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MARIÑA ÁLVAREZ
Lunes, 6 de septiembre 2010, 09:58
Porque en los montes de Buelna está, dicen, el mejor campamento romano de Europa aún por explorar, por los castros cántabros del macizo de Dobra, por las estelas, la calzada y las termas... Hay corraliegos que aseguran que la historia de las Guerras Cántabras se palpa todavía. Y la fiesta, inventada hace sólo una década, es como una catarsis que involucra a miles de vecinos de la villa y de otros pueblos de los valles de Buelna e Iguña. Cada uno tiene su tribu cántabra o su legión romana favorita, es fan de un personaje, clama a Baco, odia al gladiador, sigue al druida, abuchea al soldado, se rinde al César, teme a Agrippa y, sobre todo, adora a Corocotta.
Ayer terminó la décima edición de la fiesta, que aun tan joven ya consiguió hace un par de años que se declare de Interés Turístico Nacional. Los Corrales estaba abarrotado cuando a las seis de la tarde comenzó el inmenso desfile de las 13 tribus y 13 legiones, integradas por dos mil personas vestidas de manera impecable. Dicen que ese es uno de sus méritos, que la gente se gasta de su bolsillo los mil euros que puede costar un uniforme de soldado romano, «aquí nadie va de 'los chinos', como en otras fiestas de recreación histórica», dice la alcaldesa, Mercedes Toribio.
Todos van impecables. «de peluquería», comentan dos señoras al paso de un grupo de mujeres ricamente vestidas de patricias, muy guapas todas y perfectamente coordinadas con su grupo. Suerte que este año están de moda las sandalias romanas, porque completaron perfectamente los conjuntos de ellas y ellos.
A pesar de los atascos que sufrió el desfile en algunos momentos, la riada de personajes fue espectacular, y el público -calculan que entre 30.000 y 40.000 personas- también se metió en el papel, con gritos de «¡Viva Cantabria!» y «¡Fuera romanos!», como es menester.
Hubo muchas sorpresas cada vez que una tribu o legión pasaba ante el palco de autoridades. Algunos presentaban armas al jefe del Ejecutivo cántabro, Miguel Ángel Revilla, otros le saludaban «AVE, presidente», y otros amenazaban con clavarle una lanza, todo con mucho jolgorio y sentido del humor. Aunque la gran anfitriona fue la regidora, que recibió tantos besos de los miembros de su tribu que acabó con la cara azul -la pintura de guerra de tal clan-.
En el mismo palco estaba el consejero de Cultura, Javier López Marcano, que admitió su «debilidad» por estas fiestas de recreación histórica. En este caso, pretende recuperar con «rigor y seriedad» el primer conflicto armado de los cántabros.
Marcano dice que la de Los Corrales es lo «suficientemente fidedigna», aunque en estas cuestiones siempre hay que observar con cariño para pasar por alto hilarantes anacronismos, como el piercing y las uñas de los pies de color verde que lucía una de la Legio VI Victrix de Calahorra -grupo invitado-, los zapatos de tacón que llevaba alguna otra, las sombras de ojos de colores y los peinados a lo garçon que tan poco pegan con las túnicas. Se colaron algunas gafas y calcetines dentro de las sandalias, pero poco más. Por cierto, Marcano dice que, de tener que representar a algún personaje escogería a «Cayo Julio César, mi favorito», y Revilla se quedó con «Laro, el pequeño». Discusión aparte merece si Laro andaba por allí del año 29 al 19 antes de Cristo.
Los niños haciendo la tortuga con sus escudos, y el ancestral sonido de las caracolas anunciando la llegada de las tribus, fueron algunos de los momentos más especiales, aunque se llevó la palma el saludo a Revilla del historiador romano Estrabón: «Ave más que nunca, ¿no?», que recibió la callada por respuesta y la insistencia del primero, «¿es que no le gustamos los romanos?». No demasiado, a tenor de los insultos que recibían del pueblo. Los cántabros, sin embargo, levantaban aplausos y vivas a su paso, a lo que las tribus respondían: «¿Qué somos? ¡cántabros!, ¿qué matamos? ¡romanos!, ¡viva Cantabria!». Y la apoteosis llegó con Corocotta, un hombre imponente vestido de negro que causa furor por allá, porque encarna los valores de la rebeldía y las ansias de libertad.
Los seguidores de Baco iban bien contentos bebiendo vino, y arrojando caramelos a las autoridades «¡pa las arcas!». El imposible peinado de la pitonisa Selenia -a lo Marge Simpson- causó sensación, igual que la llegada del emperador Augusto en su cuádriga con una de las legiones que mejor ritmo llevaban y mucho ruido de tambores. Luego pasaron dos legiones de romanos de verdad (venidos de Roma), y los orondos gladiadores con sus espadas y redes amenazando con cazar a algún despistado.
Una tribu de cántabros desfiló a caballo, dejando ante el palco un buen montón de excrementos que obligó a los grupos que venían detrás a esquivar el obstáculo. El grueso de las fieras tribus cántabras llegó al final, con sus ropas oscuras y austeras, un toque salvaje y mujeres con el pelo revuelto. Alguno iba cubierto con pieles de animales, otros llevaban enjaulado a un esqueleto vestido de romano y hasta un jabalí colgado de un palo por las patas. Las gaitas y la percusión marcaron el paso, hasta que, hora y media larga después, la comitiva consiguió recorrer la Avenida Cantabria y llegar hasta el Campamento Festero, un auténtico parque temático de la historia de las Guerras Cántabras, con su poblado, sus pallozas, el templo e infinidad de objetos y símbolos de la cultura popular. Lleva abierto dos semanas, y cuentan que todos los días está muy concurrido. Es un punto de encuentro para los corraliegos, donde beber 'pócimas' y comer ricos manjares, mientras los niños corretean por el recinto.
Todas las legiones acabaron allí, al igual que todo el público, en un maremágnum donde cántabros y romanos brindaban, hablaban el mismo idioma y adoraban a los mismos dioses. Es el mensaje que los organizadores quieren dar en el día grande de esta fiesta. La invasión terminó con 'Pax'.
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