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TERESA COBO
Domingo, 3 de octubre 2010, 12:04
Cristina tiene cuatro años. Es uno de los trece elefantes del Parque de la Naturaleza de Cabárceno, pero no forma parte de la manada. Si intenta acercarse a los otros ejemplares, la expulsan. Los más jóvenes empujan y golpean a la elefantita para que se aleje. Ella tampoco pone demasiado empeño en integrarse, en parte, porque le dan miedo sus semejantes, pero también porque prefiere la compañía de los humanos. Fueron ellos los que la criaron a biberón desde su primer día de vida, después de que su madre la abandonara tras el parto.
Es fácil distinguirla en el recinto, no sólo porque está apartada y es más pequeña. Es la única que conserva el color ceniza propio del elefante africano. Los demás lucen el tono cobrizo de la tierra de Cabárceno. Como los paquidermos que viven en libertad, los del parque se embadurnan de barro para proteger su piel que, pese a ser dura y rugosa al tacto, «es muy sensible a las picaduras de insectos, a los parásitos, al calor. Y también a las gotas de lluvia, por eso se meten en la laguna cuando llueve», explica el cuidador Miguel Ángel Marañón. Bajo la capa de maquillaje arcilloso, tienen la piel tan gris como la de Cristina. El día que consientan en que se reboce con ellos, dejará de ser la cenicienta del grupo.
Cuando Cristina nació, el 19 de junio de 2006, su madre, Kira, y su abuela, Penny, intentaron ponerla en pie con sus trompas, pero no lo lograron. Los cuidadores del parque llevaron hasta allí a Kimba, otra hembra que demostró mayor pericia y levantó a Cristina del suelo, pero no pudo mamar y las elefantas adultas le dieron la espalda. Como resultado de la mala manipulación tras su nacimiento, la cría quedó ciega de un ojo y perdió un trozo de oreja. Intervinieron entonces los humanos.
En la crianza de Cristina resultó clave la experiencia previa con Pepe, su hermano de padre. Pepe también fue rechazado por su madre, Celia, y pasa por ser el primer elefante del mundo criado a biberón desde su primer día de vida. Con él hubo que improvisar y consultar a muchos especialistas. No había precedentes. El equipo de veterinarios y de cuidadores de Cabárceno estuvo muy involucrado. Había que dar el biberón al recién nacido cada tres horas, noche y día. Utilizaron una botella de litro y medio llena de leche de cordero con complementos vitamínicos.
El veterano cuidador Marañón, que trabaja en Cabárceno desde los 15 años, cuando el parque era todavía una mina de hierro, pasó las noches con Pepe durante seis meses. «Era como un bebé. Si no estabas contemplándolo, no se tomaba el biberón y, si yo no estaba a su lado, no se dormía. Se humanizó mucho. Parecía un niño».
Cristina no conoció a su hermano. Pepe falleció poco antes de que ella naciera, a la misma edad que tiene ahora la elefantita. Fue un mazazo para todo el equipo y, en especial, para Marañón. «Después de luchar tanta gente para sacar adelante al animal, que muera con solo cuatro años es un despropósito. Fue una pena y más por haber ocurrido de aquella manera». Pepe murió por la ingestión de plásticos. La causa se descubrió en la necropsia. «Tenía 70 centímetros del intestino taponados por un cúmulo de bolsas de las que se utilizan en los comercios», explica Marañón. «Sentí rabia e impotencia. El animal no se crió con su madre y no le pudo enseñar lo que no debía comer. Eran bolsas que dejaba en lugares inadecuados la gente que venía de picnic, y el viento debió arrastrarlas hasta el recinto de los elefantes».
El entrenamiento con Pepe facilitó mucho las cosas a Cristina. Los primeros biberones se los dio Marañón, pero enseguida se instruyó a otros operarios. El que más tiempo pasó con ella y la atendió por las noches durante medio año fue José Antonio Fernández, al que todos en el parque conocen por Masa. Este cuidador, que llegó a dormir al lado de Cristina para tranquilizarla, cree que acabará por ser aceptada en la manada. «Los que más la incordian y la pegan son los pequeños. Creo que el actual macho dominante, Pambo, cuando se dé cuenta de que es una hembra de la casa, de tanto verla, será el que la defienda. Con el tiempo, la van a aceptar».
De la misma opinión es Marañón, aunque aventura que quizá ocurra de otra manera. «Tendrá que ganarse primero la confianza de un amigo, que será el que la presente en la manada, con la que deberá guardar las distancias hasta que la admitan. Así hemos conseguido que se metan otros que no fueron acogidos hasta que tuvieron diez o doce años. La que decide es la matriarca, Penny, que es la abuela de Cristina».
El tiempo dirá cómo esta pequeña elefanta, hoy postergada por los 'pieles rojas', consigue dejar de ser la cenicienta.
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