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BENITO MADARIAGA DE LA CAMPA
Miércoles, 24 de noviembre 2010, 01:17
Manuel de la Escalera no es un autor desconocido en Cantabria, pero no está suficientemente estudiado cuando se escribe sobre la guerra civil y la aventura que corrió como oficial republicano y prisionero en diversas cárceles, donde estuvo 23 años. En la caída de Santander no quiso huir a Francia y pasó a Asturias, pero tampoco se sumó a la evacuación y allí fue detenido y trasladado a Santander. Según cuenta, estuvo en diversas prisiones entre ellas en la de la Tabacalera de nuestra ciudad.
Fue escultor fracasado en París, fundador de cine clubs en Cantabria, difusor del cine de propaganda en los frentes de guerra, traductor y autor de varios libros. Pero lo que llama la atención es que pese a sus ideas marxistas, de las que luego renunció, fue un hombre profundamente y religioso. Lo fue desde niño hasta que murió. Tuvo una pequeña biblioteca de libros religiosos de ensayo que cuando ya no pudo leer por la edad repartió entre sus amigos. A mi me regaló en dos tomos 'Las religiones constituidas en Occidente y sus contracorrientes', de ediciones Siglo XXI. En las librerías y bibliotecas de la ciudad solía vérsele con frecuencia.
Lo conocí en los últimos años cuando vivía en la Residencia de personas mayores de la Caja de Ahorros. La Obra Social le editó una antología de toda su obra, titulada «Ramas de un mismo tronco» (1994), preparada por el pintor Manuel Calvo. Estando en la cárcel logró que el extraordinario editor catalán José Janés le encargara diversas traducciones. El primer libro que tradujo fue uno de Tarzán de Edgar Rice Burroughs (1875-1950).
Escalera era hijo único y al morir sus padres no tuvo apoyo ninguno mientras estuvo en la cárcel, aunque luego le ayudaron sus amigos. El abogado Fernando Vierna le tramitó y consiguió la ayuda de jubilación del Estado.
En las prisiones de Burgos y El Dueso tradujo los «Cuentos de Katherine Mansfield», narraciones de William Saroyan, ensayos de Sommerset Maugham y de otros escritores como Neville Shute.
Al salir de la cárcel, en 1962,tradujo para la editorial Aguilar de Madrid.
En 1966 publicó, con un pseudónimo, «Muerte después de Reyes», escrito clandestinamente sobre las sacas en las cárceles, libro pagado por Eulalio Ferrer, según me dijo. Pero como este libro le comprometía, Joaquín Ruíz Jiménez le aconsejó que saliera de España y se fue a Méjico, donde había nacido de padres españoles. En Méjico se dedicó también a la traducción para el Fondo de Cultura Económica, entre otros. De regreso a España en 1970 continuó con el mismo cometido para Aguilar, Taurus, Seix y Barral, Akal y Siglo XXI.
En 1982 obtuvo el premio de una ayuda del Ministerio de Cultura para la traducción de obras originales. Presentó «The cloud of unknowing» ( «La nube del no saber»), libro de un místico inglés anónimo del que no había traducción española.
Como final, me interesa que conozcan un momento parasicológico que le sucedió, no sabe cuanto tiempo, estando en la cárcel, tal como él lo cuenta en un escrito que me entregó en 1977. Fue un estado de dulzura, extraordinaria experiencia en que se vio envuelto en luz. «En realidad no era una sensación, sino una conciencia de un gozo infinito que trasmutaba todas las cosas y todos los seres.Una luz intelectual, alegría radiante de ser, de existir siempre. Una sensación... no, una certeza de inmortalidad.» Pocos días antes de morir me dijo que estaba seguro de nuestra continuidad después de la muerte. «Eso espero», le respondí.
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