embarcación, que todo hace pensar que les había gustado el sitio y habían decidido quedarse, les entró el hambre, y a eso de las nueve optaron por echar el ancla y subir al Caserío a tomarse una lubina. A la vuelta, de aquella bonita estampa que habían dejado no quedaba casi nada y el 'Inola', que así se llama el barco, se había colocado en mitad de la playa.

Desde ese momento, y hasta las seis y media de la tarde de ayer en que un remolcador venido de mares lejanos logró volver a colocarlo mar adentro, para los navegantes no hubo más que desolación. Primero, la noche en vela, y luego, todo el día levantándose de la toalla para sacar del velero a los que decidían que era un buen día para conocer un barco por dentro o habían leído eso de que lo que encuentras en el mar, te lo quedas.

El caso es que, desde la cena del día anterior, entre una cosa y otra, no estaban para fiestas y se negaron a contar a las preguntas de quiénes son, cómo se llaman o qué les había traído aquí. «Ha sido un desastre. No sabemos cómo ha pasado.» poco más, entre «¡niño, bájate de ahí!» y pitillo y llamada de teléfono.

Al final, sobre las seis de la tarde comenzaron los trabajos de salvamento con la playa a rebosar y todo tipo de apuestas entre el público. Un remolcadoa consiguió finalmente enderezar el pobre barquito cuando alguno ya veía a los tres marineros vendiéndolo por piezas o esperando a la luna de agosto para devolverlo a su casa.

Parece que el mal humor se evaporó de entre la tripulación cuando vieron que aquello flotaba de nuevo y la gente les aplaudía y gritaba ¡Ese Nelson! Porque uno de ellos, lo mismo el que tenía el PER, levantó lo brazos en señal de victoria y despedida desde la popa.

Cualquiera imagina que la desolación volverá cuando llegue la factura.

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