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TEODORO SAN JOSÉ
Miércoles, 5 de enero 2011, 09:47
Quizá no resultara lo más apropiado para presenciar un eclipse de Sol, pero fue lo más práctico que se pudo hacer: abrir un paraguas. Ayer se produjo el único de los eclipses que se iban a poder presenciar este año desde Cantabria -iba a durar de nueve menos cuarto a diez y cuarto-, con el añadido de que el amanecer se anunciaba como inusual pues el Sol debía aparecer ya semitapado por la Luna. Pero las nubes no lo permitieron y en vez de desplegar telescopios la mejor manera de aguardar el eclipse fue ponerse a cubierto de la lluvia.
«Se trata de una forma como otra cualquiera de pasar la mañana», decía para justificar con sorna y mientras compartía el paraguas uno de los pocos aficionados que ayer se desplazó hasta la explanada del Palacio de La Magdalena, en Santander, para presenciar el eclipse. Ante la adversidad, el humor no faltó en esta convocatoria de la Agrupación Astronómica Santander (Astrosantander) durante la hora que permanecieron en aquel punto aguardando observar el fenómeno. «A mí me gusta madrugar para nada», respondía otro, «y más si llueve y encima sales de casa sin paraguas». Los precavidos tuvieron ventaja sobre los descuidados.
A las ocho y media de la mañana el cielo sobre Santander estaba cubierto, aunque el despunte del alba fue prometedor ya que el horizonte se desgarraba por levante, por donde debía aparecer el Sol, y comenzaba a colarse claridad. Lo justo para dar paso a la esperanza y al eclipse. Un espejismo. Duró nada.
El amanecer se producía a las 8.48 horas. Aquella franja se mantenía, pero unas nubes de tipo medias hicieron de velo. Ni un resquicio. Se acabó la euforia. Decepción.
Nada que hacer
Manuel de Vicente, presidente de Astrosantander, parecía sentirse responsable. «No hay nada que hacer», trataba de excusarse sabedor de que las condiciones meteorológicas de esos momentos hacían imposible cualquier posibilidad. De Vicente aprovechó para dar algunas explicaciones sobre este tipo de fenómenos y sobre otros similares y por qué se producían. Pero sin ejemplo práctico en el horizonte, perdía eficacia.
A la cita de ayer convocada por Astrosantander acudió un puñado de aficionados. Y lo de puñado es literal. Casi había más fotógrafos y periodistas que curiosos y devotos de la astronomía, entre ellos la concejala santanderina Carmen Ruiz. Hasta allí se acercaron los pocos que no recibieron a tiempo o no vieron la notificación de que se suspendía la observación debido a los pronósticos meteorológicos para esas horas: nuboso a muy nuboso y posibilidad de precipitaciones débiles en el litoral. Otro tanto había sucedido en Mataleñas, por ejemplo, donde se había fijado otro punto de observación. Eran dos lugares estratégicos desde donde mirar sin obstáculos hacia el Este y presenciar el eclipse. Ayer, en cambio, solo fueron buenos para ver el Abra, Somo, Langre y al fondo el perfil diluido de las montañas.
Pese a todo, a lo largo de aquella hora no dejó de mantenerse la esperanza, siquiera de ánimo. «A ver si por aquel resquicio...», deseaba uno. «A lo mejor tenemos suerte y esto para», respondía otro. Fue en balde. Las nubes no lo permitieron. Ni Sol, ni Luna, ni eclipse, ni amanecer. Solo lluvia.
Así, en vez de desplegar telescopios, cámaras y demás aparatos para seguir y perpetuar el eclipse, la mejor manera de aguardar el fenómeno fue ponerse a cubierto. En los distintos puntos de observación sobraron aparatos de contemplación o cristales con filtros especiales y se echaron en falta más paraguas. A las diez menos veinte, con el cielo aún más encapotado y bajo una persistente lluvia, la explanada del Palacio de La Magdalena volvía a quedar vacía.
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