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PPLL
Domingo, 5 de diciembre 2010, 01:04
Una mañana salió de casa, en la aldea de Añides (Asturias), y se encontró con un lobo. O un perro. «Lobo o perro, me da igual. ¡Me pegué un susto terrible! Tenía tres años y me acuerdo perfectamente. Desde entonces soy tartamudo», revela tan campante David Monteagudo, el fenómeno editorial de 2009. Su primera novela 'Fin' (ed. Acantilado) -una mezcla de 'thriller' y reflexión metafísica- agotó dos ediciones en un mes y se ha traducido a seis idiomas: «Catalán, italiano, alemán, portugués, holandés y ruso», enumera de un tirón.
Le encanta abrirse a otras lenguas, aunque «yo me atasco lo mismo en castellano, catalán que gallego». Sin complejos. Nació en Lugo y vive desde los cinco años en Barcelona, porque su madre, una maestra nacional, pidió el traslado para dar gusto al marido «que soñaba con dedicarse a la pintura y vivir en un clima más artístico». Ya ven, una familia con carácter. Eran seis, vivían de un solo sueldo, «muy pobres pero con la casa llena de libros».
Con su segunda novela, 'Marcos Montes', piensa dar la campanada de nuevo. Recrea las peripecias de un minero sepultado -conste que no le sirvió de inspiración el accidente en Chile- y se las arregla, como en 'Fin', para dejar sin palabras al lector. Con la boca abierta. Le encanta la intriga pero en la vida corriente y moliente no se hace el interesante.
«Para nada. ¡Si soy tartamudo! A veces pienso que es una bendición. La pedantería se tolera mucho mejor cuando hablas así. La gente no te coge odio», razona con naturalidad. Nunca se ha mordido la lengua. Será por eso que sus padres no creyeron necesario llevarle al especialista. «Me veían como un niño especial y punto. No tenía problemas en el colegio, me ganaba a los compañeros.... ¿Que como lo hacía? Pues tejiendo una red de incondicionales que me eran muy, muy fieles. ¡Siempre he tenido un carisma muy especial! Y eso que, si te digo la verdad, soy bastante misántropo. En fin, así es la vida. Una paradoja detrás de otra, ¿no?».
David lleva las riendas de su vida con pulso firme. Seguro y animoso. Tiene 48 años y hasta hace unos meses trabajaba en una fábrica como operario a cargo de una plegadora y encoladora. «Producción pura y dura. Pero, antes, lo mío era el mantenimiento de las máquinas», aclara orgulloso. Palabra de honor del hijo de una profesora, gran lector y líder de su clase, que dejó la carrera de Filología Hispánica «porque me apetecía ser currante». A los diez años, ya trabajaba -«por pura afición»- en un taller de mecánica todas las tardes de lunes a viernes y los sábados por la mañana. Ahora conduce una moto que es la niña de sus ojos.
¿Será por eso que se embala y no para? «Mira, no lo voy a negar: cuando tengo público, me crezco. ¡Muchos amigos se han quedado pasmados! En la tele o en la radio, tartamudeo mucho menos». Es lo que tiene la vena artística: le encanta recitar (en el instituto causó furor con un poema de Miguel Hernández sobre el despertar sexual), ha formado parte de un grupo de danza contemporánea, ha ilustrado 'cómics' y también conoció la fama como 'casteller' en Vilafranca del Penedés.
Le gusta llegar a lo más alto y no le falta fuelle: fue campeón de maratón en Cataluña a los 19 años. Ahora ha retomado la afición y no hay quien le pare «en nada». Ya ha pedido una excedencia de dos años para dedicarse en exclusiva a la literatura.
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