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La proeza de Laura
CANTABRIA

La proeza de Laura

Una joven de San Vicente de Toranzo con una minusvalía del 81% se licencia en Ingeniería Informática y es la primera mujer en España con estas limitaciones que saca el carné de conducir. Pese a su discapacidad múltiple, busca un puesto en el mercado laboral

MAXI DE LA PEÑA

Domingo, 24 de octubre 2010, 10:53

Padece una artrogriposis múltiple congénita, es decir, una contracción permanente de las articulaciones que le causa un 81% de minusvalía. En Cantabria sólo existen dos casos más como el suyo. Laura Díaz Portilla vino al mundo en la Residencia Cantabria el 18 de agosto de 1987 con esta malformación «por una negligencia médica». Y, sin embargo, acaba de obtener la licenciatura de Ingeniería Informática en la Universidad de Cantabria y ha sido la primera mujer en España con una limitación de esta naturaleza en conseguir el carné de conducir.

Originaria de Vejorís, como su familia, pero residente desde hace años en un piso bajo de protección oficial en San Vicente de Toranzo, Laura, con la ayuda de sus padres, que no han escatimado esfuerzos en que ella tuviera la vida más digna posible, goza de unas envidiables vitalidad y alegría de vivir. El carné lo sacó en una autoescuela privada de Basauri (Vizcaya). Pero no se ha quedado ahí. Ahora quiere entrar en el mercado laboral y busca oportunidades. Desde hace siete meses tiene un novio, Javi, que se ha convertido en su mejor cómplice.

Para llegar hasta esta barrera invisible entre la meta y quedarse a un paso de ella, su vida ha estado jalonada de obstáculos. El más duro lo padeció su madre, Sara Portilla. Contrajo una toxoplasmosis al tercer mes de quedar embarazada (una enfermedad infecciosa ocasionada por el contacto con gatos, que puede atravesar la placenta y afectar al futuro bebé en su movilidad, entre otras causas). «Vivíamos en Vejorís y los gatos estaban en la calle, así que no los podía evitar», dice la madre. Unas analíticas en la sangre en Sanidad de la calle Marqués de la Hermida (donde la seguían la evolución del feto) revelaron la contracción de una toxoplasmosis. Por contra, en las ecografías en Especialidades de la calle Vargas no detectaron ninguna anomalía, pese a que Sara insistió en preguntar y obtuvo siempre por respuesta «¿por qué va a dar mal la ecografía?».

El día del parto en la Residencia Cantabria se confirmaron los peores temores de la madre de Laura: «Cuando nació me entregaron un trozo de carne con brazos y piernas. Para colmo, desaparece la historia médica del embarazo. Me planté con un canasto sin papeles en Marqués de la Hermida donde quise enseñar a la doctora que había seguido mi embarazo lo que había traído al mundo. No me recibió».

Ninguna explicación y caso cerrado. Laura, a los dos años, tenía las articulaciones cada vez más rígidas. Las piernas estaban arqueadas, en forma de comba y para poder sentarse en una silla la tenía que operar de las rodillas. En la Residencia no le hicieron la intervención -«todavía no sé por qué»- y la llevaron sus padres a una clínica de Barcelona, donde el doctor Bastos realizó la operación con éxito. Hasta los tres años tuvo una atención fisioterapéutica en la Residencia Cantabria. La frase «año tras año estará su hija con un cuchillo entre las piernas», pronunciada brutalmente por un traumatólogo del hospital, atormenta a su madre todavía hoy.

Ejemplo de superación

Parece que existen dos versiones, una casi idílica (la de Laura) y otra más descarnada (la de su progenitora). «Entiendo el sufrimiento de mi madre -explica la joven-. Ella ha sacrificado su felicidad para darlo todo por mí». Laura desde bien pequeña ha tenido que adecuarse a su discapacidad. Al no poder doblar ni estirar las piernas, duerme boca arriba, al principio en una cama articulada, y, definitivamente, en una normal con una almohada debajo de las extremidades. El colegio público Pintor Agustín Riancho de Alceda acogió a una buena estudiante y una niña sociable, muy querida en el centro. «En el colegio, una amiga me llevaba de un lugar a otro en mi silla de ruedas, veía a los niños como jugaban al fútbol. ¿Si quería correr? A veces se me pasaban por la cabeza unos pensamientos fugaces, pero nada más; no tengo ningún recuerdo traumático de la infancia. Fui feliz», comenta con una sonrisa en la cara. Hasta el primer curso de Primaria, la cuidadora del colegio la subía en brazos a clase. Es en segundo curso cuando sus padres, Sara y Toño, hablan con el Ayuntamiento para que construya un ascensor. «En pocos días estaba colocado».

En Educación Primaria, Laura sacó una nota media de sobresaliente y su asignatura favorita eran las ciencias naturales. Para la Educación Secundaria (ESO) no se tuvo que mover de centro, ya que el Instituto Vega de Toranzo comparte espacio físico con el Pintor Riancho. A los 16 años ingresó en el Instituto Santa Cruz de Castañeda para cursar bachillerato. «El director se portó muy bien -recuerda Laura- y durante el verano instalaron una rampa de acceso y un montacargas para que pudiera subir hasta la primera planta». El transporte escolar lo sufragaron los padres de Laura y el primer año contrataron un microbús de Cocemfe para discapacitados. «Venía desde Santander a recogerme a mi casa de San Vicente de Toranzo; costaba mucho dinero, así que hubo que dejarlo», comenta. Su madre, que trabajaba como ayudante a domicilio, y su marido, que regentaba un bar, compraron una furgoneta adaptada de segunda mano.

A base de esfuerzo, estímulo e inteligencia, se plantó en las puertas de la universidad. «Tenía tres carreras preferentes y por este orden: Biología, Periodismo (surgen risas cómplices) e Ingeniería Informática. La única que se impartía en Cantabria era esta última, ante lo que se decantó por esta carrera tecnológica que se imparte en la Facultad de Ciencias. Laura tiene el honor de pertenecer a la primera promoción de licenciados (2005-2010) y el pasado 30 de septiembre presentó el proyecto de fin de carrera que obtuvo una calificación de 8,5 puntos. Para que la chica pudiera acudir a las clases en Santander, su madre dejó su trabajo habitual y se puso a limpiar casas, compaginando su horario laboral con el lectivo de su hija.

Carné de conducir

Laura va dando sorbos a la vida. Quiso sacar el carné de conducir, porque no deseaba seguir sacrificando a su madre. «Me matriculé en la autoescuela privada de Basauri 'Irrintzi', la única que hay en España para grandes discapacidades físicas. Viene gente desde Andalucía y Canarias». Las clases prácticas se realizan en un Kia Carnival, un monovolumen al que en Alemania instalan todo el mecanismo de adaptabilidad. El carné le costó 7.000 euros. «Ahora necesito el coche para ponerme en el mercado laboral, pero vale 90.000 euros», dice compungida la chica. Ella quiere trabajar. «He contactado con la Fundación ONCE para una reunión. Veremos a ver. También mandaré el currículum al Banco Santander donde necesitan ingenieros informáticos».

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