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Lucas y Babi, confianza ciega
CANTABRIA

Lucas y Babi, confianza ciega

Cabárceno entrenó a los dos leones marinos invidentes que fueron rechazados en otro parque. Él es el doble de grande que su amiga, y cada noche le guarda un sitio fijo a su lado para que se sienta protegida y consiga dormir

TERESA COBO

Domingo, 14 de noviembre 2010, 19:53

Lucas tiene 17 años y Babi, 16. Él le reserva a ella cada noche un sitio fijo para que duerma guarecida por su corpulencia. Pesa 210 kilos y su amiga apenas llega a los 90. Babi busca su protección y él la cuida. Nació ciega y, sin el apoyo de Lucas, le cuesta defenderse. Él tampoco puede ver. Vino al mundo tuerto y, años después, tuvo la mala fortuna de cruzarse en la trayectoria de un delfín que le mordió el ojo sano en una piscina de exhibición. La vida se oscureció para él, pero fue trasladado a Cabárceno, donde se ha ganado el respeto de los otros leones marinos.

La manada la componen seis ejemplares, dos de ellos machos y el resto hembras. Cuatro pertenecen a la familia californiana de esta especie y dos, a la patagónica. La mayoría de estos animales estarían muertos de no haber encontrado una salida en el parque. Las hembras se traen a menudo de Uruguay para evitar las matanzas indiscriminadas en la vida salvaje por exceso de población en sus colonias. Y los dos ciegos estaban desahuciados en otras instalaciones de ocio por sus discapacidades físicas.

Lucas y Babi llegaron juntos y, como ninguno de los dos puede ver, mantienen «un vínculo muy fuerte entre ellos», explica el capataz del recinto de los leones marinos, Jon Egiraun. El responsable del adiestramiento de estos mamíferos aceptó hacerse cargo de los dos ejemplares ciegos cuando se lo propuso la dirección de Cabárceno. Venían de otro parque donde no los querían. Jon les dio una oportunidad, al fin y al cabo ya tenía experiencia en el entrenamiento de perros ciegos y perros lazarillos. Y el padre de Patricia, una de las cuidadoras, también es invidente. El equipo no partía de cero.

La voz que los guía

«Traer animales con problemas es una pega para nosotros, pero hemos conseguido incorporarlos al espectáculo. Un león marino ciego da diez veces más trabajo que uno normal, pero, en compensación, te permite preparar mucho mejor al personal. Si se enfrentan a una situación difícil y diferente, salen mejores entrenadores», argumenta el capataz.

Una de las especialistas del equipo, Cristina Sánchez, revela que la «confianza total en la voz» de la persona que los guía y el conocimiento minucioso que Lucas y Babi tienen del recinto en el que actúan son las claves para que se muevan con tanta soltura delante del público. Su ceguera podría pasar inadvertida. Tampoco les piden imposibles, como que salten por el aro.

Jon Egiraun afirma que, en otro tipo de establecimientos, a los leones marinos «se les trabaja generalmente por hambre. En Cabárceno eso no existe ni de 'coña'. Si un animal tiene hambre, come. Ya se buscará luego la vida el entrenador. Aquí seguimos otros métodos y la calidad del 'show' no tiene nada que envidiar a la de los que trabajan con técnicas de hambre», sentencia. Esa filosofía no está reñida con darles comida como premio por su esfuerzo.

El adiestramiento en el parque cántabro se sustenta en tres pautas nítidas: «entusiasmo, protección y respeto», subraya este experto. «Un animal como éste, que supera en inteligencia a un perro, pone a cada uno en su sitio. No vale ir con un pescado en la mano. No les gusta que cualquiera manipule su comida. Hay que ganarse su confianza. Según los tratas, te responden».

Subidón emocional

Jon Egiraun defiende como necesario que los leones marinos en cautividad participen en demostraciones como la de Cabárceno. «Hay que darles una actividad. Sustituimos el esfuerzo que supone para ellos pescar en la naturaleza por un trabajo interior. De lo contrario, es como encerrar a una persona activa y lista y no dejarle hacer nada y, encima, que pase hambre».

No son los alardes acrobáticos o la habilidad en los ejercicios lo que emociona a estos profesionales. «Como entrenador, lo que te pone los pelos de punta es cuando ves que un animal salvaje no te quiere morder. Ahí es cuando te da el subidón. Una vez me caí encima de uno de ellos y le partí tres costillas. Se revolvió, se me encaró y decidió no morderme». Ni privación ni castigo. Confianza ciega.

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