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Miguel Vázquez, investigación y compromiso
RETRATO

Miguel Vázquez, investigación y compromiso

Cantabria pierde a uno de sus creadores más innovadoresBIOGRAFÍA

LUIS ALBERTO SALCINES

Viernes, 10 de septiembre 2010, 13:02

El pasado día 4 moría en Santander el pintor y ceramista cántabro Miguel Vázquez. Había nacido en Santander en 1920. Junto al también pintor Julio Maruri, era el decano de los artistas de nuestra comunidad. Sus últimos años había alternado su estancia en Nerja, donde pintó algunas obras, y Santander. Siempre había mantenido una vida un tanto solitaria trabajando en su taller de Somo, donde vivía. Excepcionalmente interrumpía su rutina alguna exposición o actividad en la que requiriesen su presencia. Por ejemplo, las muestras de homenaje que se le hicieron. La primera, en el Centro Cultural de Somo en 1995, en la que participaron destacados artistas cántabros, entre ellos sus grandes amigos Esteban de la Foz y Ángel de la Hoz, de su generación, y Miguel González e Isabel Garay entre los que podíamos considerar admiradores y discípulos en cierto modo. Precisamente Isabel Garay comenzó en la escultura cerámica en el taller de Miguel. Unos años más tarde, la Asociación de Ceramistas de Cantabria, con motivo de su muestra anual en San Vicente de la Barquera, le hizo un nuevo homenaje.

Miguel Vázquez pertenecía a la generación de artistas cántabros de la posguerra, manteniendo una estrecha relación con los poetas del grupo Proel. A él se debe el nombre de la colección de poesía 'La isla de los ratones', que editó Manuel Arce. Desde sus comienzos como pintor se sintió atraído por la obra de Pancho Cossío. El citado Manuel Arce recuerda que le llamaban cariñosamente 'Panchín' debido a ello. Y él mismo se reconocía discípulo suyo.

De aquellos años, el pintor y arquitecto Juan Navarro Baldeweg, a quien le dio clases Vázquez, le recuerda como «un hombre sin retórica en la expresión, en conceptos, en su estética, y con profundos conocimientos técnicos».

Ideales perseguidos

Sus convicciones políticas le llevaron a la cárcel, concretamente a la prisión de Burgos. Fue en 1959 después del congreso del Partido Comunista en Praga. Una redada en Cantabria le condujo a ella junto al escultor Joaquín Palazuelos, y un poco más tarde al músico Eduardo Rincón. Allí coincidió con Manuel de la Escalera, Antonio Bedia y Antonio Zapata, de Cantabria, y el pintor vasco Agustín Ibarrola. Sus años en la cárcel le marcarían profundamente. No sólo en lo físico y en lo psíquico, padeciendo a consecuencia de las torturas pérdidas de concentración y de memoria, sino también en lo artístico.

Durante el tiempo que estuvo en la cárcel realizó clandestinamente obras sobre papel. Algunas de ellas, de pequeño formato, estaban hechas con tinta negra sobre el fondo blanco: figuras esquemáticas de un hombre aparecían atravesadas por alambres de espino; metáforas del hombre torturado, censurado. Con ellas se organizó una exposición en París, continuando él aún en la cárcel, para tratar de ayudarle económicamente.

Cuando salió del penal, en 1964, su creación artística iría por otros derroteros y guardaría memoria del tiempo del silencio impuesto. Decidió dedicarse a la cerámica. Me explicaba: «Yo siempre me he sentido pintor. Las razones por las que me dediqué a la cerámica fueron dos. Por un parte, por una necesidad económica; por otra, creía que tenía más posibilidades de realizar el arte que yo quería expresar. Para ello partí de unas bases, de unos principios: la cerámica se sustraía al mundo de las modas artísticas, de las galerías, de los marchantes.».

Viajó a Cataluña, donde se relacionó con Llorens Artigas, y Valencia (Manises) para conocer los secretos, la cocina del nuevo lenguaje creativo. Poco a poco fue profundizando en él para saber elegir el tipo de arcilla, dominar el fuego, las altas temperaturas, hacer uso de los esmaltes, los vidriados. A su regreso a Santander colaboró con el estudio de arquitectos Valalfar, del que formaba parte Ciuco Lastra, situado en la santanderina calle Antonio López, con trabajos de revestimiento y complementación de fachadas. De él salieron vasijas y objetos de adorno de formas suaves que remitían a las de Llorens Artigas, pero con un tratamiento personal que las diferenciaba.

Obras contundentes

En un momento dado se produce un salto cualitativo en su trayectoria. Un acuerdo económico con Caja Cantabria le proporciona la posibilidad de realizar una obra de grandes dimensiones, una obra muralista, para algunos de sus espacios. Él había realizado uno muy colorista para los balcones de un edificio en la calle Alonso Vega. Pero ahora se trataba de trabajar con más libertad y a gran escala. Es entonces cuando realiza los murales de las sedes de la institución bancaria en Torrelavega, Laredo, las sucursales en Santander situadas en la calle Alta y al comienzo del Río de la Pila, ésta última sería años después destruida en una reforma, en la residencia de ancianos de Cazoña y en el vestíbulo del teatro en Tantín. En ellos juega con los elementos simbólicos de la Caja, que entran en diálogo con otros personales, hasta conseguir reflejar sus ideas. Afirmaba en una ocasión: «Yo procuro utilizar símbolos, una expresión de semiocultación para tratar de evitar el choque frontal». En ese tiempo realiza también dos murales para dos farmacias de Torrelavega en los que el elemento icónico de juego es el anagrama de las farmacias y otro, soberbio, para una compañía de seguros en la misma ciudad.

