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Ángel de la Hoz, memoria viva, fotográfica y creativa de Cantabria y sus artistas, rodeado de algundos de sus retratos en su estudio santanderino. :: ANDRÉS FERNÁNDEZ
La elegancia del retratista
EL RINCÓN DE...

La elegancia del retratista

Ángel de la Hoz. Una vocación de relato ha forjado su mirada fotográfica. Sin artificio, con sencilla elegancia, sus imágenes permiten seguir la pista del siglo XX y abrir los ojos a la memoria colectiva. Nunca ha dejado de pintar mentalmente y siempre ha enseñado a ver y a comprender la fotografía. Su espacio más íntimo custodia un deseo: la cesión de las 15.000 imágenes originales de su archivo al CDIS del Ayuntamiento de Santander.

GUILLERMO BALBONA,

Viernes, 7 de enero 2011, 10:17

Metódico notario de la cultura y sus gentes, retratista de los rostros del arte, el fotógrafo y pintor Ángel de la Hoz ha llevado el sentido del orden hasta el altar de las ofrendas cotidianas: su archivo pulcro, el catálogo vital de sus recuerdos y una presencia fiel a exposiciones, actos y veladas. Se confiesa un «ilustrador poético» y tras más de medio siglo de fotografiar a Santander y sus artistas redescubrió la ligereza de las propuestas sobre papel como itinerario para huir de las formas rígidas, y revisitó la pintura que siempre durmió en su interior.

A sus 88 años, convertido en el decano de los artistas de la comunidad, mantiene intacta esa elegancia señorial, ese cada vez más olvidado tacto humano imprescindible para hacerse querer, que ni los achaques de la edad, ni los rigores del destino -la muerte el pasado año de una hija-, han logrado desdibujar. Angel de la Hoz, uno de esos ejemplos de madurez y vocación expresada mediante golpes de juventud que, en ocasiones afloran en el arte cántabro, refleja en su estudio santanderino de la calle León Felipe, ese puente entre sus facetas de fotógrafo y de pintor que ha tendido durante una intensa vida.

A modo de gabinete íntimo, de escritorio ilustrado, De la Hoz se aferra a una rutina de orden y costumbre, cuatro horas diarias dedicadas al espacio más privado (sólo robadas a veces por los médicos), en las que la lectura, la inmersión en las imágenes del pasado, y algún destello creativo le permiten recobrar el lúcido fruto de la creatividad. Rodeado de retratos familiares, grabados, libros, catálogos, tarjetas, dedicatorias, documentos, esculturas y pinturas, entre los márgenes del orden y la exquisitez, Angel de la Hoz lee lo más cercano y lo más universal: la evocación de infancia de Julio Maruri y el discurso del Nobel Mario Vargas Llosa. Una visita a su rincón de recuerdos selectos, divididos por una frontera nada casual entre su pequeño laboratorio y una zona para la pintura y el aguafuerte, permitiría recobrar la huella artística del siglo XX a través de una doble imagen: su archivo fotográfico de más de 15.000 originales y esa colección de pinceles de autor enmarcados, que poseen inherentes la mancha, el trazo y la textura de Cossío, Alvear, Celis, De la Foz, Quirós o Sanz, entre otros. ::

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