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TEODORO SAN JOSÉ
Miércoles, 3 de noviembre 2010, 09:01
El sistema no acaba de funcionar, lo que significa que apenas cumple el cometido para el que fue concebido. El control horario de los funcionarios de la Administración de Justicia mediante huella dactilar en el edificio de Las Salesas lleva instalado dos años y medio, pero los problemas informáticos han impedido que el ordenador haga su función ya que, en muchos casos, rechaza la huella digital del funcionario que pretende registrar su entrada y su salida.
Desde que en mayo de 2008 se implantó este método, el dispositivo en la citada sede de trabajo ha estado más tiempo funcionando a medias que a pleno rendimiento. Aunque, para la Dirección General de Justicia, el margen de error es comparable al de otros sistemas. De hecho, ayer comenzó a ejecutar una fiscalización más estricta del horario de 621 empleados públicos. Durante las jornadas anteriores se recogieron las huellas dactilares de los trabajadores no fichados con el fin de registrarles. Y se considera que el sistema está nuevamente operativo, con el 'software' (el programa) listo. Sin embargo, en el edificio de Las Salesas sigue sin cumplir la labor para la que se implantó: a una buena parte de los funcionarios que ayer franqueó la entrada a las ocho de la mañana la máquina no les reconoció o les denegó la entrada.
A primeros de mayo de 2008 la Dirección de Justicia de Cantabria notificó a todos sus empleados que crearía un fichero de cada uno de ellos con el objetivo de empezar a controlar de forma distinta su acceso al puesto de trabajo y las horas que pasan en él. Los datos (nombre, DNI, número de funcionario y huella digital) se cargaron al programa pero una vez dado este paso, el 'software' se reveló incapaz de gestionar toda la información. De entonces a acá, las incidencias han sido constantes, con lo que se denomina un alto rango de fallos.
Más fiabilidad y más aparatos
Para Manuel Garay, responsable de Justicia en el sindicato CSIF, «el sistema no es muy bueno, da muchos errores y no pude fichar a todo el mundo». Se trata, en su opinión de «un mecanismo con déficit. No es fiable ni al 60%». Garay entiende que el Gobierno «no quiso gastarse dinero en cambiar de sistema o en solucionar los problemas de éste, y no sabemos por qué». A este sindicalista le da igual que el control se realice por medio de una tarjeta o una huella. «Nosotros queremos fichar y que la Administración nos controle, pero con un sistema que sea fiable. El de ahora no lo es».
Tan poco eficaz ha sido todo este tiempo que algunos funcionarios optaron por prescindir de marcar su entrada y salida, después de cansarse en mandar incidencias diarias o semanales reflejando que el sistema no les reconoce la huella. Otros, pese a las dificultades, han seguido registrándose.
Borja Bats, portavoz de Justicia en CC OO, asegura que los funcionarios «han fichado siempre con la huella y cuando no ha funcionado, con responsabilidad» desde que se implantó la medida. Entiende que la Administración «debiera poner suficientes mecanismos de lectura de la huella para facilitar el acceso y evitar engorrosas pérdidas de tiempo en la cola». Bats pediría que haya más máquinas «y que funcionen con toda garantía para que no hurten tiempo a la jornada laboral», algo que sucede a menudo debido al tiempo que el sistema retrasa la entrada de la gente. De ahí que reclame «seriedad y rigor» y que abran antes las puertas.
Ayer el ordenador volvía a flaquear. En el acceso por la calle Simancas a la sede de Las Salesas un buen puñado de funcionarios comprobó, no sin cierta desazón, que se volvía a las andadas. «¿Todavía estamos en que es incorrecto? A la porra», exclamaba una funcionaria que había tecleado unos números en el panel de control, que le denegaba el acceso. Tras ella, y también sin querer identificarse, una compañera a la que la pantalla leyó perfectamente su huella y le dio luz verde con total rapidez, comentaba: «No creo que éste sea el mejor método. No soy contraria al control horario, pero éste no sirve».
Poco después, varios trabajadores trataban de aleccionar a otra colega que tardaba en dar los pasos correctos. «Marcas el número, pones el dedo y cuando se pone rojo...». Pero la máquina rechazaba una y otra vez a la empleada. «Tendrás que mandar una incidencia», le recomendaron. En el goteo de gente que iba pasando frente al lector digital se entreveraron los casos de acceso fácil y cómodo con los de terca obstinación del sistema de rechazar a ciertas personas.
Una de ellos, que solo quiso presentarse como 'funcionario de la Administración de Justicia', comentó: «Si hacen algo, que lo hagan bien. El caso es que estos aparatos no funcionan». A un colega, el mal funcionamiento del lector le exacerbó: «¿Cómo que pase la tarjeta? ¡Que le den dos duros!».
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