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SOTILEZA

El artesano más puro

Pintor, dibujante o ceramista, Miguel Vázquez fue un luchador político rejuvenecido en sus ilusiones artísticas

:: FERNANDO ZAMANILLO

Viernes, 10 de septiembre 2010, 02:28

Conocí primero la obra que al artista. La conocí un buen día de fiesta de verano de un lejano año de 1970. Lo recuerdo muy bien. Fue en una de las salas bajas del Claustro del Monasterio Regina Coeli, de Santillana del Mar, concretamente la antigua Sala Capitular, antes de convertirse en Museo Diocesano de Santander.

Mi memoria está tan fijada a aquel momento porque, de alguna manera, entonces también comenzó mi relación de amistad con el capellán de las Hermanas Clarisas, Antonio Niceas. De aquella visita recuerdo el gran impacto que me hicieron las para mí siempre maravillosas vasijas de Miguel Vázquez, con sus exquisitos vidriados verdes, grises y marrones, sus serenas formas redondeadas, sus acabados casi perfectos.

Ya entonces conseguí que mi padre adquiriera una de ellas, vasija - jarrón de boca estrecha y admirable textura que me acompañó en la casa paterna durante muchos años, hasta que definitivamente desapareció de mi vista y tacto al morir aquél. ¿Dónde iría a parar?

Después pasó casi una década y conocí al artista. Más que conocerle, pasé sin solución de continuidad a tratarle. Esta vez de la mano de otra artista, también entonces totalmente ligada a la cerámica, pero plenamente escultora, Maribel Garay. Y conocí al artista en su medio natural, en su casa taller de Somo. Y gracias a la experta guía de Maribel aprendí a considerarle mucho más allá que como un mero artesano de la cerámica, magnífico, por otra parte, sino como un artista escultor que se servía del barro para trascenderlo a formas simbólicas que dejaban atrás las puramente utilitarias.

A partir de entonces, en los inicios de los ochenta, fui profundizando en su trato amistoso y afable de gran conversador, al tiempo que me iba dando cuenta de su importancia como pintor y como dibujante, como diseñador y realizador de estimables alfombras, en cuya confección colaboraba su familia. Y conocí al hombre político luchador, de difícil pasado anti-franquista, de vida precaria, pero ya entonces sosegado y rejuvenecido en sus ilusiones artísticas, muy inquieto al tiempo que siempre sobrio. Fueron los años del Museo de Bellas Artes, de su extraña exposición en el verano, creo recordar, de 1982; del grupo Cajiga, que formamos en el estudio de Ángel de la Hoz, junto a Cecilio Testón, Rafa Gallo y Fernando Gomarín y cuyos efímeros, pero bellos, resultados expusimos en la Casa del Siglo XV, de Segovia, y en el Palacio de Exposiciones, de Madrid. Más tarde nuestras vidas se fueron separando muy paulatinamente. Acabó alejándose de Santander, mas al principio le solía ver en los veranos, cuando huía de los calores de Nerja, a donde se había retirado solitario.

Sus visitas a la galería Siboney eran entonces frecuentes y los ratos de charla intensos, girando con cierta obsesión por su parte acerca de su legado artístico, tras su ya inocultable vejez y sentimiento de soledad. No sé, al final, si llevó a la práctica sus ideas sobre una posible donación o depósito o legado o fundación, pues todo eso se le pasó por la cabeza.

Luego, en esta última década, vino el silencio por ambas partes. Ahora ha muerto casi nonagenario. Me queda un regusto melancólico y nostálgico de una vieja amistad en la vida y en el arte, que yo bastante más joven e inexperto no supe conservar hasta el final. La amistad de un artista puro.

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