Pero sin duda alguna, si hubiese que elegir cuál de todos ellos representa del modo más contundente su talento artístico es el de la Facultad de Ciencias en la avenida de Los Castros. Un ejemplo de complejidad técnica, de equilibrio compositivo y sugerencias expresivas. Una obra para la que tuvo que contar con la colaboración de un taller cerámico en Castro Urdiales y que da su verdadera dimensión creadora.

Paralelamente a los murales realizó una obra escultórica utilizando asimismo el barro como material. Eran piezas de suelo, con formas en las que predominaban las curvas, ovoideas en algunos casos, llenas de misterio, que transmitían una cierta inquietud en el espectador. En su texturada superficie, cálida, con el característico color ocre de sus piezas, aparecía un craquelado, una oquedad, inscripciones que remitían a sus años de aislamiento forzoso, a un tiempo dolorido de silencio y oscuridad: nombres (Burgos, Malumbres.) y fechas.

De ese tiempo son también unas piezas consideradas menores, alimenticias podíamos decir. Unos pequeños frailes realizados con una intención caricaturesca e irónica que provocaban la sonrisa de los espectadores. Era una forma de llevarse a casa una pieza de Vázquez a un precio asequible.

No hay que olvidar tampoco los diseños que realizó de alfombras y tapices, basados en su lenguaje pictórico, que tejía su hija Ana, de una gran originalidad.

Pese a su deliberado aislamiento y escepticismo, como antes decía, al considerar que vivía en un tiempo con el que no se identificaba, con unos metas y unas formas de vida en las que no creía, en ocasiones los amigos le sacaban de la paz natural de su Somo de residencia y le convencían para participar en proyectos en los que se integraba lleno de ilusión. Fue lo que le sucedió con la experiencia del colectivo Cajiga, a principios de los ochenta. Grupo formado por Ángel de la Hoz, Rafael Gallo, Cecilio Testón y Fernando Zamanillo con la intención de incardinar una creación artística hecha por artistas cántabros contemporáneos con las raíces telúricas de una cultura en la que estaban inmersos. En una sala del Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid, y en la Galería Puntal 2 de Torrelavega mostraron sus trabajos.

En julio de 1980 nos sorprendió a todos con una muestra en el museo de Bellas Artes de Santander. Miguel Vázquez volvía a la pintura. Bueno, tampoco era pintura exactamente. En formatos cuadrados y rectangulares, sobre soportes de tabla pintada de blanco, yuxtaponía diversos materiales pobres: cuerdas, maderas, metales oxidados. combinándolos con pequeñas formas cerámicas tratando de conseguir una expresión plástica. Algo de Tápies podía haber en sus composiciones. Desgarradura, violencia, pero también poesía. Ramón Viadero celebraba su vuelta al ámbito expositivo en el catálogo: «Quería destacar en esta nueva salida de Miguel Vázquez ante el público y la crítica la heterogeneidad de un recorrido que ha sabido convertir en subterránea la larga raya del nexo que a modo de cordón umbilical ha desarrollado su pensamiento, su afán de búsqueda, sus incursiones por los diferentes campos, su investigación pragmática y manchada con el dulce barro que acaricia la callosidad del trabajo indiferenciado, de la anulación de esas divisiones metodológicas entre las fuerzas del trabajo y de la cultura». Y Fernando Zamanillo escribía en el mismo catálogo refiriéndose a la presencia del material cerámico en la obra que presentaba: «Si en ella aparece la cerámica, es ocasionalmente, y como objeto de expresión plástica, colorista y táctil. Aquí queda aún más relegada al plano de medio, no de objetivo».

En los últimos años de su vida pasó largas temporadas en Nerja. Sustituyó el Cantábrico por el Mediterráneo. Allí de nuevo volvió a la pintura. Finalmente, hace cinco años, regresó definitivamente a Cantabria. Su última exposición en Santander tuvo lugar en la galería Cervantes en 2006. Presentó acrílicos y óleos sobre papel de formatos reducidos realizados en los noventa. Lamentablemente, no tuvo la repercusión que su trayectoria y su prestigio merecía...

Con la desaparición de Miguel Vázquez, Cantabria pierde a uno de sus artistas más comprometidos, más investigadores, más radicales y que más trataron de encontrar una coherencia entre su pensamiento y su obra creativa. Un artista que mereció un reconocimiento mayor que el que tuvo, pero que no expresó en voz alta su queja por el injusto olvido. A restituir en parte ese olvido podría contribuir la realización de una exposición antológica de su obra que hiciera patente su rigurosa evolución plástica y su contribución personal a la historia del arte en nuestra región. Caja Cantabria, que tan vinculada estuvo a él durante algún tiempo, pudiera ser la institución más adecuada a tal fin.

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